SANTIFICACIÓN (2ª)
Juan C. Varetto
Dios, pues, nos ha llamado a salir del mundo, del mundo del
pecado, para ser santos. Tal fue la enseñanza de los primitivos cristianos, y tal
debe ser la nuestra. Fijémonos ahora en estas palabras de San Pablo: “Apartaos
de toda especie de mal, y el Dios de paz os santifique en todo; para que vuestro
y alma y cuerpo sea guardado entero sin reprensión para la venida de nuestro
Señor Jesucristo. Fiel es el que os ha llamado; el cual también lo hará” (1ª
Ts.5:22-24) Pablo pide una santificación no a medias sino completa: “os
santifique en todo”.
Quiere que abarque las tres partes que componen al ser
humano: espíritu, alma y cuerpo. No confundamos la santificación con la perfección.
El cristiano puede cometer muchos errores y pecados de ignorancia, pero el amor
al pecado debe estar completamente muerto en él. En ninguna parte de la Biblia
se halla una ilustración más demostrativa sobre lo que es la santificación que
en el capítulo seis de los Romanos. El apóstol había tratado en los capítulos
anteriores, de la justificación por la fe y entra ahora al asunto de la santidad,
llevándolo a su mismo origen o principio, o sea, la muerte del viejo hombre.
“Los que somo muertos al pecado, dice, ¿cómo viviremos aún en
él?” (Rom.6:2) “Así vosotros pensad que de cierto estáis muertos al pecado; mas
vivos a Dios en Cristo Jesús Señor nuestro” ((Rom.6:11) Antes de la conversión
el hombre es un ser muerto a las cosas santas y vivo a las pecaminosas. Vive
para el mundo y para el mal y está muerto para Dios y para el bien. En su
cuerpo reina el pecado teniéndole sujeto a la dura servidumbre del diablo.
Ahora, después de haber creído, reina Cristo dominando, o mejor dicho, matando,
todas las malas pasiones que antes eran su delicia y su verdugo.
La frase morir al pecado da a entender que el ideal del
apóstol es una santidad completa. No se trata de dominar tal o cual pasión o
tal o cual pecado sino de romper absoluta y radicalmente con el pecado mismo.
No nos hacemos solidarios de las muchas teorías sobre la perfección tan defendidas
por algunos grupos cristianos, pero no queremos negar que el Nuevo Testamento
nos presenta como ideal una completa ruptura con el hombre viejo, el cual debe
morir por completo cuando hemos entrado en relación con Cristo.
La misma verdad expresa San Pablo cuando dice en Gálatas: “Con
Cristo estoy juntamente crucificado, y vivo no ya yo, mas Cristo vive en mí; y
lo que ahora vivo en la carne lo vino en la fe del Hijo de Dios, el cual me
amó, y se entregó a sí mismo por mí” (Gál.2:20)
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