EX - SACERDOTE (1ª)
Juan Bta. García Serna
Recopilo este libro, de cierta antigüedad, por ser un testimonio muy reflexivo de cómo el Evangelio de Cristo Jesús cambió la vida de un sacerdote católico, y que, sin lugar a dudas, puede hacer conversos a cada persona que pone la fe, de una manera exclusiva, en la palabra de Dios, ¡sea quien quiera que sea! Jesús dijo: "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna" (Jn.3:16)
"¿POR QUÉ DEJÉ EL
CATOLICÍSMO?"
POR
LUIS PADROSA
Ex sacerdote católico
Ex religioso
de la Compañía de Jesús
Director-fundador
del
Instituto Loyola de orientación psicológica Vice presidente del Comité
Internacional
de psicólogos y psiquiatras católicos.
PROLOGO
“Y crecía la palabra del Señor y el número de los discípulos
se multiplicaba mucho en Jerusalén; también una gran multitud de los sacerdotes
obedecía a la fe". Esto leemos en los Hechos de los Apóstoles, a
continuación, y como corolario de los primeros relatos de persecución del
naciente cristianismo. La historia se repite. En la misma proporción en que es
combatida una creencia religiosa se atrae el interés público y aun de los
mismos enemigos hacia ella. La oposición y difamación de una idea invita a
estudiarla, a examinarla, a cerciorarse de sus argumentos y de las afirmaciones
oponentes y cuando éstas carecen de razón, como ocurrió con la contradicción
pagana del cristianismo en los primeros siglos de nuestra Era, los resultados
suelen ser del todo contraproducentes para los opositores.
Tal es el caso de España. Bastó que el actual Gobierno
Español proclamara una tolerancia mucho más restringida que la que habían
gozado desde hace casi un siglo los cristianos evangélicos de este país, para
que el clero pusiera el grito en el cielo. Cartas pastorales y furibundos artículos
inundaron la prensa, obligando al Gobierno a limitar muchísimo más la menguada
tolerancia con- cedida por la Ley.
¿Y cuál ha sido el resultado? Desde los días de la conversión del Rdo. Cipriano Tornos, ex confesor de la reina Isabel II, hace tres cuartos de siglo, el Cristianismo Evangélico no había obtenido tan señalados y repetidos triunfos como los conseguidos en los últimos dos años.
A causa de esta injusta y exagerada campaña anti -protestante,
no solamente son atraídos muchos ateos e indiferentes a los cultos evangélicos,
sobre todo en las grandes ciudades, donde hay menos temor de represalias
clericales, sino que la luz del Evangelio penetra en lugares al parecer
inaccesibles, ganando las conciencias de elementos distinguidos del clero
católico.
Nada menos que el Secretario General de las Congregaciones
Marianas de España y después de todo el mundo, el Rdo. Carrillo de Albornoz, S.
J., va de España a Roma y desaparece misteriosamente del escenario católico
para reaparecer en Ginebra, donde hace público repudio de su fe Católica Romana
en una Iglesia Evangélica de la ciudad de Calvino. La cosmopolita urbe que
ostenta en uno de sus parques el gran monumento a la Reforma con su lema
"Post Tenebras Lux" acoge al ilustre eclesiástico español, quien
manifiesta haber pasado de las tinieblas de un cristianismo mediatizado,
ensombrecido y anquilosado por enseñanzas y dogmas humanos desconocido para el
Cristianismo Apostólico, a la luz radiante del glorioso Evangelio de Cristo.
Le siguen en el mismo año 1950 varios sacerdotes de diversas
diócesis de España (Gerona, Mallorca, etcétera).
Y ahora el reputado fundador del Instituto Loyola, el
conocidísimo psiquiatra, conferenciante y orador sagrado, Rdo. Luis Padrosa
Roca, deja estupefactos a propios y extraños con su conversión al Cristianismo
Evangélico.
Solamente el que conoce la idiosincrasia del pueblo español y ha vivido por años en ese país donde católico significa todo y el protestantismo es objeto de todos los odios y vejámenes, puede tener idea del sacrificio enorme que significa para personas de la talla y posición del Rdo. Luis Padrosa o del Rdo. Carrillo de Albornoz una decisión de tal naturaleza. Cuando el Cristianismo Evangélico apenas logra algunos millares de adeptos entre las clases obreras de España, mientras que es generalmente despreciado por la aristocracia, ¿cómo puede llegar a ganar la mente y el corazón de estas figuras prominentes del mismo clero católico romano?
