CATOLICISMO ROMANO (II)
Dr. Francisco Lacueva
La inmaculada concepción de la virgen María. Esto significa
que María fue preservada de la contaminación general causada por el pecado
original desde el primer momento en que fue concebida en el vientre de su
madre. La inmensa mayoría de los católicos desconocen el verdadero significado
de esta doctrina y piensan que se trata, ya de la virginidad de María, ya de su
impecabilidad.
Este dogma fue completamente ignorado en las primeras
centurias de la Iglesia. Con el desarrollo de la mariología durante la Edad
Media, llegó la controversia. Los más relevantes “doctores” de la Iglesia, al
mantener con firmeza la universalidad del pecado original juntamente con la
general necesidad de Redención, negaron abiertamente tal “dogma”, pero la
escuela franciscana señaló que María fue prevenida del pecado original,
inmaculada, por una gracia especial.
Los franciscanos ganaron la batalla y el consentimiento acerca
de este dogma se hizo unánime. Finalmente, Pío IX, año 1954, definió “que la
doctrina que sostiene que la beatísima Virgen María, desde el primer instante
de su concepción fue preservada inmune de toda mancha del pecado original, por
singular gracia y privilegio de Dios Omnipotente, en previsión de los méritos
de Jesucristo, Salvador del género humano, ha sido revelada por Dios y, por
tanto, ha de ser creída firme y constantemente por todos los fieles”
(Denzinger, 2803)
Los evangélicos tenemos que oponer a este “dogma” textos bíblicos
muy claros: Romanos 3:9-31; 5:12 dejan bien sentado que, excepto Cristo, no hay
un solo ser humano libre de pecado, y que el único modo de ser salvo “es de
gracia mediante la fe” (Ef.2:8); por eso, Isabel dice de María en el evangelio
de Lucas 1:45: “bienaventurada la que creyó”. Por otra parte, en la Epístola a
los Hebreos 4:15; 7:26 confirman que Cristo es el único sin pecado y, por
tanto, el único capaz de interceder ante Dios por nosotros (1ª Jan 2:1-2) (1)
(1)
CATOLICISMO ROMANO
Por
Francisco Lacueva Lafarga
(ex -sacerdote)
Se licenció y doctoró en teología dogmática por la Universidad Pontificia de Salamanca. Tras su ordenación sacerdotal desempeñó cargos de Coadjutor, profesor y canónigo magistral de la catedral de Tarazona de Aragón.
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