UNA VIDA SANTIFICADA ¿QUÉ SIGNIFICA?
Juan Bta. García Serna
Recopilo este artículo, y destaco un resumen amplio, que sin
duda, será de ayuda a los lectores del Blog.
Conferencia pronunciada el día 27 de noviembre de 1957 ante
la Unión de Jóvenes de la Primera Iglesia Bautista (Lacy) de Madrid.
LA BIBLIA Y LA CONSAGRACIÓN
INTRODUCCIÓN
La palabra “consagración”, según definición del Diccionario:
“es dedicar algo con ahínco”. Si me gusta esta expresión. Consagrarse es
dedicarse con ahínco a algo. ¿A qué y a quién nos queremos dedicar nosotros? A
Dios, luego hemos de hacerlo total e incondicionalmente. Hay otra palabra,
sinónima de la citada, que también quiero hacer notar. Se trata de la
“santificación”. Dice Dios: “Sed santos, porque yo soy santo” (Lev.19:2; 23:7;
3Ped.1:116). La santificación nos toca de cerca, va aparejada a la consagración
y es un todo único e indisoluble. La definición del Diccionario es también
digna de notarse, dice así: “Es dedicar a Dios una cosa”. Ahora bien, ¿cuántas
cosas tenemos nosotros para dedicar a Dios? Lo único que tenemos es la vida,
que no es nuestra, ésta es la única ofrenda que podemos dedicar a Dios. Ahora
lo que significa la consagración y la santificación en la Palabra de Dios.
SIGNIFICADO TEXTUAL
Vamos a investigar el significado del origen de la palabra, y
el sentido que tenía en la mente del escritor sagrado, así como el intento de
Dios al usarla, la que nos muestra su más amplio concepto del término, según la
Palabra Inspirada. Primeramente, veremos la palabra hebrea, y luego la griega;
lenguas ambas, como sabemos, en que se escribieron los Testamentos, Antiguo y
Nuevo.
a) La palabra hebrea traducida en nuestra Biblia por
“Santos”, “Santificación”, “Consagrados”, “Consagración”, “Puestos aparte” o
“Apartado para” es Q0DESH. La idea que lleva aparejada la palabra es la de un
apartamiento para servir a Dios y es su fundamental sentido del contenido de
las Escrituras en lo que al concepto citado se refiere.
b) La palabra usada en
el texto griego- tanto en la versión del Antiguo Testamento como por los
escritores originales del Nuevo Testamento, es HAGIOS y tiene idéntico sentido
que la palabra hebrea. Así vemos que las palabras originalmente empleadas
tienen el mismo sentido que el dado por el Diccionario al vocablo, igual
significado que el que nosotros, como cristianos profesos solemos utilizar. Así
vemos que las palabras originalmente empleadas tienen el mismo sentido que dado
por el Diccionario al vocablo igual significado que el que nosotros como
cristianos profesos, estamos habituados a dar a la palabra.
CONSAGRACIÓN BÍBLICA
Daremos un repaso al texto sagrado y veamos detenidamente el
concepto que las Escrituras tienen de la consagración del hombre. En el
capítulo 21 leído al comienzo, se puede ver el modelo y resumen absoluto de lo
que significa estar consagrado a Dios. Dice el texto: “Le santificarás – Moisés
a Aarón- pues, porque ofrece el pan, ha e ser santificado”. ¡Cuánto más
nosotros del Espíritu Santo, hemos de ser santos! (1Cor.3:16). La Biblia nos
muestra varios tipos de la consagración en la vida de servicio a Dios. Hemos de
observar, no obstante, un detalle: El sacerdote levítico no se consagraba a sí
mismo, sino que esto era hecho por otro. Leamos ora porción más de la palabra
en Levítico 8:1-9, 22-27, 30; y veremos que, para consagrar a Aarón y a sus
hijos, fue Moisés el instrumento inmediato, actuando en el nombre de Dios; los
sacerdotes simplemente presentaron sus cuerpos, en idéntico sentido que se dice
en Romanos 12:1; en sacrificio vivió, santo, agradable, racional culto voluntario.
Moisés consagró a los sacerdotes en nombre de Jehová, nosotros somos
consagrados sacerdotes, según el orden de Melquisedec, por el Sumo Pontífice
Cristo Jesús, y con su sangre hechos real sacerdocio (1Ped.2:9) para ofrecer a
Dios sacrificios de alabanza.
Esta consagración sacerdotal nos da un vivo ejemplo de cómo ha de ser la consagración del cristiano a su Señor; el sacerdote se presentaba vació, todo le era dado al consagrarse; en consagrarse era el que hacía todo. No cabe decir que nos vamos a consagrar a Dios; esto es imposible. Es Dios el que nos tiene que consagrar; lo que si tenemos que hacer nosotros es presentarnos sin impedimentos ante Él, y Él nos aceptará y consagrará nuestras vidas por El y para Él. El sacrificio que se requería para la perfecta consagración del sacerdote ya está hecho, nosotros no podemos llevar nada; Cristo es la ofrenda única y absoluta de nuestra consagración (Heb.5)
CONSAGRACIÓN EVOLUTIVA.