La explicación es lógica y comprensiva. Para el fiel católico
es casi imposible un cambio de religión, porque el temor de caer en pecado le
impide realizar ninguna investigación en asuntos de fe; el católico debe
confiar implícitamente en su Iglesia, bajo pecado mortal; por esto su mirada se
dirige tímidamente en busca del "Nihil Obstat" cuando algún libro de
religión viene a caer en sus manos. De este modo evita las dudas, pero se
encierra dentro de un círculo pernicioso, con grandes desventajas para sí mismo
cuando tiene que discutir con otros sobre temas religiosos, y se inhabilita
totalmente para ver la luz de la verdad acerca de la fe cristiana.
Esta limitación no existe, empero, en la misma medida para los elementos del clero. Ellos están puestos para defender la religión y es natural que procuren saber algo acerca de aquello que tienen el deber de combatir. Aún existe cierto temor en muchos sacerdotes, los cuáles no se atreven a leer un libro herético, ni sostendrían una controversia con un protestante sin permiso del obispo, autorización que raramente se consigue; pero ese temor supersticioso no podía existir en personas de la talla intelectual del Secretario General de las Congregaciones Marianas o del Rdo. Luis Padrosa. Nadie temería, ni aun ellos mismos. lo creyeron al principio, que personas tan bien asesoradas en Teología y Apologética Católica hubieran de apostatar de su fe por el hecho de permitirse investigar un poco las doctrinas y razón de ser del Cristianismo Evangélico. "Pero la Verdad es conocida de todos sus hijos" y Nuestro Salvador afirmaba: "Todo aquel que es de la Verdad oye mi voz." El hombre sincero y de conciencia delicada que se pone a estudiar el Evangelio queda ganado por la sublimidad y sencillez de su doctrina.
—He encontrado que no hay base en el Evangelio para los
dogmas de la Iglesia Católica Romana — tales fueron las primeras palabras con
que el Rdo. Luis Padrosa, vistiendo aún hábitos talares, dejó asombrado al
primer pastor evangélico con quien se puso en contacto en España.
Ese ministro del Evangelio se había preparado
concienzudamente para una aguda polémica desde que la extraordinaria visita le
fue anunciada, pues el Padre Padrosa no era, en modo alguno, un polemista
débil. Difícilmente podía vencérsele en dialéctica, ni en conocimientos de
historia, ni en teología patrística; seguramente estaría también versado en
Sagrada Escritura, aunque no sea éste el punto fuerte de los católicos. Pero
toda preparación resultó inútil. El Reverendo Padrosa no iba a convertir ni a
ser convertido. Iba persuadido por el mismo Espíritu de Dios y la fuerza de la
Verdad, ansioso de expresar lo que por sí mismo había descubierto en las
páginas de las Sagradas Escrituras, guiado en su investigación por algunas
buenas obras de teología protestante que no había reparado en leer, creyéndolas
de fácil refutación.
El Rdo. Padrosa se reveló como una persona de conciencia extraordinariamente delicada. Un hombre "en el cual no hay engaño", como decía Cristo de Natanael. Un sincero y verdadero cristiano católico, que amaba a Dios con toda su alma, sus fuerzas y su mente, y no podía soportar la idea de que estuviese contradiciendo y contrariando con su enseñanza y sus prédicas de sacerdote católico la doctrina del Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo.
Y estaba decidido a dar el paso doloroso y peligroso, sobre
todo en España, de renunciar a sus cargos, su posición y su fama que había
ganado como conferenciante y director de los Institutos Loyola de Barcelona y
Tarrasa, para poder ser fiel a la luz que había recibido.
Desde el primer momento expresó el deseo de hacer partícipes
de su glorioso hallazgo a otras almas turba- das por la duda y el temor.
— ¿No tienen entre su
feligresía almas atormentadas por la duda?
— decía el Padre Luis
Padrosa en esta primera entrevista.
—Los cristianos evangélicos sabemos en quien hemos creído y
estamos cierto ... — como decía el gran Apóstol de los Gentiles, fue la
respuesta del ministro del Evangelio.
— ¡Ah, sí, lo presentía! Esta es la diferencia entre apoyarse
en enseñanzas de hombres, o en la palabra infalible de Dios.
—Es verdad.
