¿QUÉ SIGNIFICA SER CRISTIANO EVANGÉLICO?

José GRAU

¿QUÉ SIGNIFICA SER CRSITIANO EVANGÉLICO?

1. El Cristianismo Evangélico afirma la absoluta majestad y soberanía de Dios.

El Cristianismo Evangélico protesta – con voz profética- contra toda pretensión humana, eclesiástica, política, ideológica, que se presente como verdad y como autoridad absoluta. En otras palabras: afirmamos el primado: Dios por encima de todas las cosas). A Él, y sólo a Él, sea la gloria. Dios como única verdad y como única autoridad absoluta sobre la vida y sobre la Historia, sobre la Iglesia y sobre la sociedad. Esto es válido y pertinente tanto frente al catolicismo romano (conservador o progresista, que tiende a absolutizar la Iglesia, como frente al humanismo secularista que tiende a absolutizar al hombre. Ni la Iglesia ni el ser humano pueden erigirse como medida de todas las cosas y normas de la verdad. Sólo Dios es soberano, sólo Él es verdad absoluta. Sólo Él es Señor de señores y Maestro definitivo.

2. El Cristianismo Evangélico proclama el mensaje bíblico como expresión definitiva de lo divino.

El Cristianismo Evangélico protesta conta toda tentativa de reducir este mensaje a un simple conjunto de experiencias religiosas, de imperativos morales y de doctrinas filosóficas. La Biblia es la Palabra final de Dios para el hombre. Ella engendra la fe que ha sido dada “una vez por todas” y definitivamente a los santos (Judas3). En otras palabras: entendemos la fe como respuesta a la Palabra de Dios que nos interpela prioritariamente. Así, comprendemos el cristianismo como mensaje fundamentalmente, como buena nueva (Evangelio) y testimonio de Cristo. Sólo la Biblia como autoridad final; sólo Cristo como Salvador y Señor único. En su esencia más profunda, el cristianismo no responde a un hecho sacramental, ético o ideológico, sino que, por su misma naturaleza, es sobre todas las cosas una palabra que viene de parte de Dios, iluminadora, soberana y salvíficamente. El cristianismo es, pues, una realidad, una palabra: la Palabra de Dios. Y, si no es esto, no es nada.

 3. El Cristianismo Evangélico proclama el mensaje cristiano como expresión de la soberanía divina sobre las instituciones y las tradiciones de las iglesias cristinas.

El Cristianismo Evangélico protesta contra toda tentativa de identificar indisolublemente el mensaje cristiano con cualquier organización eclesiástica o forma de vida. La Iglesia no puede pretender tener a Dios por fiador incondicional. No es la Divinidad la que depende de la Iglesia sino ésta del Señor soberano. O, como dijera Lutero: “No es la iglesia la que determina lo que enseña la Palabra de Dios, sino la Palabra de Dios la que determina lo que la iglesia tiene que enseñar”. Sólo en la fidelidad al mensaje revelador puede la Iglesia conservar su identidad verdadera como Cuerpo de Cristo.

Porque la Iglesia no administra a Dios, a su antojo. No es ella la soberana; sólo Cristo es Señor. Y, también, Señor de su Iglesia. La Iglesia no puede administrar a Dios; su deber es servirle y dar testimonio de su verdad en el mundo. Dios está en la Iglesia que le sigue, y le sirve, fielmente; pero está también siempre por encima de ella. Cunado desciende para morar en la comunidad de los creyentes (1Cor.3:16; Jn.14:23) habita en ella como Aquel que está por encima de la misma, soberanamente, que no se pueble manipular ni sobornar. 

A diferencia del catolicismo romano, que parece afirmar: “Estáis en Cristo cuando estáis en la Iglesia” y también: “Allí donde está la Iglesia, allí está el Señor”, el Cristianismo Evangélico opone: “Estamos en la Iglesia cuando estamos en Cristo”, porque nuestra incorporación al Cuerpo se produce por la Cabeza, que de sí misma ha dicho no sólo que es Verdad y Vida sino Camino (Jn.14:6). Que es no sólo Pastor, sino Puerta para las ovejas (Jn.10)

4. El Cristianismo Evangélico afirma la relación directa de Dios con cada elemento de la realidad.

El Cristianismo Evangélico protesta tanto contra la mediación jerárquica como contra la separación de la realidad en dos esferas: una sagrada y la otra profana. En otras palabras, Dios no delega su gloria a mediadores o representantes. El no tiene vicarios en la tierra. ´El sólo tiene testigos. Porque el Señor obra, hoy, por medio de su Palabra y de su Espíritu. De ahí que la Iglesia no sea mediadora sino sirvienta, servidora sumisa de la Palabra de su Señor.

La santidad, pues, no es una esfera o una parcela de la realidad, sino una relación. Si la Iglesia no es mediadora, tampoco puede ser jerárquica, puesto que el principio jerárquico hunde sus raíces en la idea de mediación vicaria. La Iglesia es, sobre todas las cosas, una comunidad. Una fraternidad de redimidos.

Su estructura no puede ser jerárquica. Tiene que ser fraternal como corresponde a una asamblea. Su régimen no puede ser autoritario, sino comunitario. Y si no es mediadora, tampoco puede ser clerical. Esto quiere decir que ya no se da en el pueblo de Dios la existencia de un sacerdote diferente – el clero – como casta aparte con características exclusivas de las cuales los laicos quedarían excluidos. En la Iglesia, comunidad fraternal y Cuerpo de Cristo, hay muchos ministerios, pero un sacerdocio general de todos los creyentes. Es este sacerdocio universal de todos los redimidos el que debe contar, en última instancia, como régimen eclesial. Este sacerdocio introduce en las relaciones comunitarias el criterio fundamental de la reciprocidad, es decir: de la comunión de los miembros en la diversidad del Cuerpo de Cristo. Al dejar de ser jerárquico, el ministerio deja de ser una síntesis – o un difícil equilibrio – entre servicio o poder para convertirse en simple servicio a Dios y a los hombres.

Continuará.

 

 

 

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