Dr. CAMPA (Psiquiatra)

ARTÍCULO

José Manuel González Campa médico psiquiatra, considerado como uno de los más significativos científicos europeos en el ámbito de la salud mental.

HISTORIA DE LA SALVACIÓN

La salvación no es solo una realidad soteriológica (del griego “soterias”= salvación) que afecte a lo individual e idiosincrásico, a lo familiar, a lo étnico, a lo social, a lo económico, a lo político, a lo ético-moral, a lo espiritual y, por descontado, a lo religioso; incluso en la concepción de esto último como “religare” (volver a religar el alma con Dios) o “religere” (volver a elegir a Dios como destino metafísico y trascendente). La experiencia salvífica no debe ser sometida a un reduccionismo individualista, tal, que la deje secuestrada en el marco anímico–espiritual de la vivencia experiencial intimista, de cada ser humano, desde el día que toma consciencia de que el acto soteriológico de Cristo, su muerte en la Cruz del Calvario, es la base única e indispensable para que su desestructuración amártica (el término griego “amartia” significa pecado, error, fracaso y frustración), “su ser para el pecado y la muerte”, sea superada y alcance una realización plena y trascendente al restablecer su reconciliación con Dios.

La carta a los Hebreos en su capítulo 11:3, nos dice: “Por la fe entendemos haber sido constituido el Universo (gr= aiones= siglos) por la Palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía”. Aquí se nos revela la ontogénesis de toda la realidad. Dios es la fuente de donde nacen el tiempo y el espacio, y la salvación se deviene en el ámbito de estas dos realidades, trascendiéndolas. Los pasajes cristológicos más importantes del Nuevo Testamento, Evangelio de Juan 1:1-18, Colosenses 1:15-22, Filipenses 2: 5- 11, así como Hebreos 1:1-3, nos revelan un Cristo Cósmico, como diría el gran científico y teólogo francés Teilhard de Chardin, y por consiguiente, el acto salvífico de Cristo tenía que tener una dimensión cósmica, incluyendo lo antropológico como el epicentro de tal dimensión. La Encarnación (“Y aquel Verbo fue hecho carne” Juan 1:14) constituye la infraestructura histórica del devenir salvífico: “Pero cuando vino el cumplimiento (gr= pleroma= plenitud) del tiempo (gr= cronos= tiempo cronológico= tiempo histórico), Dios envió (gr= despachó) a su hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese (gr= rescatase, salvase) a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos” (Gal. 4:4-5)

SIN ENCARNACIÓN NO HAY SALVACIÓN. La Encarnación supone la Antropologización del Verbo, es decir: la antropologización o materialización del Espíritu. En la Encarnación, Dios (el Verbo) que es Espíritu (Juan 4:24) se hace “carne” (termino griego que significa, en el contexto en que se encuentra, cuerpo, ser vivo, hombre). Estamos ante la realidad de la misma materialización o antropologización de la Suprema Deidad.

En la Encarnación, la Historia de la Salvación, que surge y mana del mismo corazón de Dios, IRRUMPE EN LA HISTORIA humana, y se desarrolla y plasma en el devenir de ésta hasta llegar al acto salvífico supremo: la muerte de JESÚS-CRISTO (Jesús-Mesías) en la Cruz del Gólgota. La Salvación o Redención (la reconciliación de toda la Realidad con Dios) no solo afecta a los seres humanos, no solo alcanza al alma-espíritu (corazón) de los hombres, afecta también, y principalmente, A LA MATERIA. La antropologización o materialización del Espíritu tiene como meta suprema la pneumatización o espiritualización de la materia (ver el capítulo 15 de 1ª Cor., especialmente los textos que hacen referencia a la pneumatización o espiritualización del cuerpo, es decir, a la Resurrección o vivificación de la materia)

La concepción antropológica de los griegos, considerando el cuerpo (la materia) como elemento generador del mal, y al alma-espíritu, como una instancia, anímico-pneumática, que da a luz al bien, pero que no puede realizar el deseo vehemente por la eternidad (o la vivencia del tiempo indefinido) que anida en lo más profundo de la esfera de nuestra intimidad bio-psico-pneumática (Ecle. 3:11) de una manera satisfactoria, trascendente y éticamente pura, porque vive encarcelado en la materia, que al trascenderse tanáticamente, da a luz a la muerte: fuente fundamental y ontológica de la frustración humana. Según la filosofía platónica, el ser humano (el ser-para-la muerte de los existencialistas) necesita desprenderse de la materia, trascenderla, para conseguir sus más sublimes y inefables aspiraciones de devenirse eternamente). Esta concepción, de realización metafísica, difiere notablemente de la que se nos manifiesta y explicita en la Revelación bíblica.