Es indudable que cualquier persona apartada – consagrada –
por la voluntad propia para un mejor servicio a Dios cuya total voluntad y
deseo van unidos a su separación, experimente, progresivamente, un profundo desenvolvimiento
interior que lo alejará el mundo y su maldad, acercándolo al cielo y al bien
hacer - ¡Ojo! No me refiero al decir esto que haya que recluirse el hombre en
monasterios o conventos, sino a la dedicación activa al servicio divino -,
Claro es, que esta doctrina no se desarrolla en el Antiguo Testamento, es algo
característico del Nuevo Testamento, y nos lleva a una más profunda comprensión
de la intención de Dios en cuanto a la consagración efectiva toca al hombre en
su nueva relación con la Divinidad.
La doctrina neo -testamentaria de la consagración o
santificación, se muestra en triple significado: Posicionalmente,
Experimentalmente y Consumativamente.
a) Posicionalmente.
Los creyentes somos eternamente apartados para Dios por la
Redención “a través de la ofrenda de Cristo, hecha una sola ve<”
(Heb.10:9-10). En posición, pues, los creyentes somos santos y consagrados
desde el momento en que creemos (Fil.1:1; Heb.3:1). “A todos los santos en
Cristo” dice Pablo. “Hermanos santos”. Vemos, pues que ya somos consagrados, santos.
b) Experimentalmente.
El creyente está siendo santificado por la obra del Espíritu
Santo a través de sus experiencias, y por las Escrituras. Leamos algunos
pasajes y podremos comprobar lo que dice Dios en su Palabra:
Juan 17:17: Dice Cristo: “Santifícalos en la Verdad: tu
Palabra es – la -Verdad”. 2Corintios 3:18. Dice Pablo “nosotros todos, somos
transformados, en la misma semejanza – de Cristo- por el Espíritu Santo del
Señor”. Efesios 5:26. Sigue hablando el apóstol de las gentes: “Para
santificarla – a la Iglesia- limpiándola, por a Palabra”. 1Ts.5:23-24. Dice más
aún Pablo: “Y el Dios de paz os santifique en todo, el cual también lo hará”.
Si observamos detenidamente estos testimonios, veremos que todo el proceso es
evolutivo; no se habla de una perfección instantánea sino “progresiva,
experimental; yendo hacia la perfecta consagración y santificación en Él y con
Él.
c) Consumativamente.
El creyente es, ante la consagración, un ente consumativo;
espera aún el apartamiento del Señor para quitar totalmente lo que es
imperfecto; cuando el mismo Señor presentará a la Iglesia sin mancha ni arruga,
en los cielos (Ef.5:27). En la actualidad somos completamente imperfectos, todo
cuanto hagamos será imperfecto, pero “ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha
manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando Cristo aparezca
seremos semejantes a Él”. ¿Puede haber mayor gloria? Somos imperfectos, sí;
pero somos hijos de Dios y estamos ciertos que Él ha aceptado ya nuestra
consagración; consagración que, repito, no somos nosotros los consumadores de
ella, sino que somos los que se ofrendan a sí mismos para ser santificados,
para vivir apartados totalmente para los usos y servicios del Señor. Nosotros
somos los que presentamos a Dios nuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo y
raciona.
CONCLUSICIÓN
El Sumo Sacerdote del Antiguo Testamento llevaba siempre
sobre su frente la ofrenda constante de su dedicación: como un memorial para
los hombres y para Dios de su total apartamiento para Sus unos exclusivamente,
grabado en una plancha de oro el título de su entrega: “SANTIDAD A JEHOVÁ”
(Éx.39:30), y nosotros, que somos el Real sacerdocio ¿no hemos de llevar
nuestros corazones sellados por el mismo sello?
Nuestra vocación – o llamado – es superior a la del sacerdote levítico;
somo un pueblo superior al hebreo; somo tan amados de Dios que por nosotros dio
a Su Hijo Único para morir en la cruz en nuestro lugar. ¿Defraudaremos sus
esperanzas como las defraudó el pueblo elegido? ¡En ninguna manera tal debe
acontecer!
“Cualquiera que tiene su esperanza puesta en Cristo, se
purifica, como Él es también limpio” (1Jn.3:3). Dice la Palabra. Ahora nos toca
a nosotros responder a esta pregunta: ¿Estoy, de verdad, apartado para los usos
del Señor y su obra? ¿Llevo en mi vida el sello de la santidad de Su servicio?
No olvidemos que “el pecado cae sobre aquel que, conociendo lo que es bueno, no
lo practica; sobre éste se demandará pecado (Stg.4:17). ¡Ojalá que a ninguno de
los que lean estas líneas se les haya de demandar el pecado cometido por la
desidia al no practicar el bien conocido!
(Ref. Revista: “ESTUDIO". * 1959)
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