JESÚS EN LA CRUZ (I)
Juan Bta. García Serna
Recopilo un artículo del que fue un gran hombre de Dios, y que vivió en el siglo dieciocho, un tiempo de mucha incertidumbre espiritual y adversidad religiosa. Creo que su reflexión bíblica hará bien a los lectores que suelen subir al Blog, especialmente a los cristianos, pero, inclusive, a los que que no lo sean.
LAS SIETE PALABRAS
DE CRISTO EN
LA CRUZ
Por:
CARLOS
ARAUJO
Aunque no debemos pasar un solo día sin recordar la muerte de nuestro Salvador, nos conviene meditarla alguna vez detenidamente, considerando las palabras que habló desde la cruz y los detalles que nos refieren los Evangelios.
Acerquémonos, pues, espiritualmente al Calvario, y veamos con
los ojos de nuestra alma lo que allí acontece; pues podemos contemplarlo, como
si lo viéramos, por la descripción que nos hacen los Evangelistas. El espectáculo
es doloroso; pero debemos contemplarlo, no para derramar lágrimas de compasión
por dolores que ya pasaron, sino para aprender lo que ese divino Maestro nos
enseña en aquellas terribles horas.
Acudamos al pie de la cruz para recoger, como un tesoro de
inmenso valor, esas palabras de Jesús. Los labios que pronunciaron el Sermón de
la Montaña emiten ahora frases llenas de consolación y de enseñanza.
Las palabras postreras de Jesús son como el último capítulo
de su doctrina y como notas finales de una sublime armonía que nos eleva al Paraíso.
“Padre, perdónalos,
Porque no saben lo
Que hacen”
San Lucas 23:34
He aquí una oración intercesora, Jesús intercede por sus
verdugos, pidiendo a su Eterno Padre que los perdone. No podemos encontrar otro
ejemplo más sublime de amor. Jesús enseñó que debemos amar a nuestros enemigos y
orar por nuestros perseguidores; pero Él no era de los dicen y no hacen, sino de
los que enseñan con la palabra y con el ejemplo. Él dijo lo que debemos hacer,
y fue el primero en cumplirlo.
Esta demostración de amor nos admira en extremo, cuando
consideramos las circunstancias en que se verifica. La crucifixión producía unos
dolores agudísimos. Los clavos que traspasaban sus manos y sus pies, la sed abrasadora,
la postura violenta, el dolor espiritual que producían los insultos y las
burlas, la ignominia del patíbulo, la vergüenza de la desnudez, todo esto
producía un martirio horrible en nuestro Salvador. En tales momentos es cuando
Jesús dice: “Padre, perdónalo, porque no saben lo que hacen”. Esto es admirable;
esto es sublime. ¡Hasta dónde llega la compasión de Cristo! Es un manto que
puede cobijar a todos los pecadores, incluyendo sus mimos verdugos. El pecador
arrepentido puede acogerse a Cristo, sabiendo que será recibido y perdonado. El
mismo que intercedió en la cruz por sus verdugos está ahora a la diestra del
Padre, intercediendo por todos los que le invocan. Sus sentimientos, no ha
cambiado, porque “Él es el mismo ayer y hoy y por los siglos”.
Veamos, además; Jesús se compadece de los ignorantes: “No
saben lo que hacen”. Los soldados que crucificaron a Jesús cumplieron una orden
de Pilato, como la hubieren cumplido crucificando a cualquier otro criminal.
Pudieron ver que Jesús era inocente, observando su mansedumbre, su paciencia,
su benignidad; pero ignoraban toda la injusticia que hubo en aquella sentencia,
y de esa ignorancia se compadece Jesús.
Siendo la ignorancia un mal grande y causa de muchos males,
Jesús quiere desterrarla del mundo. Para ello se vale de los predicadores del
Evangelio y de todo cristiano, pues todos deben ser propagadores de su
doctrina. Si los hombres, pudiendo conocer el Evangelio, lo rechazan, quedan
sin excusa de su ignorancia, y entonces la oración de Cristo no es una
intercesión por ellos.
Nosotros también debemos compadecer a los ignorantes, haciéndoles
conocer a Cristo, en cuanto nos sea posible. Es muy triste ver tantas almas
ignorantes del Evangelio, y nosotros, que poseemos este tesoro, debemos hacer
lo posible por comunicarlo.
Aprendamos también a perdonar como Jesús nos enseña. Alguien
dirá que no podemos ser como Cristo, por Él era Dios y hombre verdadero. Sin
duda, Él fue el único hombre perfecto; pero quiere que le imitemos, y por eso
nos dice: “Aprende de Mí, que soy manso y humilde de corazón”. No podemos
imitarle en sus perfecciones divinas, sino en sus virtudes humanas, y esto es
lo que Él pide de nosotros. Así, pues, por mucho que nos hayan ofendido y
agraviado, perdonemos de todo corazón, “como Dios nos perdonó en Cristo”,
imitando así el modelo en quien debemos poner nuestros ojos.
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