Dr. PEDRO TARQUIS - EUTANASIA -2
Ley de
eutanasia, la nueva pandemia
Estamos en una sociedad que mientras llora las muertes de ancianos en
residencias por la pandemia, favorece su final (y el de personas jóvenes) de
forma reglada y sistematizada.
17 DE
DICIEMBRE DE 2020 · 18:00
Olga
Kononenko, Unsplash
Ya expresé en un artículo anterior mi visión sobre la hoy aprobada Ley de la eutanasia en el Congreso
español. Una Ley que asegura la “eutanasia activa por la que un
profesional sanitario pone fin a la vida de un paciente de manera deliberada y
a petición de este, cuando se produce dentro de un contexto eutanásico por
causa de padecimiento grave e incurable, causantes de un sufrimiento
intolerable”.
Hacía referencia en mi mencionado
artículo a la inexistencia de una demanda real, y a las verdaderas carencias en
la atención a las personas enfermas que sufren de manera crónica, aspectos en
los que no voy a repetirme, y remito al lector a leerlo si le interesa conocer mi opinión en estos aspectos.
En el presente escrito sí quiero
abordar de forma sucinta las garantías que teóricamente ofrece la nueva Ley de
eutanasia para asegurar la libertad de elección de la persona que
decide recurrir a ella.
¿Un proceso garantista?
El proceso lo explican
como “garantista” ya que requiere una serie de trámites administrativos. Trámites que se pueden resolver en poco más de un mes (el plazo más corto
de los países que han aprobado la eutanasia), y que conllevan
simplemente el confirmar desde el punto de vista médico y jurídico que el
paciente realiza la petición de forma expresa y acorde a la realidad médica que
alude.
Una realidad médica que como
mencionábamos antes se limita a “un padecimiento grave e incurable, causantes
de un sufrimiento intolerable”.
Aquí la clave es “intolerable”,
ya que es una valoración totalmente subjetiva del paciente que puede justificar
la eutanasia en cualquier enfermedad “grave e incurable”. Dicho sea de
paso, gran parte de las enfermedades crónicas pueden incluirse en este cajón de
sastre: diabetes con complicaciones, bronquitis crónica (EPOC) severas,
Esclerosis múltiple, Parkinson avanzado, tetraplejias o hemiplejias por
accidentes de tráfico o problemas de riego cerebral (ACVA), depresiones
severas, y así seguiría con todo un repaso a las múltiples patologías que
pueden afectar a un ciudadano, especialmente cuando la edad avanza.
Por lo tanto, la garantía de la Ley es
que no garantiza restricción alguna en cualquier patología crónica de cierta
gravedad y que afecta a la persona de una forma que ella misma considera
“intolerable”.
¿Una decisión libre?
Pero al margen de la amplia puerta que
se abre a todo tipo de sufrimiento crónico, es más que cuestionable que la
decisión de quien hace la petición se asegure que sea libre y voluntaria.
Muchos pacientes que
sufren, si el médico o la familia le sugieren o presionan (incluso con una teórica buena voluntad) con la idea de la
eutanasia, pueden ceder en la propia debilidad del dolor. Un plazo de poco
más de un mes para una decisión de esta magnitud es claramente insuficiente.
Yo he vivido personalmente en los 40
años de mi ejercicio de la medicina hospitalaria situaciones críticas de
sufrimiento prolongado en las que muchos pacientes -estoy seguro- si no hubiese
sido por el apoyo de sus seres queridos y la voluntad inquebrantable del equipo
médico de sacarlos adelante, hubiesen quizás aceptado la eutanasia en su
momento de mayor oscuridad. Ninguno de ellos ha dejado de alegrarse de haber
sobrevivido a su proceso.
Por otro lado, la
falta de apoyos sociales y sanitarios a problemas crónicos e incurables de
dolor pueden abocar a la eutanasia como única “solución final” posible, o así parecerlo. De hecho, muchos de los casos que se difunden en la
opinión pública como ejemplos de la necesidad de la eutanasia responden a un
abandono social, sanitario o afectivo, o una mezcla de varios de estos
factores. A lo que se suma a la ausencia de un acceso universal adecuado a los
Cuidados paliativos (y Unidades de Dolor y Centros de Rehabilitación).
Finalmente, la
desvalorización de la vida humana, como ya ocurre con el “no nacido”, llevará
sin duda a una escasa ética de valores personal y social que empuje a
decisiones en que la propia vida humana pierda su sentido frente al pragmatismo. En este sentido un anciano o persona
discapacitada puede ver la eutanasia como “quitar una carga” a sus cercanos,
máxime si estos lo ven de la misma forma; convirtiéndola en un acto de valor
para así “liberar” a sus seres queridos.
Todos estos argumentos los he dado
desde una perspectiva racional, sin tener en cuenta argumentos de fe o
bíblicos, que los hay. Pero no quiero que parezca que la oposición a esta Ley
es meramente una postura “religiosa”.
Y puedo asegurar que entiendo y conozco
bien de cerca lo terrible que en ocasiones puede ser la enfermedad y el
sufrimiento. Me he dolido, y a veces llorado, con pacientes que pasaban por
momentos de especial quebranto. Pero entiendo que la eutanasia activa que
ofrece esta Ley no es un derecho humano, ni una humanización de la Medicina,
sino todo lo contrario.
Hay casos
excepcionales, tan excepcionales que no he tenido ninguno en mi larga
experiencia profesional; y así deberían abordarse, No con una norma general
legal; que aboca a una sociedad que llora las muertes de ancianos en
residencias por la pandemia a favorecer su final (y el de personas jóvenes) de forma reglada y sistematizada.
Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Teide - Ley de eutanasia, la nueva
pandemia
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