MARÍA, LA MADRE DE JESÚS.
"¿POR QUÉ DEJÉ
EL CATOLICISMO?"
Hay que amar a la Virgen María, madre de Jesús, con todo el afecto de nuestro corazón. Lo cuidó con tanto cariño, lo sirvió y amó tanto durante su vida, cumplió con tanta perfección los mandatos de Jesús, que los que amamos a Jesucristo no podemos menos que amarla u agradecerle lo que hizo por nuestro amado y buen Jesús. Pero todo tiene un límite. El lugar que corresponde a Jesucristo no lo puede ocupar nadie más. Si en su vida nos lo hubiese indicado, ahora, lo haríamos según su divina voluntad. Pero nunca nos indicó, ni sus apóstoles tampoco, que todas las gracias vinieran a los hombres por medio de María.
La mediación universal de María es cosa añadida
posteriormente por los católicos, sin fundamento en las Sagradas Escrituras. Al
contario: en el Nuevo Testamento hallamos lo opuesto a esta glorificación católica
de la Virgen María. Es cierto que María fue llamada “bendita entre todas las
mujeres” por el ángel Gabriel, y como a tal la reconocen todos los cristianos
evangélicos. Tengo que decir que, como casi todos los católicos, yo tenía un
concepto equivocado del aprecio que les merece a todos los cristianos evangélicos
la bendita Virgen María. Al entrar en relación con ellos se ha desvanecido mi
error. Nadie ama más de corazón a la madre del Salvador que los cristianos
evangélicos.
Pero ante las enseñanzas del Evangelio no se sienten con libertad
para ensalzarla por encima del mismo Señor Jesucristo. No encuentran en la Sagrada
Escritura que María sea mediadora universal, reina de los ángeles, dispensadora
de todas las gracias y favores divinos. Cuando la María va en busca de Jesús y
le anuncian su llegada diciéndole: “Ahí fuera están tu madre y tus hermanos que
te buscan”, la respuesta del Salvador sorprende al católico avezado a pensar en
los términos de su Iglesia de la llamada “Reina de los Cielos”. “¿Quién es mi
madre y mis hermanos?” Y echando una mirada a los que estaban alrededor suyo
dijo: “He aquí mi madre y mis hermanos. Quien hiciera la voluntad de Dios, ése
es mi hermano, mi hermana y mi madre” (San Marcos 3:33-35)
Del mismo modo, cuando una mujer se entusiasma oyendo la predicación
del Señor y lanza una exclamación de exaltada glorificación de la Virgen María,
diciendo: “Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te amamantaron”, en
lugar de ser aprobada por el Señor, anticipando las glorias que María debería
recibir, según las enseñanza católica, y recomendar la devoción a su Madre como
cualquier sacerdote de nuestros días, Jesús responde simplemente: Más dichosos
los que oyen la palabra de Dios y la guardan” (San Lucas 11:27-28) Jesucristo no niega que la bendita Virgen
María sea bienaventurada. Pero en ambos casos restando importancia a la persona
de la Virgen, ensalza la fe y la obediencia a la palabra de Dios. Es decir: en
lugar de actuar como católico, nuestro Señor se porta exactamente igual como lo
haría cualquier cristiano evangélico en nuestros días.
¿No tiene fuerza esta argumentación? En cambio, en el
catolicismo emos que el culto a María ha absorbido la piedad del pueblo, y que
son muchos más santuarios, ermitas y devociones a María, que a Jesús. Esta es sencillamente
una inversión de valores. Se dice como respuesta a esta argumentación: “Es
nuestra madre”. Analicemos esta creencia católica y veremos que están
fundada solamente en las palabras de Jesús en la Cruz: “He ahí tu madre” (San
Juan 19:17)
Pero lo que consta en el Evangelio es que Jesucristo
encomienda a los hombres a Pedro. “Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas”
Jesucristo no tenía rebaños de ovejas ni de corderos. Se refería evidentemente
a los hombres. Le encomendaba el cuidado de los que Cristo miraba como ovejas
de un rebaño que habían estado sin pastor y hora iban a quedar otra vez sin él.
“Cuida de ellos, Pedro. Apaciéntalos con buena doctrina La doctrina que yo te
he enseñado”.
Y nosotros preguntamos: ¿Por qué los encomienda a Pedro si ya
los había confiado a María, y no simplemente como pastora sino como madre? ¿Es
que no tiene confianza en su madre? ¡O es que acaso que no basta su protección?
Es una redundancia que no tiene sentido, entendiéndolo como hacen los
católicos. La realidad es que encomienda el Señor su madre a Juan y los hombres
a Pedro. Además, si Jesucristo quería que fuera nuestra madre, no le constaba
más esfuerzo decir. “Aquí tenías a vuestra madre”, dirigiéndose a los presentes
que decirle sólo a Juan: “Aquí tienes a tu madre”.
Y nada le costaba decir a su Madre: “Aquí tienes a tus hijos”. Si no hubiera habido en el Calvario nadie más que Juan, se podía quizá explicar más interpretación católica. Pero estaba la Magdalena, las oras piadosas mujeres, los discípulos, etc. El Evangelio lo expresa bien claro. Se dirige sólo a Juan para que haga las veces de hijo y la cuide con cariño filial, y la consuele en su soledad como verdadero hijo. Para que se aclare mejor este pasaje evangélico pondremos una comparación al alcance de todas las inteligencias.
Un labriego quiere regalar un saco de trigo a un amigo, en
recompensa de favores recibidos o como prueba de amistad. Se lleva a su amigo a
los graneros que están llenos de sacos de trigo y señalándole uno, le dice: “Aquí
tienes tu saco. Te lo puedes llevar cuando quieras”. Si ese amigo obsequiado
con un saco de trigo, viniera con un carro y se los quiera llevar todos, porque
le dijeron: “Aquí tienes tu saco”, ¿le daría alguien la razón a él? ¿Entendería
alguien que, al decir, “este es tu saco”, se los daba todos?
Y si lo dado es un ser vivo, por
ejemplo, una paloma, que está en un palomar, la cual su dueño quiere regalar a
un niño, diría el amor señalando a la paloma más bonita, “Aquí tienes a tu
paloma”. Y quizá tomando a este cariñosamente en sus manos diría al entregarla
a su amiguito: “Vete, vete con él, éste es tu amo”. ¿Hay alguien que pueda entender
que al amigo le da todas las palomas del palomar, o qu7e da la paloma a todos
los niños del barrio como dueños de ella?
El mismo sentido tiene la expresión
de Jesús en singular: “Aquí tienes a tu madre”. Hay que entenderla tal como
suena: en singular. No se ve por qué hablar aquí metafóricamente. Pero el caso
es que hubo un orador que comenzó a hacer literatura y poesía con esta frase:
Gustó, se hizo popular, y la tradición la ha conservado, fundando sobre ella la
Mariología Católica.
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