JERUSALÉN Y PUEBLO JUDÍO (2ª parte)

LA JERUSALÉN TERRENA

Y LA JERUSALÉN CELESTIAL

En Apocalipsis se describe a Jerusalén como el escenario histórico de la pasión (11:8); es una urbe impía “alegóricamente llamada Sodoma y Egipto” (11:1; Lucas 21:24). En 14:1 se cita el título veterotestamentario de monte de Sion. Lo más destacado, sin embargo, del significado de la Ciudad Santa en el Nuevo Testamento, y no solamente en Apocalipsis, es el cambio o transformación que sufre el uso topográfico del nombre para desembocar en la idea de la Jerusalén celestial.

Pablo habla de la Jerusalén de arriba (Gálatas 4:26) en marcado contraste con la Jerusalén terrena, madre de incrédulos (v.25). En Hebreos 12:22 aparece el Monte de Sion en medio de la Jerusalén celestial, que es donde prevalece el Nuevo Pacto sellado con la sangre de Jesús.  En Apocalipsis 3:12 y 21:2 la “nueva Jerusalén” es la ciudad celestial. Al final de los tiempos, esta nueva Jerusalén descenderá de arriba como la esposa del Cordero y tendrá como a ciudadanos a todos los vencedores de la fe (31:2). Esta hermosa ciudad (21:2, 10º) será vastísima pero no tendrá templo, porque su templo será el mismo Dios en medio de ella (21:12,22). Este punto de vista establece un fuerte contraste con las esperanzas judías para las que la materialidad de la urbe, sus mismas piedras y, sobre todo, el templo, es lo fundamental. Lo que diferencia a la escatología bíblica de la apócrifa es precisamente esto: el lugar central que el templo ocupa en la supuesta Jerusalén del futuro, mientras que la esperanza cristiana la profecía se centra única y exclusivamente en el mismo Señor que mora entre los suyos y sin necesidad de templo alguno.

IEROUSALEM Y IEROSOLUMA

Hengstenberg observó que el Evangelio de Juan nunca llama a la Jerusalén terrena IEROUSALEM que es la forma de transcribir el Antiguo Testamento. Juan emplea siempre el vocablo IEROSOLUMA, forma pagana y helenizada (Juan 1:19;2:13; 4:45; 5:1-2). Y Bengel advierte: “No es sin motivo que Juan en su Evangelio siempre escribe IEROSOLUMA para referirse a la antigua ciudad; en Apocalipsis, en cambio, escribe siempre IEROUSALEM para designar la ciudad celestial. Es decir: utiliza el término hebreo original y más sagrado para un judío, para la nueva Jerusalén. Pablo establece la misma diferencia al refutar a los judaizantes en Gálatas 4:26”.

Lo que todo esto indica, por el propio peso de los textos inspirados, es que la Jerusalén terrena fue rechazada, al igual que el mero Israel según la carne, el judío sin más, debido a su impiedad y a su incredulidad y el nombre sagrado, Jerusalén o Sion, ha sido dado a la Iglesia, el nuevo Israel de Dios. Todos cuantos se hallan encadenados a un punto de vista de la profecía que espera soluciones judías para ver los propósitos de Dios en acción, deberían meditar en el sentido que conlleva la selección de las palabras llevada a cabo por el Espíritu Santo al inspirar a los apóstoles y guiarlos en el empleo del nombre adecuado para la ciudad de Jerusalén.

En el Nuevo Testamento no deja lugar a dudas: hay dos urbes que llevan este nombre: la terrena y la celestial. Independientemente de los propósitos divinos tocantes a la primera (que nunca podrá divorciarse de la justicia y la misericordia) la esperanza de los redimidos de Cristo tiene que estar en la segunda.

“Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas” (Apocalipsis 21:5)

¡Incluso Jerusalén!


ISRAEL, UN PAÍS DE ATEOS

El diario madrileño “Ya” ha publicado unas interesantes estadísticas sobre la situación religiosa del pueblo judío: Los dantos originales proceden del diario israelita “Haaretz”, de forma que no puede hablarse de deformaciones ni de malas intenciones.

Según los datos ofrecidos por la prensa judía, en el moderno estado de Israel existen un 87 por 100 de judíos que no practica la religión. Es más, un 64 por 100 no cree en la existencia de Dios, se declara ateo. Setenta y un judíos de cada cien no creen en la supervivencia del alma y 64 de cada cien tampoco creen en un Mesías futuro, que ha sido siempre la esperanza del pueblo judío. El 44 por ciento no cree que Dios dictara la Ley a Moisés en el Sinaí y sólo el 47 por ciento admite vagamente que hay algo sobrenatural que guía a lo largo de la Historia al pueblo judío.

Ante la realidad de estos datos, procedentes del propio país, mal quedan quienes creen aún que el Israel actual continúa siendo el pueblo de la Biblia. ¿Qué pueblo? ¿De qué Biblia? Israel, hoy, no cree más que en su poderío económico y nuclear.

Ref.                                                                              

Revista Cristiana: “Restauración”, noviembre 1980

                 

 

 

 

 

 

 

                             

 

 

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