LA IRA DE DIOS (II)
R.V.G. TASKER
PRÓLOGO
Nuestra investigación de la doctrina
sobre la ira de Dios debería comenzar por una cuidadora exégesis preliminar de
Romanos 1:18. En este versículo, el apóstol escribe: “Porque la ira de Dios se
revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres de
detienen con injusticia la verdad”. Los puntos principales en la interpretación
de este texto son: en primer lugar, averiguar si dicha expresión va ligada al
versículo anterior; y, en segundo lugar, saber cual es el significado exacto de
esta expresión “la ira de Dios”. En la suposición de que los dos versículos (el
17 y el 18) se sigan uno al otro con naturalidad, el versículo 18 suministraría
otra razón al apóstol Pablo para no avergonzarse del Evangelio (cf.v.16)
No se avergüenza, porque por medio
del Evangelio se da una revelación, no sólo de la justicia, sino de la ira de
Dios también. En favor de este punto de vista, se ha dicho que la forma de las
dos expresiones sugiere paralelismo y que toda vez que es el Evangelio sobre
todo que la ira de Dios se revela de manara adecuada, no existe contradicción
entre 1:18 y la posterior afirmación del apóstol en 3:25 cuando escribe:
“(Cristo Jesús) a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre,
para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia,
los pecados pasados”.
A la luz de este texto, parece que en Romanos 1:18, siguiendo una misma línea de pensamiento siempre, enseñe que antes de la acción redentora de Cristo no hubo una plena expresión de la ira de Dios. En otras palabras: la característica peculiar de toda la era precristiana fue que Dios en su paciencia pasó por alto las transgresiones de los hombres no infligiéndoles todo el castigo que merecían. Pero porque Dios es suma justicia este pasar por alto los pecados no podría ser algo permanente. Más tarde o más temprano, era inevitable que Dios manifestase toda su ira, sobre todo teniendo en cuenta que muchos han interpretado mal la naturaleza y el propósito de su paciencia pensando que Dios es como ellos: “Estas cosas hiciste y yo he callado, pensabas que de cierto sería yo como tú; pero te responderé y las ponderé delante de tus ojos” (Salmo 50:21). De manera que, “a causa de haber pasado por alto los pecados pasados”, era necesario que mostrase toda su justicia poniendo a Jesús como propiciación.
Se nos dice además que esta interpretación de Romanos 1:18 es consistente con dos afirmaciones de Pablo pronunciadas ante auditorios paganos; la primera el Listra (Hechos 14:16 en la que dice que “en las edades pasadas él ha dejado a todas las gentes andar en sus propios caminos”; la segunda en Atenas (Hechos 17:30), cuando dijo: “Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan”. También se nos dice que dicha interpretación está de acuerdo con Jeremías 31:32, citada en Hebreos 8:9, donde Dios dice: “Ellos no permanecieron en mi pacto, y yo me desentendí de ellos”.
Sin embargo, aunque es cierto que
ésta es la exégesis correcta de Romanos 3:25, en donde es obvio que el apóstol
subraya la necesidad de la plena satisfacción de la justicia divina por medio
del sacrificio propiciatorio de Jesús, toda vez que esa justicia de hecho nunca
había sido plenamente satisfecha antes. Pablo se ocupa aquí de colocar el
fundamento esencial para la doctrina de la gracia, mediante una exposición general
de la actitud permanente de Dios con respecto al pecado; pero sólo cuando los
hombres son plenamente conscientes de esta actitud invariable, se sienten
inclinados hacia las buenas nuevas de la revelación de la justicia de Dios en
la muerte salvadora de Cristo y pueden aceptar las mismas.
Darnos cuenta de que nos encontramos bajo la ira de Dios y en la desgracia (es decir sin gracia) es el paso preliminar de la experiencia de su amor y su gracia. En este sentid, el Evangelio es una mala noticia antes de que llegue a ser una buena nueva. Y esta revelación de ira divina ha sido hecho en varios grados, de muchas maneras y en diferentes épocas desde la caída de Adán. Por consiguiente, yo interpretaría en Romanos 1.18 no como un crecente profético, como si dijera: “la ira de Dios va ser revelada”, refiriéndose a la manifestación final y perfecta de la ira divina en lo que se denomina, según Romanos 2:5, “día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios”; tampoco lo interpretaría como un estricto presente: “la ira de Dios se revela en este momento”, aludiendo solamente a las condiciones que prevalecen en el Imperio Romano cuando Pablo escribió su carta.