Para crear al Hombre (heb= Adán= varón-varona; griego= Antropos= ser humano) Jehová Elohim echa mano de la materia: “Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente (nefesh hyyah. Gen 2:7)”. En el relato Elohista de génesis uno (Gen 1: 26-27), se nos revela que Dios crea al hombre a su imagen (heb= celem= copia, sombra) y semejanza (heb= apariencia, similitud, correspondencia). Este hombre, formado de materia cósmica (el polvo de la tierra) e insuflado por el aliento de Dios es ahora un ser viviente, un nefesh hyyah; es decir: un ser animado por un alma. Pero es a partir de este momento de hominización (creación del Hombre como “varón y mujer”) que el SER HUMANO y el COSMOS (toda LA CREACIÓN) tendrán el MISMO DEVENIR. Cuando el Hombre, varón y mujer, transgreden el límite que Dios le había impuesto y comen “del árbol de la ciencia del bien y del mal” (Gen. 2:17), ocurre que el ser humano amplía el campo de su conciencia (ahora es conocedor del bien y del mal. Gen 3:22) pero cae en LA TRAMPA y todo su ser (cuerpo, alma y espíritu) sufre una desestructuración que le aboca a la experiencia tanática de la muerte. Desde este momento existencial empieza a regir la “Ley del pecado y de la muerte” (Rom.8:2); ley que no va a afectar solo a los seres humanos, sino a toda la creación de Dios, alcanzando una dimensión cósmica y afectando a la materia tanto orgánica como inorgánica. Esta realidad trascendente y trascendental se nos revela de manera meridiana en la carta a los Romanos: “Por tanto, como el pecado entró en el mundo (gr= cosmos) por un hombre (gr= antropos= ser humano), y por el pecado la muerte (gr= tanatos), así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Rom. 5:12). Queda claro que la desestructuración amártica, por la entrada del pecado, trasciende la realidad antropológica para alcanzar una dimensión universal y cósmica.

DIOS PNEUMATICE (espiritualice) SU CUERPO; es decir que se produzca La resurrección o la transformación pneumática (espiritual) de la parte ORGÁNICA Y MATERIAL DE SU SER. Cuando su cuerpo animal (gr= soma psiquicon= cuerpo gobernado por lo psíquico o anímico) sea tras[1]formado en un cuerpo espiritual (gr= soma pneumaticon= cuerpo gober[1]nado por el espíritu) se habrá realizado en todo su ser la plenitud de la SALVACIÓN. Y es de ahí, de la pneumatización de la materia de donde fluye la ESPERANZA QUE AGUARDA TODA LA CREACIÓN, todo el Cosmos: “Porque el anhelo ardiente (gr= profundo) de la creación, es el aguardar la manifestación (gr= apocalipsis) de los hijos de Dios. Porque la creación fue sujetada a vanidad (gr= vacuidad, vacío, ilusión, fragilidad, futilidad, frustración, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en esperanza; porque también la creación misma será LIBERTADA DE LA ESCLAVITUD DE CORRUPCIÓN, A LA LIBERTAD GLORIOSA DE LOS HIJOS DE DIOS. Porque sabemos que toda la creación gime a una (gime al unísono con nosotros), y a una está con dolores de parto hasta ahora (gr= el presente); y no solo ella, sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias (gr= comienzos, según Juan Calvino) del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando ansiosamente la ADOPCIÓN (de hijos) LA REDENCIÓN DE NUESTRO CUERPO (Rom.8:19-23)

La redención de la materia, la resurrección, pneumatización de nuestro cuerpo es la suprema esperanza de toda la creación y la meta sublime y trascendente de la economía divina para llegar a la Realización plena de la Historia de la salvación. Sobre esta base “habrá tierra nueva y cielos nuevos”, en los cuales morará la justicia (2ª Ped. 3.13). El plan económico, salvífico de Dios, se habrá realizado y nosotros, los creyentes, y toda la creación llegaremos a la realización Trascendente, por antonomasia, en el mismo Corazón de Dios; donde la divinización de toda la realidad dará lugar a que se realice el bienaventurado devenir de que “Dios sea todo en todos” (1ª Cor.15:28)

 

Dr. José Manuel González Campa

Presidente de la Comunidad Cristiana de Oviedo

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