LA IRA DE DIOS (II)
R.V. G. TASKER
2ª parte
Dentro de la perspectiva bíblica,
éste es el ejemplo más significativo de la ira divina en la época pre cristiana;
es una manifestación del juicio de Dios tan sobresaliente que no tiene paralelo
y sólo puede ser comparada con el juicio que pasará el Señor sobre los
pecadores en el último “día de la ira”. La segunda carta de Pedro no sólo
conduce nuestra atención hacia este paralelo en las palabra: “por lo cual el
mundo de entonces pereció anegado en agua; pero los cielos y la tierra que
existen ahora, están reservados por la misma palabra, guardados para el fuego
en el día del juicio y de la perdición de los hombres impíos” (2Ped.3:6,7),
sino que el mismo Hijo de Dios coloca ambos juicios uno al lado del otro cuando
dice: “Más como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del Hombre”
(Mt.24:37)
En la misericordia de Dios pareció
posible un nuevo principio para la humanidad después de la salvación de Noé y
su familia; y la Escritura da a entender que Noé hizo notoria a sus
contemporáneos una pertinente revelación de la justicia soberana de Dios,
porque a este patriarca de la antigüedad se le describe en 2ª Pedro 2:5 como
“predicador de justicia”. Pero el orgullo inherente en el hombre le condujo,
una vez más, a olvidar la distancia existente entre el cielo y la tierra, es
decir: entre Dios y el hombre, cuando éste erigió la torre de Babel. Burlándose
de la misericordia de Dios revelada en la salvación del diluvio, los hombres
sólo acertaron a provocar de nuevo la ira divina, la cual dio lugar a la
confusión del lenguaje humano y también a las numerosas lenguas que ha causado tantos
malentendidos y han constituido siempre un factor de división en la vida
humana.
Resulta claro de estos primeros
capítulos del Génesis no sólo que la ira de Dios se manifiesta especialmente
para confundir el orgullo humano en dondequiera que éste se manifieste, e
inflige sufrimiento y muerte como justos castigos, sino también que el hombre,
al pecar, se sumerge en mayor pecado y en la corriente de miseria y frustración
que el pecado trae consigo. Esta es la verdad que Pablo expone explícitamente
en la última sección del primer capítulo de la Epístola a los Romanos.
Los varios actos de impureza que
menciona el apóstol en Romanos 1:24-27, algunos de ellos, los mismos pecados
que motivaron la destrucción de Sodoma y Gomorra, “las cuales destruyó Jehová
en su furor y en su ira” (Dt.29:23), son los efectos tanto de la idolatría que
acarrea la ira de Dios sobre los hombres, como de la corrupción esencial del
corazón humano. Pablo habla en estos versículos de Dios como entregando a los
hombres a sus “impurezas”, y “viles pasiones”. Dios opera directamente en este
proceso de declive moral, aunque él no es responsable de este mal moral. “Hemos
de distinguir entre el acto por el cual Dios abandona al hombre y las terribles
consecuencias de este abandono. El abandono procedió de la divina justicia, pero
las consecuencias de la corrupción del hombre, en la cual Dios no tiene parte
alguna. El abandono es una acción negativa de Dios, o mejor dicho: una negativa
a actuar, en la cual Dios es soberano y dueño absoluto, pues no estando
obligado a conceder la gracia a nadie, es libre de retenerla según su
beneplácito, de manera que en la retención de la misma no hay injusticia”.
Llega un momento en que Dios cesa de contender con el hombre (Gén.6:3)
La razón por la cual se presta tanta
atención en esta sección de Romanos a los pecados de impureza probablemente se
halla, no meramente en el hecho de estos pecados eran muy corrientes en el
mundo romano cuando la carta fue escrita por Pablo, sino porque estos pecados
se asocian muy a menudo con la idolatría. La verdad que se revela es que cuando
el hombre degrada a Dios también se degrada a sí mismo hasta caer más bajo que
las propias bestias. Por lo tanto, el apóstol afirma en Romanos 1:28: “Y como
ellos no aprobaron tener en cuenta a Dios, Dios los entregó a una mente
reprobada, para hacer cosas que no convienen”.
