ADORACIÓN A DIOS (3ª)
Juan C. Varetto
Quedamos en el hecho de que solamente Dios debe ser adorado.
Ahora pasemos a otro punto: ¡Cómo debemos adorar a Dios! ¿En qué forma le
rendiremos culto?
En primer lugar, diremos que no hay que rendir culto a Dios por medio de imágenes, sean éstas de santos, de vírgenes, o de Cristo. El segundo mandamiento dice: No te harás imagen, ni ninguna semejanza de cosa que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra; no te inclinarás a ellas, ni las honrarás” (Éx.20:5) Cuando los judíos desoyeron este sano precepto, levantaron santuarios y se entregaron a la idolatría. Por este pecado se vieron muchas veces sometidos a la servidumbre de los filisteos y de los otros pueblos que vivían en sus alrededores y sufrieron un cautiverio de setenta años en Babilonia. Dios levantaba profetas que llamaban al pueblo al arrepentimiento y les reprochaban sus faltas. Por medio de Jeremías les decía: “Según el número de tus ciudades fueron tus dioses, oh Judá; y según el número de tus calles, oh Jerusalén, pusisteis los altares de ignominia” (Jer.11:13)
El romanismo ha cometido el mismo pecado que cometieron los
judíos al olvidarse de Dios: dejaron la espiritualidad para volverse a las imágenes
mudas. Jesucristo al decir a la samaritana que había llegado la hora cuando los
verdaderos adoradores adorarían a Dios en espíritu y en verdad, porque tales
adoradores, buscaba Dios para que le adorasen, sentó los principios del
verdadero culto cristiano que deben cultivar todos los que quieren ser guiados
por el divino Maestro y no por las costumbres de los hombres.
Esas palabras del Señor demuestran que Dios no se agrada de
todos los que le adoran, sino de aquellos que le adoran conforme a su voluntad.
Habla de “verdaderos adoradores: ¿Quiénes son? Son aquellos que se han arrepentido
de sus pecados, que han abandonado la vida mal, que viven conforme al espíritu
de Cristo, que hallan su delicia en hacer la voluntad de Dios, que no van en
peregrinaciones en busca de ídolos mudos y de santuarios paganizados, que no se
postran delante de hostia ni delante de papas, que no adoran reliquias ni
amuletos, pero sí viven en comunión con Dios mediante la fe en la persona de
Cristo, y le adoran en espíritu y en verdad.
El Señor dijo que Dios busca esta clase de adoradores. Podéis
estar ciertos de que os busca a vosotros. ¿Queréis aceptar a Cristo, seguir sus
enseñanzas y así formar parte del número de aquellos que mantienen en el mundo
el culto de Dios, en su antigua pureza cristiana?
Y En conclusión no olvidemos que debemos adorar a Dios en la
persona de Cristo. A él le adoraron los magos que vinieron desde el lejano
oriente, buscándole cuando recién había nacido. A él le adoraron los discípulos
cuando calmó la tempestad que azotaba la nave en que navegaban en el mar de
Galilea. A él le adoró el leproso que fue buscando la sanidad. A él le adoró
Tomás cuando quedó convencido de la gloriosa realidad de su resurrección, y a
él le adoraron los que vieron subir al cielo el día de la ascensión, cuando
bendiciéndoles se fue de ellos para sentarse a la diestra del Omnipotente. A él
le adoran millones de santos profetas, apóstoles, y mártires. Adorémosle
nosotros también porque él es digno de recibir esta suprema adoración.
Fuente:
"Discursos Evangélicos", 1926
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