Tampoco lo limitaría a la revelación de la ira divina en la pasión de Cristo,
cuando bebió hasta las hace, por causa de los pecadores, la copa de la ira de
Dios. Más bien, yo construiría la expresión como un presente continuo y
frecuente: “la ira de Dios se revela continuamente” cubriendo en su alcance
todo el campo de la experiencia humana, pero delineada especialmente en las
Escrituras del Antiguo Testamento. Debemos notar, de pasada, que este elemento permanente
de la ira divina es una característica que la diferencia de la ira humana
mezclada siempre con el pecado. Esta es
siempre inestable y arbitraria muchas veces; mientras que aquella es
eternamente estable, inconmovible y fundada en propósitos eternos.
“El hombre es una criatura del
tiempo, y sus emociones tienen que ver con el momento que pasa. Su enfado, por
consiguiente, debe ser frenado ya que su cólera es a menudo injusta. Pero Dios
es eterno y perfecto. Su ira no es una emoción pasajera, sino que responde
siempre a un propósito fijo y a un designio” (*)
*
Lactantius, De
Ira Dei. XXII
Un ejemplo perfecto de este aspecto
de la ira humana nos lo da el hermano mayor en la parábola del hijo pródigo
(Lc.15:28). Estaba enojado con quienes no debía, cuando no bebía, y por las
razones que no debía. Pablo añade en Romanos 1:18 que esta revelación de la ira
divina es hecha “desde el cielo”. Acaso el apóstol subraya esta verdad no
meramente para enfatizar que dicha ira es divina en su origen y su carácter
sino porque, como sugirió Calvino, es universal en su alcance: “cuan amplio y
extensos son los cielos, así la ira de Dios está derramada sobre todo el
mundo”.
Charles Hodge, en su excelente comentario a la epístola a los Romanos, sugirió también pertinentemente que Pablo añadió estas palabras, “porque como el relámpago del cielo, la ira de Dios ilumina el espectáculo más repugnante”. La enormidad de nuestro pecado. La humanidad puede hacer oídos sordos a la voz divina que trata de hablarle desde el interior de su conciencia, pero encuentra difícil escapar a esta misma voz cuando le llama a través de las vicisitudes de su experiencia.
También añade Pablo que esta revelación va dirigida “contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad”. Más bien, el apóstol intenta demostrar que, por la elección de estas palabras y por el orden en que las coloca, la injusticia humana, la inhumanidad del hombre para con el hombre, y la conducta bestial y aún infra animal en que a veces cae, tienen sus raíces más profundas en su fracaso en dar a Dios el honor y la reverencia que el Creador soberano tiene derecho a demandar de sus criaturas. El pecado que permanentemente evoca la ira de Dios, porque es la raíz de todos los demás pecados, es la supresión intencionada y premeditada de esa verdad concerniente a Dios según él mismo ha tenido a bien revelar a los hombres, y sobre la cual no pueden alegar ignorancia.
La verdad sobre la naturaleza divina,
que se halla al alcance de todos los hombres por la evidencia de las obras de
la creación de Dios, es necesariamente más limitada y circunscrita que la
revelación especial que ha escogido hacer por medio de su pueblo peculiar al
cual ha llamado para recibirla. Es una revelación de su soberanía y de su poder
creador más que de su misericordia y su gracia salvadora. Podemos, por
consiguiente, considerar primero la manifestación de la ira divina a aquellos
que se hallan fuera del pacto que Dios estableció con Israel; observaremos
luego las formas particulares que tales manifestaciones tomaron y las casusas
que las provocaron, cuando Dios dirigió su cólera en contra de su pueblo escogido
y finalmente veremos de qué manera la ira divina se manifiesta en Jesucristo,
bajo el nuevo pacto que él inauguró y en el día final, el día de la ira. Así
tendremos a mano, de modo limitado necesariamente, los puntos principales de
este enorme conjunto de material bíblico relativo al tema de la ira de Dios.
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