A la luz del lenguaje usado en este
primer capítulo de la Epístola a los Romanos, no es satisfactorio limitar el
significado de “la ira de Dios” en el Nuevo Testamento únicamente a las
consecuencias que siguen a las acciones pecaminosas. “La ira de Dios, como se
ha dicho con acierto, es una cualidad de la naturaleza de Dios, una actitud de
la mente de Dios hacia el mal”.
Todo a lo largo de esta sección de
Romanos se hace énfasis en la justicia esencial de Dio s en su trato con los
paganos. Las manifestaciones de su ira no son arbitrarias, porque Dios no se
complace en la muerte del impío (Ezq.33:11), ni tienen lugar para ningún otro
propósito aparte la vindicación de sus soberanos derechos como Creador. Los
hombres han merecido plenamente la miseria que el pecado les acarrea. “Habiendo
entendido el juicio de Dios, que los que practican tales cosas son signos de
muerte, no sólo las hace, sino que también se complacen con los que las
practican” (Romanos 1:32) La
consecuencia está claramente expuesta en 2:14 y 15: su consecuencia se halla
sumida en la corrupción moral a la que se han abocado, pero esta conciencia no
ha borrado el sentimiento de que son seres morales con un sentido moral y una
responsabilidad: “dando testimonio su conciencia, y acusándoles o
defendiéndoles sus razonamientos”. Esto evidencia que, aunque no ha recibido la
revelación especial de una ley moral tal como ha sido dada a Israel, poseen por
naturaleza un conocimiento de la diferencia entre el bien y el mal. Son en
sentido real “ley para sí mismos, mostrando la obra de la ley escrita en sus
corazones, dando testimonio su conciencia”, por más que fracasen en obrar según
los dictados de esta conciencia.
La verdad esencial de la cuestión
radica en que, si bien el hombre posee por naturaleza un sentido moral, ha
fracasado de hecho no sólo en glorificar a Dios y obrar de manera agradable a
su voluntad, sino que se ha tornado incapaz de hace nada de esto debido al
pecado que ha sido amontonado en sus miembros. Los hombres, pues, según la
expresión de Romanos 9:22, son “vasos de ira preparados para destrucción”. El
apóstol vuelve a dar testimonio de esta verdad en Efesios 2:3 donde afirma que
él mismo y sus hermanos en la fe eran aparte de la gracia de Dios recibida en
su conversión: objetos de la ira de Dios por naturaleza, lo mismo que los
demás.
En este pasaje, pues, el apóstol subraya la constitución esencial del hombre caído, la cual es tanto la causa de las prácticas inicuas a las que se entrega, como el medio por el cual éstas son persistentemente mantenidas. Así como en virtud de su creación original a imagen de Dios, el hombre está dotado de un sentido moral y del don de la ciencia, como Pablo ha afirmado en Romanos 2:14; así también por causa de su naturaleza caída se halla inevitablemente envuelto en una manera de vivir que lo hace objeto de la ira divina. La conclusión, por consiguiente, es que aparte del Evangelio, toda la raza humana, engendrada de la simiente de Adán, nos acompaña es “el desfavor de Dios (Ef.2:3) nos acompaña desde la cuna”.
“Los paganos no serán juzgados por
una revelación que no conocen., Pero como tienen una revelación del carácter de
Dios en las obras de la creación (Romanos 1:19-20) y de la regla del deber en
sus propios corazones (Romanos 2:15) son inexcusables. Son tan impotentes para justificarse
mediante la norma que les ha de juzgar, como nosotros los somos de cumplir la
norma más severa por la que seremos juzgados cuando hayamos conocido la
revelación especial de Dios. Ambos, pues, necesitamos un Salvador (Romanos
2:12)”.
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