LA IRA DE DIOS, SEGÚN LA BIBLIA (II)

LA MANIFESTACIÓN DE LA IRA

DIVINA FUERA DEL PACTO

(1ª parte)

La Escritura concerniente a la manifestación de la ira divina en el mundo pagano es Romanos 1:19-32. Insiste Pablo en este pasaje que el mundo no judío no puede dar excusa de que no conoce a Dios porque no ha sido favorecido con la revelación especial concedida a Israel y no merece ser objeto de la ira divina. Por cuanto, aunque invisible al ojo humano, Dios se ha manifestado a través de las obras de su creación y por ellas se deducen “su eterno poder y divinidad”.

Es evidente, pues, que el poder que hizo el sol, la luna y las estrellas es un poder eterno que posee las cualidades de la perfección y la deidad. En un sentido real, por lo tanto, el mundo pagano tuvo conocimiento de Dios; pero el pecado, inherente en cada hijo de Adán, condujo al hombre a la ceguera de no acertar a deducir de este conocimiento la obligación en que estaba de glorificar y alabar al Creador.

Como resultado, su conocimiento de Dios fue pervertido de tal modo que en Efesios 2:12, Pablo puede describir a los paganos como estando sin Dios en el mundo, si bien en este mundo el poder eterno de Dios y su divinidad se hacían más patentes. Esto se debe a que, cuando los hombres cambian la verdad de Dios que les es manifiesta por un falso concepto del carácter divino, pierden el sentido de la diferencia fundamental entre el Creador y la criatura; caen entonces en el pecado cardinal de la idolatría y dan a la criatura la adoración que debiera haberse dado únicamente al Creador. “Así cambiaron su gloria por la imagen de un buey que como hierba” (Salmo 106:20). Y se idólatra, sea cual sea la forma que tome la idolatría, es estar bajo la ira de Dios.

La entrada del pecado en el mundo se debió a la rebeldía de Adán de aceptar su condición de criatura, su estado de dependencia y sumisión a la soberana voluntad de Dios y a su deseo de convertirse en Dios. Por consiguiente, la ira de Dios se ha volcado sobre toda la humanidad desde entonces. “No aflige ni entristece voluntariamente a los hijos de los hombres” (Lamentaciones 3:33), pero así, y sólo así, puede ser vindicada su soberanía.

Uno de los propósitos principales de los primeros capítulos del Génesis – aunque la expresión “ira de Dios” no aparece en ellos -, es registrar los juicios divinos y los castigos que Dios se vio obligado a infligir para que su absoluta soberanía y su perfecta justicia pudieran ser demostradas. La sentencia de muerte pronunciada en contra de Adán, la maldición de la tierra por su causa, y la expulsión de Adán y Eva del paraíso terrestre son manifestaciones – de palabra y obra – de la ira divina.

Y, lo que es importante, son reconocidas como tales manifestaciones por los otros escritores de la Biblia. El salmista, por ejemplo, cuando mediata en el hecho ineludible de la muerte, dice: “Porque con tu furor somo consumidos, y con tu ira somos turbados” (Salmo 90:7).

Es “en Adán, explica Pablo, que “todos morimos”. “Reino la muerte desde Adán hasta Moisés, aun en los que no pecaron a la manera de la trasgresión de Adán”, a saber: en los que no desobedecieron mandamientos específicos como Adán, pero cuyos corazones, como uno de los resultados de la caída de Adán, eran desesperadamente impíos (Romanos 5:14) Los efectos de la maldición pronunciada en contra de la tierra por causa de Adán, señala Pablo, permanecerán hasta la manifestación final de la hijos de Dios: porque la creación gime, con señales de frustración, cambia y decae porque ha sido sujeta a vanidad por su Creador (Romanos 8:20.

Como comentó R. Haldane: “La misma creación que declara la existencia de Dios y publica su gloria, prueba también que Dios es el enemigo del pecado y el vengador de los crímenes de los hombres, de manera que la revelación de la ira divina es universal extendiéndose a todo el mundo y nadie puede alegar ignorancia”.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

                                              

 

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