LA JUSTIFICACIÓN POR LA FE

2ª parte

La figura detrás de la justificación por la fe, pues, es la de un reo colocado en el banquillo de los acusados delante del alto tribunal de la justicia de Dios. El fiscal, con la Ley en la mano, trae las pruebas de que, efectivamente, el reo ha quebrantado capítulo tras capítulo de la santa ley de Dios, y que se halla sin defensa y sin excusa delante del Juez. Si no hubiera una intervención de la gracia de Dios, su condenación sería pronunciada y sellada por toda la eternidad.

Pero la escena cambia, y pasamos a contemplar el Sacrificio del Monte del Calvario, y allí vemos al Dios -Hombre ofreciéndose en el lugar de la raza que él mismo había creado, y en la Persona de la Víctima representativa y sustituta se aplica la sentencia que habíamos merecido todos, como pecadores y transgresores de la Ley de Dios. El valor infinito de su Persona presta un valor sin límites a su Sacrificio, y siendo “el Hijo del Hombre”, el “Postrer Adán”, en quien se incorpora la raza, él, puede, con justicia, ocupar el lugar de los culpables, siendo él enteramente sin culpa (Romanos 3:25; Gálatas 3:13; 1 Juan 2:2)

Volvamos al proceso que se lleva a cabo delante del Tribunal de Dios, habiéndose pronunciado la sentencia sobre el reo, que no tiene nada que alegar en su propia defensa. Pero de pronto se presenta el “Abogado defensor”, que admite la culpabilidad del reo, pero añade: “Con todo, puede salir libre de toda condenación, pues la sentencia que le corresponde a él ya se ha cumplido; yo mismo he satisfecho todo lo que exige la justicia de Dios en orden a él. No sólo puede ser perdonado, sino que se le atribuye mi justicia, si la acepta por la fe”.

Él reo se abraza a su “Defensor”, quien es también su Sustituto, y sale de delante del Tribunal gozándose en la justicia que le ha sido “imputada” o “atribuida” (Romanos 4:1-8; 2 Corintios 5:21; Gálatas 3:23; Filipenses 3:9) Es importante comprender la naturaleza de la fe que hace posible que Dios otorgue la justicia al pecador, gracias a la Obra perfecta de Cristo en la Cruz. A veces se ha dicho que la doctrina “protestante” de la justificación por la fe es una mera “ficción legal”, por la que Dios declara que una persona es “justificada” gracias sólo a una manifestación teórica de la fe, o el mero sentimiento a una doctrina. Esto no es la enseñanza bíblica, pues la justicia no puede ser otorgada sin a la persona que se une vitalmente a Cristo por la una fe de absoluta confianza, entregándose al Señor sin reservas. Es esta unión espiritual con el Señor que permite que su justicia sea nuestra, de la manera en que, uniéndose él a la raza, aceptó la responsabilidad por nuestra culpabilidad en la Cruz. Sólo el alma humilde, que invoca sinceramente el Nombre del Señor, puede ser salva (Romanos 10:9-13)

Un hombre puede “creer” todas las doctrinas de la Biblia, y todavía perderse si no se ha sometido de corazón al Señor, confesando sinceramente sus pecados, para entregarse a Aquel que murió en su lugar y resucitó al tercer día. Somos justificados por la gracia de Dios, en cuanto al origen y fuente de la Obra (Romanos 3:24); por su sangre (símbolo de toda su obra salvadora), si pensamos en el medio por el cual la justicia de Dios fue satisfecha (Romanos 5:9); y por la fe, cuando se trata de apropiar la obra con toda humildad, sinceridad y confianza (Romanos 5:1).

En el magistral desarrollo del argumento de la Epístola a los Romanos, el apóstol Pablo adelanta primeramente el diagnóstico del pecado; luego describe el remedio de la “justificación” por la gracia de Dios, por la sangre de la Cruz, y por la fe, pasando después, desde 6:1 a 8:39, al tema de la santificación.

La justificación por la fe no sería completa sino hiciéramos mención a “los frutos de justicia que son por medio de Jesucristo para gloria y loor de Dios” (Filipenses 1:11) Es evidente que la unión vital del creyente con Cristo no puede ser estéril, y que la verdad de la “justificación por la fe” se ha de manifestar por medio de “fruto”, o sea, de “obras”. Si bien somos salvos por la fe, aparte de las obras, es también cierto que “somos creados para buenas obras” (Efesios 2:18), por lo que Santiago dice: “Muéstrame tu fe aparte de las obras, y yo por mis obras te mostraré mi fe” (Santiago 2:18)

No hay contradicción alguna entre las declaraciones de Pablo y de Santiago, si recordamos que las obras humanas, como tales, llevan todas ellas la mancha del pecado, por aceptables que sean dentro de la sociedad humana, de modo que es imposible que sean “meritorias” frente a Dios. Con todo, si el Espíritu Santo obra en el corazón de quien se rindió al Señor por la fe, su presencia se manifestará por medio de obras de justicia, que son resultado de la nueva vida en Cristo y la prueba de que es un hecho real.

Gracias a la justificación por la fe “tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo”, siendo introducidos a a una nueva esfera de gracia y de potencia, dentro de la cual servimos a Dios en Espíritu y esperamos la consumación de sus propósitos en la nueva Creación, donde nuestra vida consumada se desarrollará a través de “los siglos de los siglos” (Romanos 5:1, 5; Filipenses 3:9-21)

 

 

 

                                                          

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