LAS SIETE PALABRAS (1ª)

Por

Benjamín Santacana

Pendiente de una cruz, humillado, herido y sangrando, se encuentra el Verbo de Vida para salvar a los hombres. En estos momentos de dolor y sacrificio, y delante de una multitud frenética que le contempla indiferente, el Señor de los señores pronuncia siete palabras, las más elocuentes y llenas de ideas que la humanidad haya oído o puede oír jamás. Meditemos sobre ellas.

“PADRE, PERDÓNALOS, PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN”

(San Lucas 23:34)

A la llegada al Gólgota y mientras unos soldados están trabajando haciendo el hoyo que debía sujetar la cruz, otros, extienden ésta al suelo y, puesto Jesús sobre ella, un soldado le sujeta su brazo mientras otro con un fuerte golpe de martillo al clavo, traspasa la mano inmaculada de Jesús que, chorreando sangre queda sujeta al madero. Al sentirse herido, Cristo no injuria, no maldice, ni sale de su boca exclamación alguna de dolor. Sólo tiene en cuenta el pecado que contra Dios se comente. ´El, el ofendido y herido no pide venganza, sino perdón.

No se acuerda de su dolor, sino de sus enemigos y, por ellos, ruega al Padre: “Padre, perdónalos, que no saben lo que hacen”. Es esa una oración intercesora. La noche anterior la había echo por sus amigos, y ahora lo hace por sus enemigos. Pide que su pecado no sea tenido en cuenta, pues lo hacen por ignorancia, y, dando ejemplo de la enseñanza que dio en el Sermón del Monte, ora por los que le ultrajan (San Mateo 5:44). Cristo que había venido a salvar no podía condenar.

La oración de Cristo por los que despreciaban no ha terminado y aún hoy ofrece perdón y paz al corazón donde reina el odio y el pecado, pues no quiere la muerte del pecador, sino que éste se arrepienta y vida. Imitémosle los creyentes, perdonado a nuestros enemigos tal como nuestro Padre Celestial nos perdona.

“DE CIERTO TE DIGO, QUE HOY ESTARÁS CONMIGO EN EL PARAÍSO”

(San Lucas 23:43)

La oración de Cristo continúa mientras los soldados siguen traspasando sus manos y sus pies. Llega el momento en que la cruz debe ser levantada y entonces ¡Cuánto se acentúa el dolor de nuestro amado Maestro! Los clavos, por el peso del cuerpo van desgarrando sus carnes mientras las burlas y escarnio de la multitud, desgarran profundamente su alma. Nadie tiene para Él una palara de consuelo. Al fin, un ladrón es vencido por la inocencia de Cristo, y, reprendiendo a su compañero le dice: “¡Ni aún tú temes a Dios estando en la misma condenación? Nosotros, a la verdad, justamente padecemos; porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos: mas Este ningún mal hizo”. Y dirigiéndose al Señor Jesús exclama: “¡Acuérdate de mí cuando vinieres a tu Reino!”. Cristo se goza, y mirando con amor al hombre arrepentido, le dice: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”. Este mismo poder de Cristo continúa aún hoy, y toda alma arrepentida halla en la cruz el perdón de sus pecados y la gloriosa promesa de Vida Eterna.

“MUJER, HE AQUÍ TU HIJO. HE AHÍ TU MADRE”

(San Juan 19:26-27)

La mirada de Jesús se dirige a su madre que juntamente con un grupo de mujeres fieles va acercándose a la cruz. ¡Pobre madre! ¡Cuán amargamente lloraría al contemplar a su Hijo amado en medio de tan cruel dolor! Jesús la mira y recuerda aquel amor que de ella había recibido desde su niñez: sus cuidados, su instrucción, su cariño, sus besos, y no quiere dejarla sola. Junto con este grupo de mujeres ha venido Juan, el discípulo amado que, arrostrando todos sus peligros, acompaña a María hasta el pie de la cruz y procura consolarla. ¡Cuánto agradece Cristo este gesto del fiel y heroico discípulo!

Ve en él cualidades espirituales y materiales para poder atender con amor a la sufriente madre. Un pensamiento feliz cruza por su mente: Unir a los dos que tiene más cerca de su corazón con el amor más puro y desinteresado. Así podrán continuar la obra que Él había hecho de dar y recibir amor. Dirigiéndose a María le dice: “Mujer, he ahí tu hijo” y a Juan: “He ahí tu madre”. Cumpliendo este deseo, nos dice la Escritura, “y desde aquella misma hora la recibió en su casa” ¡Qué lección de respeto, cuidado y amor hacia nuestros seres queridos nos da Jesús!

 

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