JUSTIFICADOS POR LA FE (3ª)
Juan C. Varetto
Pablo había fundado varias iglesias en Galacia y cuando se
hallaba en otras regiones aparecieron en las iglesias de Galacia falsos
doctores, quienes no se oponían a la fe en Cristo, pero querían añadir las
obras legales como requisitos para la justificación. Pablo se alamar cuando
llega esto a su conocimiento y para salvar a aquellas iglesias de un error que
sería su muerte, les escribe esa Epístola que forma parte del Nuevo Testamento
y en la que trata de la justificación por la fe detalladamente y en forma clara
e inequívoca.
“Si un ángel del cielo, les dice, os anunciaré otro evangelio
del que os hemos anunciado, sea anatema” (Cap.1:8) El les había anunciado el
evangelio de un perdón gratuito, por la fe, y los falsos doctores anunciaban un
evangelio pervertido por la añadidura de obras legales. Pablo, cuando vivía en
el judaísmo, había probado la ley como remedio con resultado negativo de modo
que les dice:
“Sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la
ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros también hemos creído en Jesucristo,
para que fuésemos justificados por la fe de Cristo, y no por las obras de la
ley; por cuanto por las obras de la ley ninguna carne será justificada”
(Gál.2:16) Y después agrega este irrefutable argumento: “No desecho la gracia
de Dios, porque si por la ley es la justificación, entonces por demás murió
Cristo” (v.21)
Pretender ser salvos por las obras no es ni más ni menos que
desechar la gracia de Dios, pues el que se cree capaz de merecer la vida eterna
no se somete a obtenerla como una
gracia como un favor. Si Dios hubiera querido que el hombre se justificase por
sus obras; ¿qué objeto hubiera tenido la muerte de Cristo? Resulta, pues, que
pretender salvarse por buenas obras equivale a despreciar y declarar nulo y sin
valor alguno el augusto sacrificio del Calvario.
Les pide que recuerden su propia experiencia y les pregunta
si habían recibido el Espíritu en virtud de obras meritorias que ellos habían
hecho o si lo habían recibido mediante la fe. Como a los Romanos, les recuerda
el caso de Abraham y les repite el texto de Habacuc 2:4; “el justo vivirá por
la fe”. E insiste sobre esta importante verdad; que somos justificados delante
de Dios no por medio de las obras sino por la fe en Cristo, única esperanza del
pecador caído.
“Porque por gracia sois salvos por la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios: No por obras, para que nadie se gloríe” (Ef.2:8-9) Comentando este texto dice el célebre predicador Francés Adolfo Monod: “El fondo del pensamiento del apóstol es límpido como la luz del día. Lo hallamos en términos no menos claros en Tito 3:4. Estas palabras son bastante claras y fáciles de comprender, siempre que sean fáciles de creer”.
En este pasaje no sólo hallamos expuesta la gloriosa verdad de la salvación gratuita sino uno de los motivos porque es así: “Para que nadie se gloríe”, dice Pablo. Si el hombre pudiese salvarse por sus obras tendría de qué gloriarse, y una vez en el cielo podría decir que si ha llegado a esa mansión es porque lo ha merecido. La gloria no sería dada al Cordero de Dios. Los redimidos no alabarían a Jesús muerto por ellos, pues habiéndose salvado por sus méritos, toda la gloria correspondería a ellos mismos. Para que nadie se gloríe, pues, Dios determinó que el hombre se salvase por gracia, es decir, por favor, por medio de la fe.
La pretensión de ganar el cielo es una de las más absurdas y
ridículas que pueden imaginarse. Sabemos que el hombre es un ser caído y por el
pecado destituido de toda fuerza, poder y méritos delante de Dios. ¿Cómo puede
ganar o merecer el cielo quien no tiene fuerzas para cumplir con las exigencias
de la santidad de Dios?
La Biblia no enseña a hacer buenas obras para ser salvos, pero
sí a hacerlas porque estamos salvados. Y el hecho notable es que los pueblos
más morales del universo son aquellos donde la doctrina de la salvación sin
obras es enseñada, mientras que los que mucho hablan de obras y de mérito no
tienen ni una cosa ni la otra. Debemos convertirnos a Dios aceptando la
justicia de Cristo y ya veremos cómo las obras siguen a la justificación.
La fe que salva no es la fe muerta que nada produce sino aquella fe que va siempre junto con las buenas obras como el calor y la luz acompañan al sol. Si aun estáis vacilando entre vuestros imaginarios méritos y los méritos reales de Cristo; entre vuestras obras y la obra del que murió en la cruz, desechad en este momento lo vuestro y aceptad lo de Cristo.
Fuente:
"Discursos Evangélicos", 1926
Comentarios
Publicar un comentario