LA DEFENSA APOSTÓLICA DEL EVANGELIO
Por el
Dr. F.F. BRUCE
Profesor de la Cátedra Rylands de Crítica y
Exégesis Bíblica de la Universidad de Manchester
CAPÍTULO I
EL EVANGELIO
ENFRENTA
AL JUDAÍSMO
El Evangelio enfrentó al judaísmo cuando Jesús discutió con
los dirigentes de la sinagoga de Galilea y con los escribas y fariseos en los
atrios del templo de Jerusalén, como también cuando estuvo de pie ante el Sanedrín
y les aseguró que Él era el Mesías. Jesús y sus pretensiones constituían una
Es nectal como ellos consideraban la situación, exigían que
Él fuera quitado de en medio.
La predicación apostólica
Pero, lejos de librarse de Jesús, descubrieron bien pronto
que tenían que vérselas de nuevo con sus pretensiones, y en una forma que les
resultó altamente intratable. Los seguidores de Jesús, que se podría haber
esperado que hubiesen desaparecido en la oscuridad de Galilea de donde habían
surgido, dado el pánico que los sobrecogió cuando Jesús fue arrestado,
volvieron a Jerusalén y comenzaron una campaña de pública evangelización en
favor del mesianismo de Cristo Jesús, que había sido crucificado.
Proclamaron que Jesús era el Mesías por tanto tiempo
esperado; que las escrituras proféticas que predijeron la llegada del Mesías se
habían cumplido en el ministerio, sufrimiento y triunfo de Jesús, y que las
obras poderosas que realizó fueron tantas “señales” que indicaban que en Ël
había llegado la era mesiánica.
Los cristianos del siglo primero, a igual que sus sucesores
del segundo y muchos siglos después, consideraron que el argumento de las
profecías y el argumento de los milagros, eran las evidencias más fuertes de la
verdad del Evangelio. Y es posible que parte de nuestra apologética consista en
convencer a la gente de nuestro tiempo de que, como lo dijo Jesús a los
saduceos que, estaban equivocados ignorando “las Escrituras y el poder de Dios”
(Mt.22:29)
Es necesario inculcar una nueva conciencia en cuanto a las
Sagradas Escrituras como la Palabra escrita de Dios, y una nueva conciencia de
lo sobrenatural: nueva conciencia de Dios operando en el mundo que Él ha
creado.
La proclamación de los apóstoles consistió en la
argumentación de las profecías y en la argumentación del milagro, y las dos
coincidieron y culminaron en la resurrección de Jesús. Esta fue la señal mesiánica
suprema, la demostración más grande del poder de Dios, y fue, al mismo tiempo,
el cumplimiento concluyente de aquellas profecías que indicaban al Mesías. Y no
sólo eso. Era algo a lo cual los apóstoles podían aportar su propio testimonio
directo. “A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos”
(Hch.2:32)
Ellos afirmaron que Dios, al levantar a Jesús de entre los
muertos, había cumplido su promesa de dar a su pueblo “las misericordias firmes”
predichas a David y a su linaje (Is.55:3, citado en Hechos 13:34, Sal.16:10,
citado en Hechos 2:25; 13:35) Nadie había sido librado de la muerte de esta
manera. Jesús entonces, era indudablemente el Mesías, entronizado a la diestra
de Dios de acuerdo al oráculo del Salmo 90.1 (Hch.2:34) Él fue el siervo
obediente del Señor, exaltado y ensalzado (Is.52:13; Hch.3:13)
Esta fue la esencia del mensaje apostólico anunciado
confiadamente en aquellos primeros tiempos. La defensa del Evangelio en aquella
etapa consistió en la defensa de las afirmaciones de Jesús de que Él era el
Hijo de Dios y el Mesías, pretensión desaprobada por los principales de los
sacerdotes y los ancianos religiosos del pueblo judío, pero confirmada por el
acto de Dios, como los apóstoles pudieron testimoniar de su propia experiencia.
Está fuera de duda que el argumento de la resurrección de
Jesús era especialmente fuerte en una época en que pudo ser esgrimido por los
hombres que realmente lo vieron vivo después de su pasión y muerte, y oyeron de
los labios del Señor resucitado una interpretación de todas las Escrituras, en
cuanto a “lo que de ´El decían”. Pero los cristianos de nuestros días pueden
dar énfasis, también, a la evidencia de la resurrección del Señor como un
argumento muy poderoso de la verdad cristiana; y su evidencia será tanto más
efectiva y convincente, si el poder de la vida de Cristo opera en la vida de
ellos de un modo tal, que quienes les rodean puedan contrastarlo.
Seguirá.
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