LA INFALIBILIDAD

¿Por qué dejé el catolicismo? 

 Luis Pedrosa (ex-sacerdote)

Capítulo I

INFALIBILIDAD PONTIFICIA

El dogma católico de la infalibilidad del Pontífice Romano lo deduce la Iglesia Católica del hecho de la concesión de las llaves del Reino de los Cielos que hizo Jesucristo a S. Pedro. "Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta Piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Te daré las llaves del reino de los cielos, y cuanto atares sobre la tierra, quedará atado en los cielos, y cuanto desatares sobre la tierra, quedará desatado en los cielos." (Mat. 16, 18-20). Esto es lo que dice Jesucristo textualmente. ¿Qué dice la Iglesia Romana? "Te daré las llaves a ti y a tus sucesores ..." "Sobre esta piedra que eres tú y tus sucesores. . ." "Todo lo que tú y tus sucesores atareis atado quedará, y todo lo que tú y tus sucesores desatareis, desatado quedará." La Iglesia Católica sabe que Jesucristo no dijo "tus sucesores", pero asegura, como cosa de fe, que lo quería decir. Y claro está que si los sucesores de S. Pedro, o sea los obispos d Roma tienen las llaves del Reino de los Cielos, es evidente que el único medio de entrar en el cielo es hacer lo que la Iglesia Católica Romana ordene.

Por esto afirma decididamente: "Fuera de la Iglesia no hay salvación”.

                                                         *  * *

Analicemos serenamente este hecho evangélico. Si cuando Pedro y sus sucesores cierran las puertas a alguno, Jesucristo se las abre, y cuando Pedro y sus sucesores abren Jesucristo cierra, no tiene sentido haberle dado las llaves. Hubiera sido un mero juego de palabras. De nada les serviría a Pedro y a sus sucesores haber recibido las llaves con esta condición.

Si Pedro y sus sucesores han recibido de Jesucristo las llaves del reino de los cielos, cuando ellos abran abierto ha de quedar, y cuando ellos cierren, cerrado ha de quedar.

¿Y es en realidad así?

Así lo afirma la Iglesia Católica. Pero nosotros decimos: si así es, hemos de aceptar como consecuencia lógica que Jesucristo renunció para siempre y en todos los casos a juzgar a los hombres. Pedro y sus sucesores son los jueces absolutos y los dueños de cielos y tierra por lo que se refiere a la salvación de los hombres.

Entrarán los que Pedro y sus sucesores digan, y se quedarán fuera los que Pedro y sus sucesores digan. Si es así, preguntamos: ¿Cómo dice Jesucristo por San Mateo?  "Y serán reunidas delante de Él todas las gentes: y los apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos. Y, pondrá las ovejas a su derecha v los cabritos a su izquierda. Entonces el Rey dirá a los que estarán a su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo: Porque tuve hambre, y me disteis de comer..." (25. 32-35).

"Entonces dirá también a los que estarán a la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles: Porque tuve hambre y no me disteis de comer. . ." (25, 41-46). Y en el capítulo anterior dice: "Dichoso el siervo aquel a quien su señor a su vuelta hallará obrando así. En verdad os digo que le pondrá al frente de sus haciendas." (46-47).

Y hablando del siervo infiel dice: "y le partirá por la mitad, y le deparará la misma suerte de los hipócritas: allí será el llanto y el rechinar de dientes" (51).

Y en S. Lucas: "Procurad con empeño entrar por la puerta estrecha, porque muchos, os lo aseguro, tratarán de entrar y no lo lograrán. Una vez que el amo de casa se levante y cierre la puerta, si os quedáis afuera, por más que os pongáis a golpear la puerta, diciendo: "Señor, ábrenos", Él os responderá diciendo: "No sé de dónde sois vosotros" (13, 24-30). En la parábola de la cizaña Jesucristo explica con claridad que los siervos, al saber que en el campo un hombre enemigo sembró cizaña, le dicen: "¿Quieres

que vayamos y la recojamos?" Él les dice: "No, no sea que al recogerla arranquéis juntamente con ella el trigo. Dejadlos crecer juntamente uno y otro hasta la siega, y al tiempo de la siega diré a los segadores: Recoged primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, pero el trigo recogedlo en mi granero" (Mat. 13, 24-30).

