LA IRA DE DIOS (III)

R.V.G. TASKER

LA MANIFESTACIÓN DE LA IRA DIVINA

FUERA DEL PACTO

1ª parte

La enseñanza de la Escritura concerniente a la manifestación de la ira divina en el mundo pagano está en la Epístola a los Romanos 1:19-32. Insiste Pablo en este pasaje que el mundo no judío no puede dar la excusa de que no conoce a Dios porque no ha sido favorecido con la revelación especial concedida a Israel y no merece ser objeto de la ira divina. Por cuanto, aunque invisible al ojo humano, Dios se ha manifestado a través de las obras de su creación y por ellas se deducen “su eterno poder y divinidad”. Es evidente, pues, que el poder que hizo el sol, la luna y las estrellas es un poder eterno que posee las cualidades de la perfección y la deidad. En un sentido real, por lo tanto, el mundo pagano tuvo conocimiento de Dios, pero el pecado, inherente en cada hijo de Adán, condujo al hombre a la ceguera de no acertar a deducir de este conocimiento la obligación en que estaba de glorificar y alabar al Creador.

Como resultado, su conocimiento de Dios fue pervertido de tal modo que en Efesios 2:12, Pablo puede describir a los paganos como estando sin Dios en el mundo, si bien en este mundo el poder eterno de Dios y su divinidad se hacían más patentes. Esto se debe a que, cuando los hombres cambian la verdad de Dios que les es manifiesta por un falso concepto del carácter divino, pierden el sentido de la diferencia fundamental entre el Creador y la criatura; caen entonces en el pecado cardinal de la idolatría y dan a la criatura la adoración que debiera haberse dado únicamente al Creador. “Así cambiaron su gloria por la imagen de un buey que como hierba” (Sal.106:20) Y ser idólatra, sea cual sea la forma que tome la idolatría, es estar bajo la ira de Dios.

La entrada del pecado en el mundo se debió a la rebeldía de Adán de aceptar su condición de criatura, su estado de dependencia y sumisión a la soberana voluntad de Dios y a su deseo de convertirse en Dios. Por consiguiente, la ira de Dios se ha volcado sobre toda la humanidad desde entonces. “No aflige ni entristece voluntariamente a los hijos de los hombres” (Lamentaciones 3:33), pero así, y sólo así, puede ser vindicada su soberanía. Uno de los propósitos principales de los primeros capítulos del Génesis es registrar los juicios divinos y los castigos que Dios se vio obligado a infligir para que su absoluta soberanía y su perfecta justicia pudieran ser demostradas.

La sentencia de muerte pronunciada en contra de Adán, la maldición de la tierra por su causa, y la expulsión de Adán y Eva del paraíso terrestre son manifestaciones de la ira divina. Y, lo que es importante, son reconocidas como atales manifestaciones por los otros escritores de la Biblia. El salmista, por ejemplo, cuando medita en el hecho ineludible de la muerte, dice: “Porque con tu furor somo consumidos, y con tu ira somos turbados” (Sal.90:7) Es “en Adán”, explica Pablo, que “todos morimos”: “Reino la muerte desde Adán hasta Moisés, aun en los que pecaron a la manera de la transgresión de Adán”, a saber: en los que no desobedecieron mandamientos específicos como Adán, pero cuyos corazones, como uno de los resultados de la caída de Adán, eran desesperadamente impíos (Romanos 5:14)

Los efectos de la maldición pronunciada en contra de la tierra por causa de Adán, señala Pablo permanecerán hasta la manifestación final de los hijos de Dios: porque la creación gime, con señales de frustración, cambia y decae porque ha sido sujeta a vanidad por su Creador (Romanos 8:20) La expulsión de Adán y Eva del paraíso condujo a aquella sucesión de males que Pablo enumera como característicos de la vida humana en Romanos 1:29, 30. Se presta especial atención a la destructora naturaleza del pecado en el asesinato de Abel en manos de Caín, la primera de muchas ilustraciones bíblicas de la verdad que Santiago expresó con estas palabras “La ira del hombre no obra la justicia de Dios” (Stg.1:20); también aludo a la intranquilidad del hombre como “errante y extranjero en la tierra” (Gén.4:14) y a los incestuosos matrimonios de “los hijos de Dios con las hijas de los hombres” (Gén.6:1) que constituyeron una violación del orden moral que Dios había establecido y que resultó en una impiedad tan grande que “Dios se arrepintió de haber hecho hombre en la tierra y le dolió en su corazón” (Gén.6:6), expresión antropomórfica que expresa mediante un vocabulario muy humano los motivos y sentimientos divinos que llevaron al Señor del Universos a destruir con agua toda la raza humana con excepción de Noé y otros siete.

 

 

 

 

 

                                                          

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