LA MEDICINA Y LOS MÉDICOS (Dr. en Psiquiatría)

José Manuel González Campa

(Dr. en Psiquiatría) 

La medicina y los médicos

Es evidente que la Biblia está llena de contenidos revelados y reveladores sobre la medicina, los médicos y los enfermos. Por razones de exposición didáctica, exponemos, a manera de un cuadro sinóptico, los contenidos esenciales y primordiales de este trabajo.

Nos es necesario establecer la infraestructura metodológica que nos favorezca el ir adentrándonos en los difíciles y complicados laberintos del sufrimiento humano. Para ello partiremos del desarrollo de conceptos elementales sobre medicina, médicos y enfermedad, advirtiendo que toda la exposición del tema estará contemplada desde el punto de vista científico (médico) y teológico. MEDICINA

En múltiples pasajes de la Biblia se presentan interesantísimos conceptos sobre la medicina. Yo recomiendo la lectura de los siguientes: Proverbios 3:8; 4:22; 12:4; 14:30 y 16:24. Especialmente debe ser leído y estudiado el pasaje de Proverbios 3:1-8 y su contexto.

El estudio del contexto de todos estos textos demuestra que el conocimiento de la ley de Dios (su Revelación), y el guardarla, repercute sobre la salud a nivel somático (biológico), y que la “conversión” (misericordia y verdad en el corazón Proverbios 3:3) es medicina (salud) para el cuerpo. Como ejemplo paradigmático de las aseveraciones que venimos haciendo, queremos destacar el recuerdo histórico del nacimiento de “la psicoterapia de grupo” (método científico para tratar múltiples desórdenes del ámbito de la salud mental). A principios de este siglo la tuberculosis era una enfermedad que se manifestaba de forma epidémica (es decir, afectaba a numerosas personas), y tenía carácter o naturaleza endémica (es decir, estaba presente en la patología humana de manera permanente). Los recursos terapéuticos para combatir esta enfermedad eran muy precarios, y los trastornos fímicos (tuberculosos) segaban vidas por cientos de miles de personas. En un hospital antituberculoso europeo a un médico especialista en esta enfermedad se le ocurrió poner en marcha la siguiente experiencia: se establecieron dos grupos de pacientes. Uno de ellos sometido a todas las terapéuticas clásicas posibles en la época (no existían entonces las maravillosas drogas antifímicas que posteriormente erradicaron la enfermedad hasta el hecho de desaparecer todos los hospitales antituberculosos en Europa), y el otro, además de seguir el tratamiento clásico, se reunían varias veces a la semana para participar en sesiones de grupo de discusión en los que se procedía a la lectura de la Biblia seguida de un debate sobre los temas que dicha lectura sugería al grupo.

Al término de unos meses se comprobó que el segundo grupo de pacientes, es decir, los que se reunían para leer la Biblia y mantener posteriores discusiones sobre el contenido de las lecturas efectuadas, experimentó en la mayoría de sus miembros una notable mejoría de sus lesiones tuberculosas con respecto al otro grupo de pacientes que sólo seguían los tratamientos clásicos establecidos. Se había dado un salto gigantesco, no sólo en la lucha contra la tuberculosis, sino en todo el vasto campo de la patología humana; ahora, y por primera vez en la práctica empírica de la medicina, se podía reconocer la importancia de la mente (espíritu) en el génesis y resolución de las enfermedades no sólo emocionales, sino también somáticas (físicas). Se verifica desde el punto de vista científico la aseveración contenida en uno de los proverbios del rey Salomón: “El corazón (léase espíritu, alma o esfera de la intimidad) apacible es vida para la carne (léase soma, cuerpo, fisiología humana); m la envidia es carcoma de los huesos” (Proverbios 14:30).

El grupo de enfermos fímicos que practicó la lectura y discusión de los textos bíblicos había descubierto los principios fundamentales de uno de los métodos psicoterapéuticos (la psicoterapia en grupo) más eficaces en el tratamiento de las enfermedades mentales, psicosomáticas, y aun orgánicas. Hoy este método se aplica al tratamiento de enfermos alcohólicos, toxicómanos, neuróticos, psicóticos, asmáticos, diabéticos, con problemas de obesidad y de tabaquismo, etc. Existe la clara evidencia de que el mensaje de amor, esperanza y salvación que contiene la Revelación de Dios influyó de manera decisiva en la recuperación total o parcial de este grupo de pacientes; se cumplía así la recomendación de la Escritura en el mencionado libro de Proverbios: “Hijo mío, está atento a mis palabras; inclina tu oído a mis razones, no se aparten de tus ojos; guárdalas en medio de tu corazón; porque son vida a los que la hallan y medicina a todo tu cuerpo” (Proverbios 4:20-22)

