EL SILENCIO DE DIOS ¿POR QUÉ?
Trabajó como Directo ejecutivo de Misión Evangélica Urbana. Estudio Filosofía en Universidad Complutense de Madrid. Estudió en colegio El Porvenir de Madrid. Ahora colabora con "Protestante Digital".
Los decibelios de los silencios de Dios
06 DE JUNIO DE 2023
El
silencio de Dios es como un trueno, como una tormenta eléctrica que nos aplana. Lo notamos y nos molesta. No solo afecta a nuestros oídos, sino a todo
nuestro ser. ¿Cuántos decibelios tiene el silencio de Dios? Percibimos
claramente a la luz de la Biblia que ese silencio significa que Dios no nos
contesta por nuestra falta de misericordia y por nuestra pasividad en la
búsqueda de justicia para con el prójimo. Es lo esencial de la doctrina
profética con la que entronca Jesús mismo. Si. Hay muchas razones para que el
silencio de Dios nos atruene, nos ensordezca.
El
silencio de Dios ante nuestras oraciones parece un grito, su silencio ante
nuestros rituales vanos por falta de compromiso con el prójimo sufriente nos
chirría, el silencio de Dios ante nuestros rituales ordinarios es a los oídos
de como metal que resuena o címbalo que retiñe. Entonces se da un silencio que
podemos percibir como penoso. El silencio de Dios pesa, parece que nos aplasta,
elimina nuestros posibles éxitos evangelizadores. Muchas veces nos resulta
inaguantable.
El
silencio de Dios ante la falta de amor al prójimo, ante la búsqueda de justicia
y práctica de la misericordia que son mandamientos esenciales y primarios, se
deja caer sobre nosotros como una pesada carga, un peso que impide que las
oraciones puedan volar y saltar el techo de las iglesias. Tenemos que estudiar
bien las causas de ese silencio para llegar a eliminarlo, a compensarlo.
En
Isaías 58, ante el silencio de Dios acababan haciendo algo curioso, algo que
algunos seguidores del Altísimo lo convierten en algo malévolo. Éstos echaban
la culpa a Dios de ese silencio. “Humillamos nuestras almas, y no
te diste por entendido”, decían
en su confusión, pero notaban el silencio atronador del Altísimo que les
agobiaba y aplanaba. Y es que andaban en injusticia e, incluso, explotaban a
sus trabajadores. ¡Y le echaban la culpa a Dios por no darse por entendido!
La
clave está en que no se puede clamar a Dios, buscar su rostro y ofrecerle
rituales mientras que estamos practicando la injusticia y faltando a la
práctica de la misericordia. Eso
sería una
esquizofrenia inaguantable en el cristianismo, en el Evangelio. Si estamos
practicando la injusticia o la opresión y, a su vez, estamos orando y alabando al Altísimo, él guarda un denso silencio ante nuestras oraciones, alabanzas y
ofrendas. No hay respuesta. Sólo se puede captar el grito del silencio de Dios.
Y esto acaba agobiándonos y haciéndonos pensar que el Señor no se da por
entendido y que pasa de nuestro clamor.
El
Señor, sin embargo, es fiel. Recurre
al profeta Isaías y
le muestra esa disfunción para
que la muestre a esos hombres que practicaban el ritual de espaldas a la
misericordia y a la justicia. Le dice: Mira Isaías qué esquizofrenia la de
estos hombres. Quieren llegar a conocer mis caminos “como gente que hubiese hecho justicia”. Ahí
estaba la causa de su silencio. Dios no podía responder a religiosos que practicaban todo tipo de ritual
pero que eran injustos y no practicaban la misericordia. Era la causa del
silencio estentóreo de Dios ante el hombre. Practicaban cada día el ritual,
pero sólo encontraban un silencio clamoroso, pesado, agobiante, aplastante que
no les dejaba en paz.
Venían
a Dios con sus rituales como gente que hubiese hecho justicia. Era una
hipocresía, y Dios rechaza estos rituales de gentes injustas respondiendo con
su silencio arrasador. Y es que el
verdadero culto tiene unas premisas anteriores para que se dé la respuesta del Eterno: comprometerse con un mundo más
justo, con la ayuda al necesitado, al injustamente tratado, al apaleado y
tirado a los lados del camino, protestar contra la opresión de los trabajadores
y poner la práctica de la misericordia en un lugar primario.
Son
condicionantes para que podamos escuchar la respuesta de Dios. Si no es así, se
dará ese
silencio estruendoso de nuestro Creador a los rituales insolidarios que podamos
practicar. Así, las
recomendaciones para que Dios responda a nuestro culto son éstas: “Aprended
a hacer el bien; buscad el juicio, restituid al agraviado, haced justicia al
huérfano, amparad a la viuda”.
Por eso el ritual que no va precedido de estas
características no es válido y da como resultado el silencio de Dios, un
silencio que, sin duda, captamos, oímos de alguna manera, apreciamos en su
sonoridad aplastante y acaba agobiándonos. Ahí es
cuando debemos comenzar a buscar las causas de ese silencio, arrepentirnos y
saber que el amor al prójimo es semejante al amor de Dios. Ahí está la clave.
Lejos de ello, solo obtendremos silencio tras silencio.
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