SALMO XXIII (3ª)

Juan C . Varetto

“Aunque ande en valle de sobra de muerte, no temeré mal alguno; por qué tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento”.

La oveja tiene que pasar ciertos valles sombríos y peligrosos que le infundirán espanto si no supiese que ahí está el pastor para defenderla. Esto nos hace pensar en los traces amargos por los cuales muchas veces en la vida tiene que pasar el verdadero hijo de Dios, pero los pensamientos del pueblo cristiano se dirigen especialmente al duro trance de la muerte. En ese momento cuando hay que decir adiós a todo lo que nos rodea; separarnos de los seres queridos con quienes hemos compartido tantos goces y sufrimientos; dejar a nuestros amigos y compañeros, para irnos a otro mundo, sólo puede estar tranquilo aquel que sabe que la muerte es sólo el zaguán por el cual se pasa a la vida futura, y que por medio de la muerte el alma se separa del cuerpo para entrar en el reposo duradero. En ese momento, lejos de turbarse, el creyente puede cantar jubiloso y triunfante:

“Y cruzaré la noche

Lóbrega sin temor,

Hasta que venda el día

De personal fulgor;

¡cuán placentero entonces

Con Él será morar,

Y en la mansión de gloria

Con mi Jesús reinar”.

No tendré temor alguno porque es fiel a sus promesas aquel que dijo: “Mi siervo eres tú; te escogí, y no te deseché. No temas que yo soy contigo; no desmayes que yo soy tu Dios que te esfuerzo, siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia” (Is.41:9,10) “No tendrás temor de espanto nocturno, ni de saeta que vuele de día; ni de pestilencia que ande en oscuridad, ni de mortandad que en medio del día destruya. Caerán a tu lado mil, y diez mil a tu diestra, mas a ti no llegará” (Sal.915-7)

Pueden soplar todos los vientos de cruel adversidad; pueden desencadenarse todas las tempestades del abismo; pueden rugir furiosos los leones devoradores; pueden encenderse todas las hogueras de la persecución; nada nos importa, porque “si Dios es con nosotros; ¿quién contra nosotros?”. “Antes en todas estas cosas hacemos más que vencer por medio de aquel que nos amó. Porque estoy cierto que n i la muerte ni la vida, ni ángeles ni principados, ni potestades, ni lo presente ni lo porvenir, ni lo alto ni lo bajo, ni ninguna criatura nos podrá apartar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro”.

La oveja no confía en sí misma. Su confianza está puesta en la presencia cercana del pastor: “Porque ´tu estarás conmigo”. Nosotros acordémonos de Cristo quien al ascender a los cielos nos dijo: “He aquí yo estoy con vosotros hasta el fin del siglo”. Estando él a nuestro lado nada temeremos. En el valle de sombra de muerte, nulas serán nuestras fuerzas. Como el salmista, miremos a Jehová y con confianza digamos: “Tu vara y tu cayado me infundirán aliento”.

“Aderezarás mesa delante de mí, en presencia de mis angustiadores; ungiste m i cabeza con aceite; mi copa está rebosando”.

En una explicación oriental de este salmo hallamos que estas palabras hacen referencia al hecho de que el pastor busca un terreno algo donde sus ovejas puedan pastar. Es ésa la mesa al aire libre que David tiene en su mente en este canto. “Toda la habilidad del pastor y frecuentemente un trabajo heroico se requiere para cumplir con este deber, pues muchas veces tiene que hacerlo en presencia de los enemigos de las ovejas. Hay muchas plantas venenosas entre la yerba, y el pastor debe buscarlas y evitarlas”.

“Luego por ahí hay hoyos de víboras en algunas clases de terreno. Algunas veces se encuentran terrenos donde los topos han hecho sus cuevas a poca profundidad. En algunos agujeros se echan las serpientes dejando asomar la cabeza, listas para morder a las ovejas”. “Alrededor del pastoso terreno que el pastor prepara puede haber chacales, lobos, hienas, y también panteras, y el valor y destreza del pastor están en su más elevado pronto cuando tapa los escondrijos con piedras o mata a los animales feroces”. Llevando a las ovejas a pastar se dirige al corral y a medida que las ovejas van entrando las examina cuidadosamente una por una para ver en qué estado se encuentran. Cuando observa que alguna está fatigada le lava prolijamente la cara, y le unge la cabeza con el refrescante aceite de oliva. Luego le da a beber aguan que ha traído consigo para ese fin. A esta costumbre de los pastores en Oriente hacen referencia estas palabras; “ungiste mi cabeza con aceite; mi copa está rebosando”.

Como ovejas del redil de Jesucristo estamos siempre acechados por el gran enemigo de nuestras almas, pero nuestro pastor nos cuida para que no pueda tocarnos. “Nadie las arrebatará de mi mano: Mi Padre que me las dio mayor que todos es; y nadie las pude arrebatar de la mano de mi Padre”; dijo el gran pastor de las ovejas.

Él ungirá nuestras cabezas con el olio puro de su gracia, y si nos fatigamos nos dará a beber el agua refrigerante de su amor. Como nada falta a la oveja protegida por su pastor fiel, así nada faltará siendo ovejas del mejor de los pastores: Cristo Jesús.

“Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida; y en la casa de Jehová moraré por largos días”.

No un día, pero sí todos los días de la vida, el bien y la misericordia seguirán a los que son fieles al Señor. Si es cierto que cada día trae aparejadas sus luchas y sus congojas, no es menos cierto que trae también sus gracias y sus bienes. El futuro no es sombrío para el creyente, ni el mañana le aflige porque sabe ciertamente que su Dios es fiel y no le faltará. Larga y penosa puede ser la jornada de la vida, pero ni un solo día faltará la protección divina, y yendo de gloria en gloria y recibiendo gracia sobre gracia llegará a la patria celestial donde para siempre jamás gozará de delicias inefables. “En la casa de Jehová moraré por largos días”, y mientras esperamos la llegada del aquel día esplendente digamos jubilosos:

“Cantaré, cantaré del hermoso país,

El lejano, glorioso jardín,

Donde ha de vivir el alma feliz,

Mientras vuelan los siglos sin fin.

 “Oh, la patria del alma, en ensueños se ven

Sus muros de jaspe y cristal,

Y cercano parece el bello Edén,

Radiante con luz celestial”.

 

Fuente:

“Discursos Evangélicos”, 1926

 

 

 

 

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