SANTIFICACIÓN (1ª)
Juan C. Varetto
“Como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo” (1ªPedro1:15-16)
La fe que justifica y salva al pecador no es una fe muerta,
sino una fe vivía que siempre va acompañada de frutos de justicia y santidad
que son agradables a Dios. Cuando uno dice que tiene fe, debe demostrar la fe
por sus obras, y en aquellos casos cuando hay personas que hacen profesión de
cristianos y no viven una vida santa y limpia ante los ojos de Dios y de los
hombres, podemos estar más que seguros de que las tales personas no saben lo
que es la fe salvadora, y por lo tanto no están justificadas delante de Dios.
La justificación es la obra de Cristo por nosotros y la santificación es la obra de Cristo en nosotros. No bien el creyente se reconoce salvado por la fe en Cristo, nace en él una nueva responsabilidad y comprende que ese mismo Jesús que le ha salvado del infierno quiere salvarles de sus pecados y reinar en él para santificar su vida. El objeto que Dios se propone, es nuestra santificación, pero como ésta es imposible mientras permanezcamos enemistados con él, empieza dándonos el perdón justificándonos para que entremos en una vida nueva. La justicia que nos es imputada, tiene que convertirse en una justicia real, y a este segundo paso se le llama santificación.
"La fe que justifica crea en el alma del creyente una antipatía mortal hacia el pecado; pecado que se hace odioso al solo pensamiento de que para expiarlo fue necesaria la muerte de Cristo; y al mismo tiempo despierta un vivo deseo de santidad, de esa santidad de que Cristo fue la perfecta personificación. El comentador Godet al hablar de la relación que existe entre la justificación y la santificación:
"La justificación por la fe es la entrada a la salvación, y la
santificación es la salvación misma. Cuanto más uno distingue claramente estos
dos dones divinos tanto más comprende el lazo que los une. Sólo Dios es bueno;
la criatura no puede hacer el bien sino en Él. Por consecuencia para colocar al
hombre en condición de ser santificado, hay que empezar por reconciliarlo con
Dios y restaurarlo en Él. Para eso es necesario derribar la muralla que lo
separa de Dios, la condenación divina que lo hiere como a pecador.
Una vez que la justificación ha levantado este obstáculo, y
la reconciliación se ha efectuado, el corazón del hombre se abre y se entrega
con abandono al favor divino que les es otorgado, y la comunión con Dios que
había sido interrumpida por el estado de condenación, vuelve a establecerse. El
Espíritu Santo que Dios no podía otorgar a un ser que estaba con Él, vine a
sellar en su corazón la nueva relación fundada sobre la justificación.
Este es el objeto que Dios tenía desde el principio; porque
la santidad es la vida divina misma, para la cual el hombre fue creado. La
justificación por la fe es la puerta estrella, y la santificación por el
Espíritu es el camino angosto que lleva a la vida”.
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