EL CREYENTE Y LA ENFERMEDAD

José Manuel González Campa

(Dr. en Psiquiatría)

El creyente y la enfermedad

Sobre este tema existen diversas concepciones que van desde las que consideran que la enfermedad física o mental es la expresión de un castigo que Dios infringe al creyente a consecuencia de sus pecados, hasta aquellas otras que ven el acontecer patológico o morboso como un devenir antropológico-existencial que se realiza al margen de la voluntad divina.

En este escrito vamos a ilustrar nuestra concepción de la enfermedad en relación con la orientación que exponíamos en el artículo de esta serie titulado “El sentido de la enfermedad”. Para ello tendremos en cuenta el caso de un enfermo creyente que nos parece paradigmático: Job.

En el caso de este personaje, Job, tan importante y trascendente en la historia de la revelación bíblica, nos encontramos con enseñanzas profundísimas y más que suficientes para afirmar que la enfermedad en la vida de una persona, o de cada persona, tiene un sentido teológico y seguramente, también, metafísico o transcendente.

Job sufre una enfermedad de naturaleza orgánica que le sume en una situación angustiosa, de gran sufrimiento físico, moral y espiritual que le aboca hasta llegar al extremo de una verdadera crisis existencial. El proceso morboso que trastorna su vida ocurre en unas circunstancias socio-familiares, socio-económicas, psicosociales y espirituales, concretas. Todas estas circunstancias no constituyen la causa etiológica (es decir, el elemento generador de su enfermedad) pero sí son elementos condicionantes o desencadenantes de la misma; elementos que no procede, en este momento, analizar más profundamente, pero a los que es necesario tener en cuenta. En Job 2:7-8 se encuentra la primera descripción de su dolencia: “Entonces salió Satanás de la presencia de Jehová, e hirió a Job con una sarna maligna (“tumores ulcerados” o “úlcera maligna” V.M.) desde la planta del pie hasta la coronilla de la cabeza. Y tomaba Job un tiesto para rascarse con él, y estaba sentado en medio de ceniza”.

La enfermedad del patriarca tuvo serias repercusiones a nivel orgánico y psíquico. Toda su personalidad fue conmovida a nivel bio-psico-neumático. Merecen especial consideración, dentro de su devenir psicopatológico las vivencias oníricas que tuvo; es decir, aquellas experiencias internas que fueron vivenciadas por su mente en la experiencia de sus propios sueños.

Cuando una persona se duerme, la parte inconsciente de la mente funciona psíquicamente de manera hegemónica. Es desde esta perspectiva onírica que tenemos que preguntarnos: ¿qué mensaje recibió del inconsciente, en su enfermedad, el creyente Job? Explicitaremos esta respuesta en las siguientes citas del libro que lleva su nombre: Job 19:28; 34:32; 36:26; 38:36 y 42:3.

En el primer texto aducido (19:28) parece que Job toma conciencia teológica, y casi tendríamos que decir escatológica, de la realidad salvífica de Dios en Jesucristo (aquel que según la revelación contenida en Isaías 53 “llevó nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores”) cuando dice: “Yo sé que mi Redentor vive, y que al fin se levantará sobre el polvo. Y después de desecha esta mi piel, en mi carne he de ver a Dios; al cual veré por mí mismo, y mis ojos los verán, y no otro, aunque mi corazón desfallece dentro de mí. Más debierais decir: ¿Por qué le perseguimos? Ya que la raíz del asunto se halla en mí” (Job 19:25-28). Según C.G. Yung, “la interpretación cristiana tradicional de este pasaje, como una anticipación de Cristo, es válida en cuanto que la cara positiva de Yavhé como HIPOSTASIS suya propia se encarna en el Hijo del hombre”. Por otro lado, una más adecuada traducción del verso 28 dejaría las cosas así: “Si decís: ¿Cómo lo acosaremos? Ya que la raíz del asunto se halla en él”. Este último texto tanto si se trata de la conclusión de los amigos de Job como de la suya propia viene a revelar que se había tomado conciencia de que la causa más profunda de sus padecimientos se encontraba en los niveles más inaccesibles de su mente: en su propio inconsciente.

Siguiendo la argumentación que venimos desarrollando recogemos una de las afirmaciones que Eliú, uno de los amigos de Job, utiliza frente a Job con la finalidad de que él mismo tome conciencia de su propia realidad morbígena. Así en Job 34:32 encontramos una afirmación profundísima que consideramos toca el fondo de la cuestión en cuanto al origen de la enfermedad del personaje bíblico: “Enséñame tú lo que yo no veo”. Y en relación con esta misma problemática el mismo Eliú afirma: “He aquí, Dios es grande, y nosotros no le conocemos” (Job 36:26). A la vista de estos textos descubrimos que las causas aparentes de las enfermedades pueden ser bastante distintas de las causas reales que subyacen a las mismas y que se devienen en la parte más profunda y oscura del corazón humano. Dios corrobora este pensamiento cuando dirigiéndose a su hijo Job le interroga, amonestándole, de la siguiente manera: “¿Quién puso la sabiduría en el corazón? ¿O quién dio al espíritu inteligencia? (Job 38:36). Es en este sentido que Job, al profundizar en la etiología (causa) de sus padecimientos, a través de la experiencia existencial que le ha permitido vivir su propia enfermedad, modifica su posición sobre la concepción causal de la misma, y termina diciendo, a la luz de la revelación que Dios le ha dado a través de sus padecimientos psicosomáticos, lo siguiente: “Yo hablaba lo que no entendía”.

Llegado este momento es necesario preguntarnos con más razón que nunca lo siguiente: ¿Qué sentido tiene la enfermedad?

El psicopatólogo y filósofo Karl Jaspers hablaba del problema “de la significación creadora de la enfermedad”. En definitiva, se trata del sentido teológico (mirar lejos) y metafísico (trascendente) de la enfermedad. Para ilustrar estos aspectos de la enfermedad podemos tomar como ilustraciones algún ejemplo bíblico, como Juan 11:4: “Y oyéndolo Jesús dijo: Esta enfermedad (Gr=astenia, cansancio, etc.) no es para (lit=hacia) muerte (Gr=tanatos) sino para (lit=en favor de) la gloria de Dios, para que sea glorificado el hijo de Dios mediante ella”. Obviamente el lector ya se habrá dado cuenta de que el texto aquí explicitado hace referencia a la enfermedad del amigo íntimo de Jesús llamado Lázaro. Enfermedad que le condujo a la muerte, y que tenía como finalidad la manifestación de la gloria y del poder de Dios a través de la resurrección de Lázaro, así como la plena realización espiritual de éste y de sus dos hermanas. Constituyó también uno de los momentos culminantes del ministerio de Jesús de Nazaret en esta Tierra, dado que el hecho de la resurrección de su amigo supuso un argumento indestructible frente a sus enemigos. La enfermedad de Lázaro no estaría al servicio de la realización Tanática (instinto de la muerte) sino al de la realización de Dios.

Esta ilustración, sacada del mismo corazón del Evangelio, debiera servirnos como ejemplo a la hora de contrastar en nuestra propia experiencia vital, especialmente la que se deviene de nuestras contrariedades y padecimientos. Sería conveniente que aprendiésemos a preguntarnos: ¿Qué sentido pueden tener desde una perspectiva teológica y metafísica los padecimientos de nuestra propia vida?

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