LA IRA DE DIOS (IV)

R. V. G. TASKER

2ª parte

A medida que resume la historia de Israel, Pablo parece preguntarse porqué la decadencia moral no pudo ser contenida a pesar de los castigos que Dios en su ira infligió a su pueblo y a pesar del hecho de que en la ley de Moisés había sido dada una gran revelación de la ira divina en contra del pecado. El apóstol dice: “La ley produce ira” (Romanos 4:15), porque exige perfecta obediencia a sus mandamientos y, por consiguiente, su infracción somete a los desobedientes más completamente bajo las consecuencias de la ira divina.

Pablo concluye que la principal razón para explicar el fracaso de Israel en contener el proceso de corrupción moral, estriba en su equivocada reacción frente a la paciencia de Dios, su incorrecta compresión de la misericordia divina que, muy a menudo, no castigó los pecados del pueblo en la plena extensión que merecía. Cuando Dios guardó silencio (Salmo 50:21), luego que el pacto había sido violado por la iniquidad de Israel (según la lista de pecado que el salmista enumera en los primeros versículos de dicho Salmo y que son los mismos que Pablo señala en este pasaje de Romanos), los israelitas supusieron equivocadamente que Dios era como ellos: indolente y tolerante con el pecado. No acertaron a ver que la bondad divina, al aplazar la ejecución del castigo en su totalidad, tenía como único objetivo el dar otra oportunidad para el arrepentimiento (Romanos 2:4); despreciaron “las riquezas de su benignidad, paciencia y longanimidad, ignorando que su benignidad” les guiaba al arrepentimiento.

¡Cuántas veces, al contener su ira y recordar que no eran más que polvo, “volvían y tentaban a Dios, y provocaban al Santo de Israel”! (Salmo 78:38-40). No hicieron caso de los profetas que les enseñaron que Dios “misericordioso es y clemente, tardo para la ira y grande en misericordia y se duele del castigo” (es decir: que el Señor no quiere desplegar por el momento toda su ira hasta el máximo) y por lo tanto deben rendir su corazón a Dios en una conversión auténtica (Joel 2:2:12,13). “Más ellos hacían escarnio de los mensajeros de Dios y menospreciaban sus palabras, burlándose de sus profetas, hasta que subió la ira de Jehová contra su pueblo y no hubo remedio” (2Crónicas 36:16)

Pablo insiste también, igual que el cronista del Antiguo Testamento, que el abuso de las misericordias de Dios, lejos de detener la mano justiciera de Dios, redundará en una acumulación de ofensas que finalmente recibirán todo el castigo que merecen. Si los hombres no aprovechan las invitaciones al arrepentimiento que se les hacen; si persisten en endurecer sus corazones como Faraón endureció el suyo; y si a pesar del hecho de que Dios extendió todo el día su mano al pueblo rebelde (Isaías 65:2), continúan siendo un pueblo rebelde, entonces sus corazones endurecidos e impenitentes atesoran para sí mismos ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios (Romanos 2:5)

Esta es la única posesión permanente que tiene el impío. No porque Dios haya retirado su ira, sino porque la ha querido demostrar y quiere dar a conocer su poder en el gran “día de la ira”, pues “soportó con mucha paciencia los vasos de ira preparados para destrucción” (Romanos 9:22). En este despliegue fina de la ira divina, la justicia de Dios, serán vindicada y su nombre glorificado. La bondad de Dios no puede, pues, asegurar nunca la impunidad de los pecadores; y el abuso que éstos hacen de ella debe agravar necesariamente su culpa y su castigo.

Por tanto, la evidencia del Antiguo Testamento, así como el estado de los judíos en la época de los apóstoles, testifican en favor de la verdad de que judíos y gentiles por igual, todos son objetos de la ira divina, de la cual sólo la salvación que trae Jesucristo podrá librarles; por cuanto “no hay justo, ni aun uno” (Romanos 3:10). Los que reciben un conocimiento especial de Dios y son los objetos peculiares de su amor deben también ser los objetos especiales de la ira divina si desprecian ese conocimiento y pisotean ese amor: “A vosotros solamente he conocido de todas las familias de la tierra; por tanto, os castigaré por todas vuestras maldades” (Amós 3:2) Y prosigue Amós la descripción, en el capítulo cuarto, de algunas de las maneras en que Dios habría visitación de las transgresiones de Israel. Más aún, una vez Dios ha decidido ejecutar su ira en contra del pueblo rebelde, nada que éste pueda hacer, logrará detenerla.

Ezequiel profetiza la futilidad de la defensa de Jerusalén frente a los ejércitos de Babilonia, que fueron en aquella coyuntura el brazo ejecutor de la ira divina; la caída de Jerusalén había sido decretada por Dios y nada podría estorban su propósito. Los habitantes de Jerusalén habían hecho preparativos para la defensa, pero no tuvieron valor para enfrentarse con el enemigo; la ira de Dios había ya predeterminado su cobardía y su derrota: “Tocarán trompeta y prepararán todas las casas, y no habrá quien vaya a la batalla; porque la ira está sobre toda la multitud” (Ezequiel 7:14). “¿Quién podrá estar en pie delante de ti cuando se encienda tu ira?” (Salmo 76:7) Pero no deduzcamos de esta larga historia de un pueblo rebelde y apóstata, que la elección de Israel para ser instrumento escogido de los propósitos de Dios, ha fracasado. Si no hubo base para ninguna arrogante superioridad por parte del judío, tampoco tenía el gentil nada en que gloriarse.

 

 

 

                                                          

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