 Pidieron los discípulos explicación de esta parábola, y el Señor les aclara el sentido: "El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del reino; la cizaña son los hijos del malvado. . . Enviará el Hijo del hombre sus ángeles, los cuales recogerán de su reino todos los escándalos y todos los que obran iniquidad y los arrojarán en el horno de fuego".

Notemos que en ningún sitio dice Jesús que recibirá a los que los Apóstoles hayan perdonado o juzgado como buenos. Siempre aparece Él juzgando directamente o sirviéndose de sus ángeles. Pero el Juez que dará la sentencia y separará los buenos de los malos es solamente Cristo Jesús.

¿Acaso no decimos en el Credo: "Desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos"?

Arguyamos, pues: ¿Es que acaso en el día del Juicio quitará Jesucristo las llaves a Pedro y a sus sucesores y revisará las causas sentenciadas por ellos? Si así fuera, volvemos a preguntar: ¿De qué sirve que ahora Pedro y sus sucesores abran, si después Jesucristo ha de cerrar, y viceversa?

Para nada les sirven las llaves.

¿O es acaso que, en el día del Juicio, Jesucristo solamente vendrá a ratificar solemnemente lo que Pedro y sus sucesores han hecho?

En este caso no dice la verdad Jesucristo cuando afirma que vendrá a juzgar, ni tampoco cuando declara en el Apocalipsis: "Esto dice el Santo, el Verdadero, el que tiene la llave de David, que abre y nadie cierra y cierra y nadie abre" (Ap. 3, 7). Este dilema el católico no lo puede resolver, y ningún apologista católico relaciona nunca la concesión de las llaves a Pedro con el Juicio final, por temor a la evidente consecuencia.

                                                                  * * * 

Hemos repetido muchas veces "Pedro y sus sucesores", porque esto es lo que dice la Iglesia Católica. Pero hemos de hacer notar que Jesucristo y sus Apóstoles no lo dijeron ni una sola vez. Esto solo ya hace pensar en la posibilidad de un sofisma a toda persona que juzga serenamente y que busca sinceramente la verdad. Jesucristo dice explícitamente: "A ti, te doy las llaves". Para que lo que tú abras abierto quede, y lo que tú cierres cerrado quede". Ni una sola vez dijo: "A ti y a tus sucesores". Ni una sola vez dijo: "Lo que tú y tus sucesores abráis abierto quede". Ni una sola vez- No las entregó tampoco a la Iglesia. Ni una sola vez dijo: "Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y a ella entregaré las llaves del reino de los cielos".

No las entregó tampoco al Colegio Apostólico. Las entregó solamente a Pedro: "A ti". ¿En qué consistían, pues, estas llaves que un solo hombre podía tener y usar? No se referían al poder de ligar y desligar, pues este mismo poder fue dado en el capítulo 18 del mismo evangelio de San Mateo, a todos los Apóstoles: "En verdad os digo que cuanto atareis en la tierra, será atado en el cielo, y cuanto desatareis en la tierra será desatado en el cielo". Aún más: "Os digo en verdad que si dos de vosotros os conviniereis sobre la tierra en pedir cualquier cosa, os lo otorgará mi Padre que está en los cielos. Porque donde estén dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos". No hay que confundir, pues, el privilegio de las llaves, que es dado a uno, con el de atar y desatar, que es dado a muchos.

Solamente hay una cosa que San Pedro hizo de un modo exclusivo y nadie más ha podido hacer. Inaugurar la Era de la Iglesia, abriendo las puertas del Reino de los Cielos, primero a los judíos y prosélitos del judaísmo el día de Pentecostés (Hechos 2, 38), después a los gentiles en casa de Cornelio (Hechos 10, 44-48).