—Y lo cierto es que no
hay gozo ni paz en el alma hasta que una persona ha recibido a Cristo como su
único y suficiente Salvador y se halla dispuesta a cumplir su sacratísima
voluntad cueste lo que cueste. El Rdo. Padrosa, pasó a explicar cómo esta paz y
gozo inundó su corazón, desde el día que se decidió a seguir las enseñanzas del
Evangelio.
Hoy se encuentra en América ganando su pan honradamente en
trabajos de profesorado y anuncia voluntariamente el Evangelio en muchas
Iglesias que le invitan.
Pero su corazón está en España, donde tiene todos sus amores. En sus compañeros de Orden, por los cuales no cesa de orar.
En sus numerosos discípulos y clientes del Instituto Loyola
que más de una vez le han abierto su corazón sin que él pudiera abrirles
totalmente el suyo. En sus parientes según la carne, a quienes quisiera ver
salvos y seguros por la verdadera fe en Cristo, como otrora deseara para los
suyos el Apóstol Pablo. En sus vilipendiados hermanos evangélicos, a quienes
apenas tuvo tiempo de conocer, dada la premura y sigilo con que tuvieron que
realizarse los preparativos de su viaje.
Estamos seguros que los talentos del Rdo. Luis Padrosa.
puestos al servicio del Evangelio mediante su palabra y su pluma, reportarán
bendición a las iglesias evangélicas de Hispano-América, sobre todo en la
República Argentina.
Pensamos que cierto número de sus libros pueden llegar a
manos de antiguos conocidos del director de los Institutos Loyola en España, y
fervorosamente pedimos a Dios tenga a bien usar estas páginas para iluminar sus
almas.
Es posible que algún ejemplar llegue también a católicos fanáticos e intolerantes de la madre Patria. A los tales nos permitimos decirles como Nuestro Se- ñor al cegado Saulo de Tarso: "Dura cosa te es dar coces contra el aguijón." Todos los enemigos de la verdad evangélica han hecho esta dolorosa experiencia a través de veinte siglos y no puede ser menos en el nuestro y en un país como España donde quedan tan[1]tas almas sinceramente religiosas y temerosas de Dios.
— Yo nunca habría pensado en estudiar atentamente el protestantismo a la luz de la Biblia, y mucho menos en hacerme protestante — nos ha dicho el Rdo. Luis Padrosa — si no hubiese sido obligado a combatir el Cristianismo Evangélico. Pero cuando el Cardenal Segura desde Sevilla y el Arzobispo Monseñor Vizcarra de Zaragoza tocaron a rebato con sus cartas pastorales contra el protestantismo, poniendo en movimiento todas las fuerzas clericales y aun políticas de España contra la herejía, sentí que no podíamos, allá en Tarrasa, donde el protestantismo es- taba arraigado y haciendo progresos, eludir la llamada de la Iglesia. Teníamos que hacer algo especial y notable para diezmar las filas enemigas- Debíamos convencer a los protestantes de su error. Para ello era necesario, ante todo, estudiar el protestantismo y enseñar a los católicos a combatirlo con el arma predilecta de los mismos protestantes, las Sagradas Escrituras. Mas las Sagradas Escrituras me vencieron.
He aquí el resultado, católicos de España, he aquí la
desastrosa consecuencia para la Iglesia que pretendáis servir, de no atender el
consejo de Aquel a quien todos llamamos Maestro y Señor, quien dijo a sus
discípulos, acerca de uno que invocaba su santo nombre sin hallarse adherido al
Colegio Apostólico: "No se lo prohibáis, pues ninguno que haga un milagro
en mi nombre hablará luego mal de Mí. El que no está contra nosotros, está con
nosotros” (1)
(!) Sagrada Biblia, Nacar-Colunga. Ev. de San Marcos
9: 39.
¡Cuánto mejor aún, amados creyentes católicos, que en lugar
de combatir la fe evangélica por los métodos innobles de la intolerancia
extendierais vuestros esfuerzos a persuadir a tantos incrédulos y escépticos
como quedan en la caballerosa España acerca de los principios básicos de la fe
cristiana! Y al considerar la humilde y heroica labor de vuestros conciudadanos
evangélicos o protestantes, decid como el sabio Gamaliel en los tiempos
apostólicos: "Ahora os digo, dejad a estos hombres; dejadlos, por qué, si
esto es consejo u obra de hombres, se disolverá, pero si viene de Dios no
podréis disolverlo y quizá algún día os halléis con que habéis hecho la guerra
a Dios" (2)
LOS
EDITORES
(2) Hechos de los Apóstoles 5; 38-39.
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