LAS SIETE PALABRAS DE CRISTO EN LA CRUZ (V)

 Juan Bta. García Serna

Por

CARLOS ARAUJO

(5ª)

“Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba consumado, dijo, para que la Escritura se cumpliese: Tengo sed” (Jn.19:28)

Los crucificados sentían una sed abrasadora, y estaba profetizado que Jesús – varón de dolores – padecería tal martirio. “Era necesario que se cumpliese lo que de Él LAS estaba escrito en la ley, en los profetas y en los Salmos”. Fácil hubiera sido calmar la sed de Jesús; pero no hubo para Él tal auxilio. Quien tanto consuelo había de darnos, careció de toda consolación en su agonía. Quien había de darnos riquezas infinitas, no tuvo ni una gota de agua en sus dolores.

Quien hizo brotar un copioso raudal de agua de la peña de Horeb para que bebieran los israelitas, tuvo que sufrir el tormento de la sed junto al pozo de Jacob y en el Calvario. Quien formó los mares, cubrió de nieve las montañas, hizo que corrieran los ríos, que brotasen las fuentes y descendieran las lluvias, es el que ahora dice desde la cruz: “Tengo sed”. Pero no hay agua para Él, porque nuestra redención había de costarle toda clase de sufrimiento.

Aquella sed corporal iba unida a la sed espiritual que Jesús sentía de nuestra salvación y de la gloria de Dios. Jesús tenía un vehemente deseo de que Dios fuera glorificado con la expiación que Él consumaba en la cruz y de que las almas fueran salvadas por su sangre.

También tiene sed de nuestro amor, de nuestra gratitud y de nuestra obediencia, y nosotros podemos apagarla entregándonos a Él para amarle, servirle y glorificarle, siendo suyos, pues Él tiene derecho a poseernos por habernos redimido con su muerte.

Tengamos, pues, nosotros sed de servirle, de ver el adelanto de su Reino, de verle glorificado por toda criatura humana. Él, que tuvo tanta sed de redimirnos, bien merece que nosotros tengamos sed de su honra y gloria.

 

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