Evidentemente, Jesucristo quiso dar las llaves a San Pedro como se dan al ministro o al gobernador las llaves de un edificio que va a ser inaugurado. El mismo Apóstol San Pedro se refiere con satis- facción y legítimo orgullo a este privilegio único con- cedido por su Señor, en el Concilio de Jerusalén:

"Después de una larga deliberación se levantó Pedro y les dijo: "Hermanos, vosotros sabéis cómo des- de mucho tiempo ha, determinó Dios aquí entre vosotros que por mi boca oyesen los gentiles la palabra del Evangelio y creyesen" (Hechos 15, 7). Observemos que San Pedro no dice: "Varones hermanos, vosotros sabéis cómo desde mucho tiempo ha, Dios escogió que yo fuese el jefe infalible de la Iglesia y por lo tanto yo declaro y defino ex cátedra el asunto que viene debatiéndose en este Concilio". Sino tan solamente: "Dios determinó que por mi boca oyesen los gentiles la palabra del Evangelio y creyesen".

Así interpretó el propio San Pedro el privilegio de las llaves. ¿Podemos entenderlo nosotros de algún otro modo? "A ti, Pedro —dice Cristo —, daré las llaves." Porque es caso único su declaración y su privilegio. No "a ti y a los demás Apóstoles", pues basta uno solo para inaugurar. "Pero tú según este texto, y ellos según el capítulo 18, podéis atar y desatar moviendo los poderes del cielo desde la tierra por medio de la oración." No a ti y a tus sucesores, pues la idea de sucesor apostólico es totalmente desconocida en el Nuevo Testamento.

Los Apóstoles eran un grupo exclusivo de testigos de Cristo, hasta el punto de que se discutía el apostolado de Pablo porque no había andado con Cristo en los días de su carne, si bien él se defiende declarando que vio al Señor en su gloria y esto le da derecho a llamarse apóstol (1ª Cor.12: 1-6 y 2ª Cor.9: 1-1-3)

¿Cuál de los Papas ha tenido alguno de estos dos privilegios? ¿Con qué razón pueden, pues, pretender los Obispos de Roma derechos apostólicos? ¿Dónde está la declaración de Cristo y de San Pedro de que tales derechos pudieran ser conferidos a otra persona fuera del grupo de los doce?

Jesucristo habla con exactitud y sabe expresar lo que quiere.

Distingue bien Jesucristo entre tú, vosotros y ella. Tú, Pedro, serás la piedra fundamental, o sea, dicho sin metáfora, el arquitecto fundador de mi Iglesia. El que puso la primera piedra del edificio con la declaración de mi divinidad y lo inaugurará. A ti, te daré las llaves, confiriéndote este honor especial. Vosotros, Apóstoles, apoyados en Pedro, junto a él, edificaréis mi Iglesia. Lo que vosotros hagáis en esta edificación, inspirados por el Espíritu Santo que os guiará a toda verdad (Juan, 16, 13)

Yo lo daré por bien hecho. Vosotros, los doce, juntos y apoyados en Pedro, cuya declaración de fe en mi divinidad es la base, la piedra fundamental de mi iglesia (1)

(1) San Cirilo, en su libro IV sobre la Trinidad, dice: "Creo que ñor la roca debéis entender la fe invariable de los Apóstoles".

San Hilario, obispo de Poitiers, en su II libro sobre la Trinidad. Ella, la Iglesia tendrá una asistencia, una fuerza sobrenatural, contra la que se estrellarán las potencias infernales.

A ti, Pedro, las llaves para abrir, para inaugurar la Era de Gracia. A Ella, la Iglesia, la fuerza para resistir hasta la consumación de los siglos. Por tanto, se ve claramente que Jesucristo sabe distinguir con propiedad y dar a cada uno lo que quiere sin ninguna confusión. Pero el caso es que, a pesar de la evidencia de lo dicho, hay un texto en el que se apoyan los católicos, como prueba de su parecer concluyente de su dogmática afirmación. Jesucristo dijo: "Estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos".

