EJEMPLO CRISTIANO
Juan Bta. García Serna
Recopilo este artículo por verlo de interés para los lectores del Blog, ya que trata algunas de las características que deberían distinguir lo que es un cristiano de aquel que aparenta ser lo que no es.
¿QUÉ CLASE DE EJEMPLO ERES TÚ?
Tenemos por delante una gran tarea si hemos de ser realmente cristianos. Nos toca, no tan sólo anunciar con palabras la salvación maravillosa de Jesucristo, sino ser ejemplos vivientes de ella. Un buen ejemplo de lo que recomendamos es mucho más convincente que cualquier palabra.
Los primitivos cristianos, cuya vida se relata en los Hechos
de los Apóstoles, eran ejemplos notables de la “salvación completa”. Tan
diferentes eran del común de la gente religiosa de sus días que debieron
buscarse nuevos nombres para describirles. Alguien dijo en una ocasión: “El
vino nuevo de las enseñanzas de Jesús fue puesto en botellas nuevas de
corazones renovados, y estas botellas necesitaron rótulos nuevos”. Para reducir,
pues, qué clase de personas eran estos primeros cristianos debemos leer los
rótulos y ver cómo los llamaban la gente de su época. Hoy día muchos de estos
nombres son por demás comunes, pero fueron dados en el primer momento porque
calificaban fielmente a los aludidos. A fin de hallar un patrón para nosotros
mismos, observemos estas descripciones.
1. AQUELLOS DE “EL
CAMINO”.
Cinco veces en los Hechos de los Apóstoles leemos este
nombre: “el Camino”. La religión de estos cristianos era algo más que meras
palabras. Era un camino, una nueva senda en la vida. Sus vidas, sus
deseos, sus disposiciones, todo era distinto; de modo que fueron llamados
“aquellos del camino”. Ra un camino que atraía la atención y comenzaba a
socavar los cimientos del reinado del diablo. Pablo, cuando no era aún
convertido, consideró oportuno hacer el largo y cansado viaje a Damasco para
arrestar a todos los “del camino” que lograra encontrar, y llevarlos a
Jerusalén para que fuesen castigados. Era muy fácil hallarlos. Todo el mundo
sabía dónde vivían.
2. SANTOS.
Leemos de los santos en Jerusalén, santos en cada lugar donde
el Evangelio de Jesús era predicado. ¿Por qué se colocó este rútulo sobre estos
cristianos? Se debió a su santidad. No eran tan solamente salvos, sino
santificados, y la gente lo sabía. Todo cristiano verdadero ansía ser santo. Un
ferviente misionero joven, que concurría a reuniones de santidad en el Japón
algunos años atrás, dijo: “Mis luchas mayores no son contra el ateísmo, sino
con mi propio corazón pecaminoso”. Miles de personas sinceras deben decir lo
mismo. Algo en su interior les hace ser violentos cuando quieren ser amables,
orgullosos cuando quieren ser humildes, acobardados cuando anhelan ser
intrépidos para Dios. Esto que hallamos dentro de nosotros lo vemos
exteriormente vez tras vez en los discípulos de Jesús cuando leemos los
Evangelios. Pero llegó un día cuando, tal como ellos oraban y esperaban, Jesús
cumplió su promesa y esparció su Espíritu sobre ellos, purificando sus
corazones y haciendo su morada en ellos como un Salvador interior.
3. CREYENTES.
Los escribas y fariseos profesaban creer en las escrituras
que enseñaban. Pero a nadie se le ocurrió llamarles “creyentes”. Su creencia
era algo de la mente y no del corazón, que no tenía influencia en sus vidas.
Pero estos despreciados seguidores de Jesús tenían una fe tenaz en el Cristo a
quien servían, que todos podían notarlo, y se les llamó “creyentes”. “Tened
buen ánimo; porque yo confío en Dios” (Hechos 27:25), esto dijo Pablo a la
miserable y temerosa multitud que creía irse de un momento a otro al fondo del
mar con su barco. La fe de Pablo salvó la situación. Ningún hombre de los
ciento setenta y seis que iban a bordo habrá olvidado jamás aquella noche, y
sin duda, cuando relataran la historia más tarde dirían siempre: “Teníamos a
Pablo a bordo. Él era un creyente”.
A algunos cristianos se les catalogaría mejor como dudosos
que como creyentes. Es muy fácil creer cuando brilla el sol; pero muchos cesan
de creer cuando las cosas van mal. Cuando vienen las dificultades arrojan
afuera su confianza Recordemos que creer no es emoción o penitencia, ni el
razonamiento de la mente; sino la apacible y calmada dádiva de nosotros mismos
a Dios, y descansar allí, pese a lo que el Diablo diga. Quizá nunca se hable de
nosotros como gente de talento o intelectuales; pero si somos creyentes
atraeremos hacia nosotros a las almas tristes, miserables y vencidas para que
les enseñemos nuestro secreto de paz y victoria.
4. HERMANOS.
Más de treinta veces en los Hechos encontramos este rótulo
sobre los cristianos de aquellos días. ¿Por qué se le dio este nombre? Con
seguridad se debió a su amor el uno para el otro. Era como una gran familia, y
todos lo notaban. A veces oímos la queja: “Es tan difícil amar a algunos
cristianos”. Quizá lo sea. Pedro debió hallar a algunos de estos; pero
escribió: “Mirad que os améis los unos a los otros con un puro corazón”. ¡Este
es el secreto! Pongámonos bajo este patrón y veamos qué resulta.
5. DISCÍPULOS.
Este título, común en los Evangelios, se repite treinta veces
en los Hechos. Discípulo significa aprendiz. Estos cristianos eran alumnos en
la escuela de Dios, la escuela de la experiencia. No sabemos todo cuando nos
convertimos, ni aun después de ser santificados. Realmente, cuando comprendemos
lo poco que sabemos, la santidad nos da un espíritu humilde. Ello nos quita
toda la soberbia y orgullo. Es aquí, en el conocimiento de Dios, donde se halla
la gran diferencia que existe en la gente cristina. Necesitamos tener paciencia
con nosotros mismos. Algunas de las lecciones de Dios nos toman mucho tiempo
para aprenderlas; pero pueden ser aprendidas y enriquecerán nuestras almas. Este
título “discípulos”, indica un espíritu sumiso. Algunos cristianos están
aferrados a sus caminos, tan obstinados en sus corazones, que ni Dios ni el
hombre pueden enseñarles nada. Pierden así el espíritu del discípulo. En los
Hechos de los Apóstoles, pues, hallaremos la norma de Dios para sus seguidores.
Allí se halla la descripción de algunos cristianos del Nuevo Testamento. Leamos
de nuevo estos rótulos y preguntémonos: “¿Podría cada uno de ellos colocarse
sobre mi persona?”.
(De “El Cruzado”)
(Ref. Revista: “Entre Nosotros”. *1956)
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