¿POR QUÉ SOMOS CRISTIANOS? (3ª)
Juan C. Varetto
Otro testimonio importante lo hallamos en Ernesto Renán. Sus
obras son muy populares entre los incrédulos. Fue un crítico demasiado
atrevido, pero como un gran genio dejó grandes páginas dignas de admiración.
Hablando de Jesús dijo:
“Descansa ahora en tu gloria, Noble Iniciador, Tu obra está
terminada, tu divinidad establecida. No temas más ver derrumbado el edificio de
tus afanes. Por miles de años el mundo te ensalzará: tú serás la señal
alrededor de la cual pelearemos nuestras más encarnizadas batallas. Mil veces
vivirás y mil veces serás más amado. Desde tu muerte has venido a ser la piedra
angular de la humanidad, a tal punto que sacar tu nombre del mundo sería verlo
conmoverse desde sus cimientos. Entre ti y Dios los hombres no pueden distinguir.
¡Conquistador absoluto de la muerte; toma posesión de tu reino! Y por el camino
real que has trazado te seguirán generaciones enteras de adoradores” (Vida de
Jesús, Cap. XXV)
En otro pasaje dice el mismo autor:
“Cualesquiera que puedan ser los fenómenos inesperados del porvenir,
Jesús no será superado. Su culto se renovará sin cesar; su historia provocará
lágrimas sin fin; sus sufrimientos enternecerán los mejores corazones, y todos
los siglos proclamarán que entre los hijos de los hombres no ha nacido uno más
grande que Jesús” (Vida de Jesús, Cap. XXVIII)
El tiempo no nos bastaría si quisiéramos continuar con los
testimonios de grandes hombres, tales como Napoleón, Pascal, Goethe, Carlyle, y
una legión de otros.
Pasemos ahora a considerar la tercera razón del porqué somos
cristiano9s; es la siguiente: La Biblia lleva consigo ls pruebas de que es un
libro divinamente inspirado. Así como Cristo no es un hombre como los demás
hombres, la Biblia no es un libro como los demás libros. Si la Biblia es un libro divinamente
inspirado, la verdad se halla en el sistema cristiano. Veamos algunos ejemplos.
El. Profeta Isaías vivió unos setecientos años antes de loa
era cristiana, y pudo anunciar detalladamente el nacimiento, obra y muerte de
Jesucristo. ¿Cómo pudo hacer si es que no hablaba por inspiración divina? El
profeta Daniel tuvo visiones en las que anunció el levantamiento y la caída de
imperios que aún no existían. Pudo ver en una sola visión el porvenir de la
humanidad y escribir en pocas palabras lo que podemos llamar un bosquejo de la historia
de las naciones que no habían aparecido sobre la superficie del globo. Tanta
exactitud hay en sus predicciones que uno está tentado a creer que el autor del
libro de Daniel tenía por delante una historia universal escrita en nuestros
días. ¿Cómo pudo Daniel preguntamos al incrédulo orgulloso de su saber,
predecir el porvenir? La respuesta la tenemos en las palabras de San Pedro
cuando dice: “Los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados del
Espíritu Santo”.
El incrédulo que no conoce la Biblia sino por nombre, puede
tener la idea de que se trata de un libro como otro, pero el hombre que se ha detenido
a examinar su contenido y a verificar sus declaraciones y sobre todo el que ha
experimentado los saludables efectos de su doctrina, pensará siempre de otro
modo. Yo he podido notar que aquellos que no creen en la Biblia son
generalmente, personas que no la conocen. A un incrédulo le oí hablar una vez
del Evangelio de San Gregorio. Un poco de conversación con los que atacan la
Biblia basta para darse cuenta que atacan un libro que jamás han leído y mucho
menos estudiado.
Jamás libro alguno ha tenido más enemigos que la Biblia, y
con todo ha podido resistir a los ataques, saliendo siempre triunfante.
Voltaire anunció que cien años después de su época el cristianismo habría
pasado a los recuerdos de antaño. Pero su profecía falló. Hoy no hay libro más
popular que la Biblia. Ninguno cuenta con tantos lectores ni está traducido a
tantos idiomas y dialectos diferentes, y lo que es más interesante de todo es
el hecho de que la imprenta que Voltaire empleó para imprimir sus libros anti
religiosos ha sido empleada después de su muerte para imprimir Biblias, y la
Sociedad Bíblica de Ginebra tiene su depósito en la misma casa que ocupó Voltaire.
Con razón los antiguos compararon la Biblia a un yunque; los
martillos que golpean sobre él se rompen y el yunque nada sufre; así es la Biblia.
Se despedazan los que la atacan, pero ella sigue obrando en millones de
corazones. Alguien ha comparado los ataques de la incredulidad a la Biblia, con
los perros que ladran a la luna. Ellos ladran y ladran hasta que se cansan,
pero la luna sigue su curso: La misma cosa hace el Libro ante los ataques de
los incrédulos. Somos cristianos, pues, porque estamos persuadidos de que la Biblia
es un libro divinamente inspirado.
Muchas otras razones podríamos dar en apoyo de nuestras
afirmaciones, pero creemos que las tres que acabamos de señalar son suficientes
al que ama la verdad y quiere ser sincero con sus convicciones, de modo que
concluiremos aquí, deseando sólo mencionar como argumento final y epílogo a
esta conferencia el hecho de que el cristianismo se impone de por sí en todas
partes, y si es cierto que los más idóneo siempre prevalece sobre lo inferior,
podemos deducir de este hecho que el mundo no conoce nada mejor que las doctrinas
de Cristo.
El kerosén substituyó a las velas en el alumbrado público que
tenía Buenos Aires, porque el kerosén es mejor. El gas sustituyó al kerosén por
la misma razón y la luz eléctrica se impone ahora. Lo mejor prevalece. Y no hay
país de la tierra donde los hombres no tengan que comprobar que el cristianismo
es superior a cualquier otro sistema conocido. Por eso somos cristianos.
Fuente:
"Discursos Evangélicos", 1926
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