Y es evidente que ni Jesucristo ni los Apóstoles pensaban que vivirían hasta el fin del mundo. Luego, concluye la Iglesia Católica: Jesucristo se refería a los sucesores de San Pedro y de los Apóstoles. De lo contrario no tenía sentido esta afirmación. A esto respondemos que es cierto que Jesucristo hizo esta promesa a los Apóstoles y que ciertamente Jesucristo no creía en una vida temporal de los Apóstoles tan prolongada.

 "La roca (piedra) es la bendita y sola roca de la fe confesada por boca de San Pedro". San Juan Crisóstomo, en su Homilía 55 del Evangelio de San Mateo, dice: "Sobre esta roca edificaré mi iglesia. Es decir, sobre la fe de su confesión". Ahora bien: ¿Cuál fue la confesión del Apóstol? Hela aquí: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo".

Lo que les promete Jesucristo lo ha cumplido y lo cumplirá, tal como lo dijo, hasta la consumación de los siglos. ¿Y qué es lo que cumplirá? Lo que prometió: Estar con Ellos hasta la consumación de los siglos. En lenguaje evangélico: "Consumación de los siglos", "Siempre". Jesucristo les asegura con esta afirmación la salvación eterna. Él y ellos no se separarán nunca más. Tienen asegurada la salvación eterna, en virtud de su genuina fe en Él como declaró en San Juan (5, 24): "En verdad, en verdad os digo, que el que escucha mi palabra y cree en El que me envió tiene la vida eterna". Por esto es que les asegura que estará con ellos mientras estén en este mundo y después eternamente. "Voy a prepararos — les dice — una mansión para que donde yo esté, también estéis vosotros" (San Juan 14, 2)

Jesucristo preveía la discusión que traería este asunto y quiso insistir y hablar con precisión y claridad excepcionales, puesto que de ello dependía ha[1]llar la Verdad o errar para siempre. Notemos que insiste Jesucristo, como en el caso de las llaves a Pedro: "con vosotros" no con "vuestros sucesores". No "con mi Iglesia" como organización o Sociedad jerárquica, sino con vosotros. Este "vosotros" no admite sino dos interpretaciones: Una literal: el grupo apostólico como acabamos de referir.

Otra general: pensando en los Apóstoles como re- presentantes de la Iglesia entera. Pero esta interpretación general, incluye a todos los creyentes grandes y pequeños de todos los tiempos: no hace referencia a ninguna jerarquía. Es cierto que Cristo también estará con nosotros hasta la consumación de los siglos, los que le buscamos, le amamos y creemos en Él y en su Evangelio. Lo confirma en otro pasaje al decir: "Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre allí estoy yo en medio de ellos" (San Mateo 18, 20). No nos abandonará jamás. Pero es evidente que esto no nos da infalibilidad. Y es cierto que las puertas del infierno no podrán destruirla. Mientras haya hombres, habrá quien le ame y observe sus mandamientos, y allí estará la Iglesia fundada por Él. Todo esto es verdad, y es muy consolador. Pero no da pruebas de infalibilidad para nadie.

                                                    * * *

Dicen los católicos que si la Iglesia pudiera caer en errores doctrinales habría sido vencida por las potencias del infierno. Habría triunfado sobre ella el demonio que es el padre del error y de la mentira. Errar la Iglesia en la doctrina es errar en lo principal. No se cumpliría, pues, la promesa de Jesús. Para que se pueda cumplir la divina promesa: "Y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella", es menester que en sus afirmaciones doctrinales no pueda haber ningún error.

