REMEDIO AL DESALIENTO
BILLY GRAHAM
Armoldo Toynbee, el gran historiador inglés, en fecha reciente, 1967, dio al mundo un lema cuando dijo, “aférrese y tenga esperanza”. En otras palaras, dice él, la tempestad ruge; todos los ideales que teníamos hace unos años se están desmoronando, pero él aconseja a la raza humana aferrarse y tener esperanza. Sin embargo, hay cientos de personas que, de día en día, encuentran refugio de las tormentas de la vida, en una fe viva en un Dios vivo.
El mirar hacia Dios, en una hora como ésta, en la historia
del mundo, es mucho más que una manera de huir. Múltiples miles de personas
normales e inteligentes han probado y comprobado que una relación vital con
Cristo es la experiencia que da más satisfacción en todo el mundo. Han
encontrado que la fe en Cristo es más que adecuado para las opresiones de esta
hora.
Para veintenas de personas, que cada semana escriben a
nuestra oficina, la vida ha cesado de tener valor para vivirla. Para todos
ustedes tengo buenas nuevas, Dios no nos creó para ser almas sin rumbo, en
derrota, desanimados y frustrados, buscando en vano la paz para el corazón y
para la mente. Él tiene planes más grandes para ustedes. Tiene una esfera más
amplia y una vida mayor para ustedes. La contestación para su problema, no
importa que tan grande sea, está tan cerca como su Biblia, es tan sencilla como
la aritmética de primer año y tan verdadera como el latir de su corazón.
La Biblia enseña: “Porque todo lo que es nacido de Dios vence
al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe” (1 Juan
5:4) Sobre la autoridad de la palabra de Dios, declaro a ustedes que Cristo es
la respuesta a toda confusión y perplejidad que azota a la humanidad. En él se
encuentra el alivio de las preocupaciones, el bálsamo para la desgracia, la
salud para nuestras heridas y la suficiencia para nuestras ineptitudes. Miles
han encontrado que Cristo es la solución para la soledad. Usted puede estar en
una ciudad grande como la ciudad de México o Río de Janeiro y encontrarse solo
en medio del gentío.
Ruperto Brooke, al estar para zarpar el barco que lo llevaría
de Liverpool a Nueva York, notando que todos tenían amigos que se despedían de
ellos excepto él, se sintió presa de un sentimiento de melancolía. Viendo a un
mugriento muchachito en el muelle, bajo corriendo y le dijo: - Jovencito,
¿quieres ganarte un dinero? El jovencito contestó meneando la cabeza en señal
afirmativa. – Entonces párate aquí y al zarpar el barco ondea la mano con tu
pañuelo y dime adiós, - Brooke dijo que nunca olvidó a ese muchacho, quien al ondear
con la mano su pañuelo sucio, curó su melancolía.
Muchos de ustedes viven vidas de una melancolía insoportable.
El mundo les ha cerrado su puerta y ustedes se encuentran afuera. Las barreras
sociales, les impiden hacer lo que quieren. Las barreras de su personalidad les
han desconcertado y les han estorbado. Viven en un mundo de agotadora soledad.
O quizás su compañera o compañero de muchos años ha sido repentinamente
arrebatado por la muerte y ustedes se encuentran solo en un caserón grande y
vacío. La soledad no escoge a sus víctimas. Tanto invade el palacio como la
choza.
La reina Victoria dijo después de la muerte de su esposo
Alberto: “Ya no hay quien me llame Victoria”. Aunque era una reina, conoció el
dolor de la soledad. Hay muchos que tratan de olvidar su soledad en la bebida.
Otros pierden el juicio por causa de su melancolía. Muchos se suicidan por
causa de la desesperación y la melancolía. Pero Cristo dijo: “Y he aquí yo
estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28:20)
Los jóvenes hebreos no se encontraban solos cuando fueron
lanzados dentro del horno encendido. Había uno que estaba con ellos, semejante
al Hijo de Dios. Moisés no se encontraba solo, en el desierto de Madián cuando
Dios vino a confortarlo y a llamarlo a un ministerio más amplio. Elías no
estaba solo en la cueva cuando Dios se acercó y le habló en un silbo apacible y
delicado. Pablo y Silas no estaban solos en la cárcel de Filipos cuando Dios
vino y le inspiró un canto a media noche. Sea quien sea, Cristo puede darle
consuelo.
No importa el calor, la raza ni el credo, los deseos del
corazón son los mismos. Ese doloroso vacío de melancolía puede ser llenado por
Cristo si usted le abre la puerta de su corazón y lo deja entrar.
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