LA JUSTIFICACIÓN POR LA FE

Ernesto TRENCHARD

 1ª parte

Un breve resumen de la gran doctrina de la justificación por la fe. Es la doctrina que “estuvo perdida” durante la Edad Media, cuando los teólogos llegaron a pensar en la salvación como en algo que se conseguía mediante una mezcla de obras meritorias, de ceremonias religiosas y la fe. Por eso Martín Lutero buscaba con ansía la paz de su alma durante largos años de lucha, sin poder hallar una base sólida que le diera tranquilidad de conciencia y paz con Dios, pues si se trata de algo que hacen Dios, y un algo más que añade el hombre, éste nunca podrá saber si aquel “algo” es suficiente.

Leyendo las Epístolas de Pablo a los Romanos y a los Gálatas, Lutero halló por fin que Dios había consumado toda la obra de la redención en Cristo, confía totalmente en Cristo, recibe la salvación como precioso don de Dios, pasando a gozarse de la seguridad espiritual que Cristo promete: “Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás ni nadie las arrebatará de mi mano” (Juan 10:28)

Lutero no “inventó” la doctrina de la justificación por la fe, sino que volvió a descubrir por sí mismo la gran verdad que proclamaba Pablo, y que había quedado olvidada, por tanto, tiempo. De su nueva comprensión de la justificación nació la Reforma del siglo XVI. Llegando al siglo XVIII, esta gran doctrina fundamental se esfumaba otra vez en varias de las iglesias “protestantes” que surgieron de la Reforma, a causa del formalismo religioso y una renovada doctrina de “obras”, de modo que Juan Wesley, fiel hijo de la Iglesia Anglicana, tuvo que luchar por mucho tiempo en el vano intento de justificarse por sus propias obras antes de volver a comprender, gracias a unos misioneros moravos, que la salvación se basa únicamente en la Obra de Cristo.

La comprensión de la justificación por la fe por parte de Juan Wesley hizo posible su gran labor evangelizadora por todas las regiones de las Islas Británicas, y el avivamiento que surgió de esta labor hizo un tremendo impacto en el país, preparando otros movimientos posteriores, que, entre otros, abarca la obra misionera mundial del siglo XIX. Wesley consideró esta doctrina como lo contrario de toda religión de obras o de méritos humanos, pero es preciso examinarla un poco más de cerca según el texto bíblico.

Tratándose de la justificación por la fe, el concepto básico es el de la justicia de Dios, quien es el Árbitro moral del universo, de modo que, si fuese posible que obrara sin justicia, dejaría de ser Dios. Nada sabría el hombre de una norma de absoluta rectitud moral si no fuese por la revelación que Dios ha dado de sí mismo (Isaías45:21; Apocalipsis 15:3) Pero un Dios que encarna la justicia en sí mismo ha de exigir la rectitud moral de parte de sus criaturas, si éstas ha de salvarse de la condenación y hallarse por fin en su presencia.

Es inconcebible que un pecador rebelde se halle en la luz resplandeciente de la santidad y de la justicia de Dios, y si fuese posible, la experiencia sería peor para él que estar en el mismo infierno, separado de Dios. La santa Ley de Dios señala la voluntad de Dios frente a los hombres, y hemos de pensar no sólo en el Decálogo, sino en la ley espiritual que juzga aun los intentos del corazón, según expuso el divino Maestro en el llamado “Sermón del Monte” (Mt.5:17-30)

La aplicación de esta Ley resulta en la condenación de todo ser humano, declarando el apóstol Pablo: “Sabemos que cuanto dice la Ley lo dice a los que están bajo la Ley, para que toda boca se cierre y todo el mundo sea reo delante de Dios, ya que por las obras de la Ley ninguna carne, ningún ser humano, será justificado delante de él”, pues por la Ley es el conocimiento del pecado” (Romanos 3:19 y 20)  

 

 

                                                          

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