A esto respondemos que cuando Jesucristo decía que las fuerzas infernales no prevalecerían contra ella, se refería a la conservación o duración de la Iglesia. Jamás quiso indicar que en su Iglesia no habría pecados de todas clases. Entre los doce Apóstoles, escogidos por Él, uno fue traidor, y los demás cometieron faltas a granel y cayeron en errores sin cuento. Jesucristo tenía que corregirlos continuamente. Y después de la Asunción del Señor, los Apóstoles tenían que luchar siempre contra los errores doctrinales y las desviaciones que brotaban entre sus discípulos.

No; Jesucristo no dio ningún privilegio de infalibilidad, o al menos no consta que lo diera a nadie, fuera del Colegio Apostólico, cuando éstos hablaran y escribieran inspirados por el Espíritu Santo, o sea en materias doctrinales. Y advirtamos bien que la infalibilidad de los Apóstoles es suficiente para que el que quiera encontrar la Verdad pueda conseguirlo con certeza. Sabiendo que la Verdad está en Cristo y en lo que dijeron e hicieron los Apóstoles después de la venida del Espíritu Santo, ya no es menester dar la in- falibilidad a nadie más. Al que quiera conocer la Verdad basta señalarle la Escritura Santa y decirle: "Aquí está; lee y practica lo que aquí se te enseña. Quien esto haga vivirá. Quien de esto se aparte no tendrá vida eterna bienaventurada".

Y es evidente que para decir esto no es menester ser infalible. Y como que siempre habrá quien esto diga y esto practique, Jesucristo pudo decir en verdad, "que las puertas del infierno no prevalecerían contra Ella". Es decir: que no la destruirán jamás.

                                                        * * *

A este propósito quiero narrar una anécdota rigurosamente histórica. En un tren iba un grupo de jóvenes evangélicos conversando alegremente de vuelta de una concentración juvenil bautista. i Llevaban insignias de la Unión Bautista de Jóvenes a la que pertenecían. Un Padre Jesuita se les acercó y, sospechando lo que eran, les dijo: —¿Qué insignia es esta que lleváis? —De la Unión Bautista de Jóvenes. —¿Posible? ¿protestantes? ¿Pero quién os ha tomado el pelo? Y tras unas breves frases, el irónico jesuita quiso disparar el tiro de gracia contra la fe de aquellos jóvenes. —Vamos a ver. ¿Quién os dice lo que habéis de creer? —La Biblia — contestaron ellos. —¡Magnífico! Pero la Biblia ya sabéis que está formada por varios libros seleccionados entre muchos.

A unos los llamaron santos e inspirados por Dios y a otros; apócrifos o simplemente historia humana. Decidme: ¿quién ha seleccionado estos libros santos y quién garantiza que sean éstos y no aquéllos los que debéis creer? Si no hay una autoridad infalible, queda sin fundamento vuestra creencia en la Biblia sola. De momento quedaron todos en silencio como sorprendidos por la argumentación. Pero uno de ellos se dirigió cortésmente al jesuita y le preguntó: —¿Usted sabe cuántas partes tiene la Divina Comedia de Dante? —Tres — dijo el jesuita —. Infierno, Purgatorio y Cielo. —¿Y usted sabe de quién es la Odisea y la Ilíada? —¡Claro! De Homero. —¿Está usted seguro? —Segurísimo. —Si yo le dijera a usted que la Divina Comedia de Dante tiene una cuarta parte describiendo el Limbo, y que la Odisea y la Ilíada son de Virgilio, ¿qué me diría usted? —Que es usted un ignorante. —Y tendría usted razón. Pero ahora le pregunto: para tener esta certeza, ¿ha necesitado usted consultar a un magisterio de críticos e historiadores infalibles?

—No.

—Evidente que no. Ni usted ni nadie. El hombre que para admitir que la Divina Comedia tiene tres partes y no cuatro, y que para creer que la Odisea es de Homero y la Eneida de Virgilio, exigiera una Academia Literaria con el don de la Infalibilidad, lo tendríamos por ignorante y por necio. Sabemos o podemos saber con certeza, si queremos, qué dijo Homero, qué dijo Horacio y qué dijo Virgilio. Y no sólo qué dijo, sino cómo lo dijo. Y distinguimos las ediciones con supresiones, interpolaciones o deformaciones de su estilo, sin necesidad de un magisterio infalible.

