PROFECÍA BÍBLICA (IV)
WILLEM KRAAK
CAPÍTULO IV
El gran acontecimiento
que inaugurará el reino
En esta tremenda expectación de las cosas que han de venir
sucede al fin la visión de Daniel. Él vio al Hijo del Hombre presentarse ante
el tribunal de Dios, y su investidura de poder para ejecutar las resoluciones
de Dios a fin de establecer en la tierra su reino de paz.
“Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los
pueblos, naciones y lenguas ke sirvieran; su dominio es dominio eterno, que
nunca pasará, y su reino uno que no será destruido” (Dn.7:9-14) Esta escena
dirige nuestra atención al Libro de Apocalipsis, que contiene la revelación que
el Señor Jesucristo dio a su apóstol Juan hacia finales del primer siglo de
nuestra era (Ap.1:1)
El contenido es una profecía que cubre la época del
cristianismo entera, y completa la profecía de Daniel (Capítulos 4 y 5 de
Apocalipsis) Relacionada con la visión de Daniel, el apóstol Juan nos da una
descripción más extensa de la solemne proclamación en el cielo de que el Señor
Jesucristo es Juez y Rey divino, el único digno de efectuar las resoluciones
del Altísimo tocante a sus procedimientos con la tierra. En este pasaje observamos, en primer lugar,
un grandioso homenaje al Cordero de Dios por parte de la redimida cristiandad
cantando el himno:
“Tú eres digno de tomar el libro y romper sus sellos; porque
fuiste sacrificado, y con tu sangre nos compraste para Dios, de toda raza,
idioma, pueblo y nación (Ap.5:9) El apóstol Juan nos dice aquí que vio una
sublime celebración en la que tomaba parte toda iglesia cristiana, compuesta de
creyentes de todas las naciones. Pues todos juntos habían sido recogidos de la
tierra y trasladados al cielo como lo explica el apóstol Pablo: “El Señor mismo
va a bajar del cielo con voz de autoridad; entonces los que murieron creyendo
en Cristo resucitarán primero; después, los que quedemos vivos seremos llevados
juntamente con ellos entre las nubes para encontrarnos con el Señor en el aire.
Así vamos a estar con el Señor para siempre” (1ª Ts.4:16,17)
¡De veras, ésta es la realización de la fe cristiana! Todos
los que pertenecen a Cristo: niños, muchachos, jóvenes, adultos y ancianos
experimentarán el misterio que el apóstol Pablo explica aquí: “No todos vamos a
morir; pero todos seremos cambiados en un momento. Sonará la trompeta, y los
muertos serán resucitados y nosotros seremos cambiados. Porque nuestra
naturaleza, que no dura, tiene que vestirse con lo que dura para siempre” (1ª Cor.15:51-53)
Entonces tendremos una naturaleza semejante al cuerpo de
Cristo resucitado, y Él podrá llevarnos con consigo. De acuerdo con la
enseñanza del Señor Jesús: “En la casa de mi Padre hay muchos lugares en que
vivir. Así que voy a prepararos un lugar. Y después de irme y de prepararos un
lugar, voy a venir otra vez para llevaros conmigo, para que vosotros estéis en
el mismo lugar en donde yo voy a estar” (Jn.14:2,3)
Jesucristo ratifica esta su promesa al dictar a san Juan las
siguientes palabras escritas para los creyentes: “Has guardado mi mandamiento
de tener paciencia, y por esto Yo te guardaré de la hora de prueba que va a
venir sobre el mundo entero, para poner a prueba a todos los que viven en la
tierra” (Ap.3:10)
Antes de que los juicios de castigo a la incredulidad
estallen sobre la tierra, el Salvador llevará a Su casa celestial a los
creyentes amados, para los cuales Él se ha hecho el gran Fiador según enseñó y
declaró en el Evangelio de Juan: “Dios amó tanto al mundo que dio a su Hijo Único,
p ara que todo aquel que cree en Él, no perezca, sino que tenga vida eterna”
(Jn.3:16) “Pero el que no quiere creer
en el Hijo, no tendrá esa vida, sino que recibirá el terrible castigo de Dios”
(Jn.3:36)
De acuerdo con esas afirmaciones y promesas vemos en los tres
primeros capítulos del libro Apocalipsis al Señor Jesús en constante atención
para el bienestar de ciertas iglesias locales de su tiempo, a fin de advertir y
preparar a la Iglesia universal para el encuentro venidero con Él (Capítulos 1,
2, 3) Entre tanto, en última invitación,
el Señor Jesús insta a cualquiera diciendo: “Yo estoy a la puerta y llamado; si
alguien oye mi voz y abre la puerta, entraré a su casa y cenaré con él, y él
conmigo” (Ap.3:20) Él está dispuesto hasta el último minuto a redimir al
pecador y darle su vestidura de justicia, sin necesidad de méritos propios,
sino solamente por gracia a casusa de su fe en el Salvador (Jn.3:18) Es
necesaria la entrega a Él sinceramente antes de que él haya llevado su Iglesia
consigo y comience la época de los juicios sobre el mundo.
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