LAS ENFERMEDADES (Dr. en Psiquiatría)
José Manuel González Campa
(Dr. en Psiquiatría)
Las enfermedades
Como continuación de mi artículo anterior, “La
Medicina y los Médicos”, abordaremos en éste una introducción a la problemática
más consustancial con el dolor humano: las enfermedades.
Como iremos viendo en los diferentes artículos que
produciremos sobre el tema general “El médico, la enfermedad y los enfermos”,
desde el punto de vista del padecimiento humano nos inclinamos por el antiguo
aforismo de que “no existen enfermedades, sino enfermos”. Este concepto
etiopatogénico (lo etiopatogénico corresponde a las causas que originan las
enfermedades y a las acciones deletéreas que las mismas originan en su
actuación patológica sobre las personas), nos acerca a la necesidad de
preguntarnos: ¿cómo surgió la enfermedad?
En nuestra investigación científico-teológica es necesario
que nos acerquemos a los orígenes de los que surgió nuestra realidad antropológica
actual. Este recorrido, pretérito en el tiempo, nos aboca al acontecimiento más
importante de nuestra historia pasada y de nuestro devenir humano. Nos
encontramos ante el problema que, desde el punto de vista religioso, se conoce
como “la caída edénica del hombre”, y que, considerado desde una perspectiva
teológica, denominaríamos “la desestructuración amártica”. Desestructuración
que se explicita en Génesis 3:19: “Con el sudor de tu rostro comerás el pan
hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y
al polvo volverás”. Llegados a este punto es necesario que sigamos
preguntándonos: ¿Qué pasó con la desestructuración amártica de Génesis 3:19? Lo
amártico es aquella realidad dinámica que desestructuró al hombre a nivel
somático (corporal), psíquico (anímico) y pneumático (espiritual). Lo amártico
es el pecado (el término griego para pecado es el vocablo amartia)
Como consecuencia de la desestructuración amártica, y a la
luz de Génesis 3:19, se abrió una nueva posibilidad para el hombre. La
posibilidad de morir; pero también una de las consecuencias más importantes de
la acción del pecado sobre los seres humanos la constituye la posibilidad de
sufrir enfermedades. Las enfermedades son, pues, una consecuencia del pecado y
contribuyen a que el hombre se experimente, existencialmente, como un ser
sufriente. El hombre, deviniéndose como enfermo, se está realizando
tanáticamente. ¿Se halla la enfermedad al servicio de la realización tanática,
es decir, al servicio de la realización del instinto de muerte? La respuesta
es, radicalmente, afirmativa y se encuentra plasmada, desde el punto de vista
bíblico, en Romanos 8:2 bajo la expresión de “La Ley del Pecado y de la
Muerte”. Ley inexorable que preside el devenir existencial del hombre y que se
sirve de la enfermedad como medio para conseguir su realización tanática
(mortal)
Por otro lado, la existencia humana se experimenta y se deviene como una confrontación dialéctica entre la vida y la muerte. Confrontación entre el “eros” (instinto al servicio de la vida) y el “tanatos” (instinto al servicio de la muerte). Este enfrentamiento dialéctico sólo fue posible a partir del momento temporo-existencial de la “caída”. Con la “caída”, no sólo se puso en marcha la posibilidad de realización tanática, sino que se creó la esfera intrapsíquica del “inconsciente”.
La esfera de la intimidad, en su dimensión psíquica (anímica)
y pneumática (espiritual), puede ser considerada como la formación integral y
unitaria de dos estratos o dimensiones: la esfera consciente (el yo) y la
esfera inconsciente (el ello o id). Los contenidos psíquicos o mentales del yo
corresponden a aquello que conocemos de nosotros mismos; por el contrario, los
contenidos del ello son los que, perteneciendo a los estratos más profundos de
nuestra intimidad, permanecen escondidos en nosotros (Romanos 7:14-23)
En el capítulo primero de la epístola del apóstol Pablo a los
Romanos (Romanos 1:18-25) nos encontramos con la exégesis de los
acontecimientos histórico-existenciales relatados en el capítulo tres del libro
de Génesis. La hermenéutica de este pasaje de Romanos nos lleva a la conclusión
de que el nacimiento de la esfera “inconsciente” por la acción del pecado del
hombre coincide con lo que podríamos denominar la represión de la imagen de
Dios. El corazón humano (la esfera de la intimidad del hombre, especialmente en
su dimensión inconsciente) está lleno de contenidos negativos de carácter
instintivo y pulsional (Marcos 7:14- 23); pero también existen, en esta esfera,
contenidos de la naturaleza positiva y realizadora tales como “el deseo
vehemente por la eternidad” y “la imagen, reprimida, de la gloria de Dios”
(Eclesiastés 3:11; Romanos 1:20-23)
La enfermedad favorece que los contenidos reprimidos
(excluídos del campo de la conciencia), a nivel inconsciente, asciende a la
conciencia por la alineación (extrañamiento de sí mismo) inevitable que la
misma produce al actuar sobre la esfera de la intimidad. Esta realidad se
deviene, psicológicamente, al margen de que la enfermedad surja de la esfera
somática (corporal), psíquica (anímica) o pneumática (espiritual)
Todo lo anterior expuesto conduce a la conclusión de que la
enfermedad, en los seres humanos, tiene un sentido teológico; es decir, tiene
una finalidad que no se agota en sí misma. La enfermedad es un medio para
conseguir un fin, y un camino que conduce al esclarecimiento de la problemática
más profunda y trascendente que anida en los rincones más inaccesibles del
corazón humano. Pero esta cuestión constituirá el motivo de nuestra próxima
reflexión.
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