"Es absurda esta exigencia de una autoridad infalible que tienen los católicos para poder interpretar a su capricho lo que dijeron los que ciertamente eran infalibles. Nos basta saber lo que dijeron ellos para estar seguros de nuestra fe.

"Y le añado más: ¿Qué autoridad puede haber en este mundo que pueda impedir a nadie leer a San Mateo, a San Juan, a San Pedro y a San Pablo? Y la Iglesia lo prohíbe. Sólo permite su lectura a condición de que el texto del escritor sagrado vaya aclarado por algún teólogo católico. —Y esto es de sentido común —dijo el jesuita — porque no todo el mundo está capacitado para entender lo que dice la Biblia. —Cierto; como tampoco está todo el mundo capacitado para entender a Dante y aunque sentimos la conveniencia de comentarios, a nadie se le ha ocurrido jamás impedir la lectura directa del texto original.

"Si el P. Bover, el P. Pons, o Nacar-Colunga, ponen alguna acotación al margen del texto sagrado, ya podemos leer a San Lucas y a San Juan. Si no hay ningún católico que le ponga notas, lo que escribió San Juan hay que ponerlo en el índice de Libros Prohibidos.

"¡Y lo que escribió San Mateo, puesto en el índice de Libros Prohibidos! "¡Y lo que escribió San Pablo, en el índice de Libros Prohibidos! "Y — ¡el colmo del absurdo! — lo que dice "el primer Papa, piedra fundamental de la Iglesia, puesta por el mismo Jesucristo", condenado entre los libros prohibidos, ¡si no hay algún teólogo católico que le ponga acotaciones!" "De modo que uno que no es infalible, da licitud y ortodoxia al texto de los que habían recibido el don de la infalibilidad doctrinal." Hay otra verdad en el Evangelio que tiene íntima relación con lo que acabamos de decir. Jesucristo les ha prometido a los Apóstoles que, en el día del Juicio, Ellos, o sea Pedro y los demás Apóstoles, se sentarán en doce tronos y con Él juzgarán, formando parte del tribunal, a las doce tribus de Israel. Observemos aquí de nuevo que Jesucristo limitó este gran privilegio a sus doce Apóstoles. Ni uno más. No habla de tronos para los sucesores de San Pedro a través de los siglos. Todos los demás, o sea los que no sean los doce: Papas, Cardenales, Obispos, Sacerdotes y laicos estarán abajo, o delante de los doce presididos por Jesucristo, para ser juzgados.

Los Apóstoles no. Ellos estarán con el Supremo Juez Jesucristo Nuestro Señor.

Luego, consecuencia evidente: Pedro y los demás Apóstoles están separados por un abismo de los Papas y Obispos que les sucedieron. Esto prueba una vez más que los privilegios que Cristo les concedió a sus Apóstoles fueron personales, intransferibles; concedidos por haber sido sus compañeros, miembros del Colegio Apostólico y fundadores de la Iglesia de Jesucristo, junto con Él. Concluyamos este capítulo tan claro para nosotros que tomamos las enseñanzas del Evangelio tal como son, y tan oscuro para los católicos romanos que cierran, los ojos a la Verdad, con el siguiente dilema: Para probar la Infalibilidad Pontificia se debería demostrar que, 19 Jesucristo dio las llaves a la Iglesia, o sea a Pedro y a sus sucesores. 2? o bien, que Pedro, que era el único que por sí mismo podía hacer y deshacer, transmitió todos sus privilegios a sus sucesores, o sea a los Obispos de Roma. ¿Cómo no se demuestra ni lo 1? ni lo 2?, no puede nadie de este mundo adjudicarse el don de infalibilidad.

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