Se podría pensar que la relación que establecemos entre los descubrimientos científicos y la Revelación es un tanto forzada y particular. Aunque admitimos esta crítica debemos resaltar que a través de la historia de la humanidad muchos otros hombres, algunos de ellos incontrovertiblemente sabios, han caído en la misma tentación. Particularmente estoy convencido de que no existen contradicciones irresolubles entre la Biblia y la ciencia, sino más bien todo lo contrario. Recientemente el doctor Gerald L. Schroeder, físico y teólogo judío, ha publicado un interesantísimo libro titulado “El Génesis y el Big Bang”, en el que se pone de manifiesto la coincidencia de los descubrimientos científicos sobre la posible génesis de nuestro universo y los conceptos revelados en los primeros capítulos del Génesis. Me sorprendió de una manera muy grata que mi investigación teológica particular, sin ser yo judío ni especialista en la lengua hebrea, coincidiera básicamente con los descubrimientos de tan eminente personaje. Esta apreciación no la realizo a posteriori, teniendo en cuenta que mis comentarios sobre el Génesis, en el que sostengo criterios similares a los mantenidos por el Dr. Schoreder, se remontan a un período de hace más de 15 años.

Esta digresión o inciso no tiene otra finalidad que insistir en el hecho de que sólo el desconocimiento científico o la falta de profundización teológica crea contradicciones entre la Biblia y la Ciencia. Volviendo al tema que nos ocupa puede resultar sorprendente que el rey Salomón, hace casi 2.500 años, pusiera de manifiesto verdades tan profundas sobre los mecanismos que informan la patología humana y en cuanto a los recursos necesarios para recuperar la salud perdida. Pero si tenemos en cuenta que este rey había pedido a Dios “sabiduría”, y que además dedicó la mayor parte de su vida a la investigación científica en diversos campos con el rigor y la metodología más exigente, aun en los tiempos actuales el contenido de sus aseveraciones, especialmente para los creyentes, no debiera sorprendernos demasiado. Uno de los campos a los que dedicó mayor atención fue el de la patología mental y emocional, según nos consta en el libro de Eclesiastés: “Y dediqué mi corazón (mi mente, mi espíritu) a conocer la sabiduría y también a entender las locuras y los desvaríos” (Eclesiastés 1:17)

MÉDICOS

En el segundo libro de Crónicas y en su capítulo 16 se narran las circunstancias de una grave enfermedad que afectó al rey judío Asa. “En el año treinta y nueva de su reinado, Asa enfermó gravemente de los pies, y en su enfermedad no buscó a Jehová, sino a los médicos. Y durmió Asa con sus padres, y murió en el año cuarenta y uno de su reinado” (2ª de Crónicas 16:12-13)

Se plantea, a la vista de lo anteriormente expuesto, una cuestión candente, que aún sigue teniendo enorme vigencia en la época actual: el creyente, cuando enferma, ¿debe confiar el curso de su evolución y curación sólo a la actuación especial de Dios o, por el contrario, a la de los médicos?

Aunque pudiera parecer que en la época actual esta problemática no debiera tener sentido, la realidad de la vida cotidiana viene a demostrarnos que sí lo tiene. Los elementos que informan la superstición siguen teniendo vigencia y son cada día más abundantes. Se pueden apreciar en cualquier marco del amplio espacio religioso denominado “cristianismo”. En el ámbito del cristianismo evangélico, especialmente en los países socioculturalmente más desarrollados, pero no exclusivamente en ellos, se pueden apreciar posturas semejantes a la tomada por el rey Asa. Por otra parte, en los ámbitos socioculturalmente débiles se produce todo lo contrario. La gama de posibilidades va desde los creyentes que consideran que para resolver sus enfermedades no deben utilizar otro recurso que sus peticiones directas a Dios, hasta los que adoptan la postura contraria: en sus padecimientos sólo recurren a los médicos.

Fue Jesús de Nazaret el que nos dejó una clara enseñanza en cuanto a la cuestión que estamos tratando: “Los que están sanos no tienen necesidad de médicos, sino los enfermos (literalmente en griego: los que mal se encuentran) (Lucas 5:31). Soy consciente de que este texto está insertado en un contexto de naturaleza ético-moral y de trascendencia metafísica, pero, no obstante, considero que es lícito darle una aplicación empírica (práctica) a la realidad de la medicina, de los médicos y de los enfermos.

La búsqueda de los profesionales de la medicina ante la irrupción de la enfermedad en el devenir biosicológico de una persona, es correcta y aceptable desde el punto de vista bíblico (existen abundantes pasajes en el Antiguo y en el Nuevo Testamento que avalan esta aseveración). Por otro lado. no existe contradicción entre acudir a los médicos y pedir a Dios que nos ayude en nuestras debilidades y conflictos, y aun que nos salve de la enfermedad, del padecimiento y de la muerte si ésa es su voluntad (deseo, propósito, determinación) para nuestra vida (Santiago 5:14-16). En conclusión, terminamos esta primera aportación al tema enunciado al principio de este trabajo con una interpretación hermenéutica acerca de la actitud del rey Asa. Su fracaso (frustración, pecado) no se puede asentar en el hecho de que en su enfermedad buscó a los médicos (a lo que legítimamente tenía derecho) sino en que más allá de las posibilidades de la ciencia médica no tuvo en cuenta al dador y consumador de la Vida, a Dios mismo.

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