¿POR QUÉ SOMOS CRISTIANOS? (1ª)

Juan C. Varetto

Cuando San Pablo fue a Corintio para predicar el evangelio, se había impuesto como norma de conducta el no entender de otra cosa sino de Jesucristo y de este crucificado.

No se presentó como lo había hecho en Atenas, con un discurso capaz de provocar la admiración de sus oyentes, sino que despojándose en absoluto de todo lo que hay de hermoso y legítimo en el lenguaje humano, y sin emplear palabras persuasivas de humana sabiduría, se limitó a presentar un Salvador muerto en un madero, y esto aún, lo hizo “con flaqueza y mucho temor y temblor”.

Esta actitud del apóstol podía hacer pensar que la doctrina de Pablo no podía ser defendida desde el punto de vista filosófico. Acostumbrados a las grandes palabras de la filosofía griega, se escandalizaban de la sencillez de los discursos del apóstol.

A esta suposición responde con las siguientes palabras que leemos en el primer capítulo de la Primera Epístola a los Corintios: “Empero hablamos sabiduría entre perfectos; y sabiduría no de este siglo, ni de los príncipes de este siglo, que se deshacen; mas hablamos sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría oculta, la cual Dios predestinó antes de los siglos para nuestra gloria”.

Algo análogo ocurre en nuestros días. Los cristianos estamos tan justamente enamorados de la cruz, que no nos hallamos dispuestos a dedicar mucho tiempo al aspecto filosófico, de nuestro credo, prefiriendo predicar a Cristo y a éste crucificado, y aquellas personas que están siempre con la palabra ciencia en los labios, y que han leído los títulos de unos cuantos libros con gran aparato científico, se forman fácilmente la idea de que al no ocuparnos de la ciencia en nuestros púlpitos es porque tememos salir mal parados tocando estos asuntos. ¡Nada más erróneo!

El cristianismo puede ser sometido al microscopio más perfecto; puede hacer frente a los silogismos más agudos de los hombres; puede satisfacer las exigencias de la mente más desarrollada; puede estar de pie ante el tribunal de la ciencia; puede ser examinado, puesto a la luz, escudriñado y criticado sin que tenga nada que perder, pero sí mucho que ganar, en todas estas pruebas.

¿Por qué somos cristianos?

Una razón simple: El hombre es un ser que tiene por naturaleza necesidades espirituales, y sólo Cristo es quien puede satisfacerlas. Cuando Dios creó al hombre, nos cuenta el Génesis, lo creó en alma viviente. Diferente y superior a los demás seres de la creación, no puede satisfacerse con las cosas puramente materiales. Compuesto de cuerpo y alma, es justo que tanto el uno como la otra reciban su cuidado. El cuerpo se contenta con el alimento, la salud, la fuerza y el ejercicio de sus facultades, pero el alma necesita algo diferente. Tratándose de una substancia espiritual es evidente que debe ser satisfecha con cosas espirituales.

La experiencia nos dice, que cuando el hombre busca satisfacer las necesidades del alma por medio de las ceremonias de las religiones, o por las especulaciones filosóficas de la teosofía, se encuentra tan desdichado después como antes de haber acudido a esas fuentes. En cambio, cuando el alma acude a Cristo llevando a cabo los indispensables requisitos del arrepentimiento y la fe, halla en Él esa satisfacción inmensa que en vano procuramos explicar, pues sólo se comprende experimentándola, o sea, hechos y no teorías.

“No solamente con pan vivirá el hombre, sino con toda palabra que sale de la boca de Dios”, dijo Jesús. De modo que tenemos, según estas palabras necesidades espirituales que sólo pueden ser llenadas mediante un pan que no es oro sino la palabra del Eterno. Los pueblos siempre han sentido la necesidad de una fuerza sobrenatural que les socorra y han buscado a Aquel a quien reconocen autor de todo lo que les rodea; pero han quedado plenamente satisfechos sólo los que buscaron el sano alimento de la palabra de Dios.


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