REFLEXIÓN ENTRE DENOMINACIONES

 De par en par

JUAN SIMARRO

¡Peligro! Mi iglesia es la más pura, la mejor

Siempre ha habido personas religiosas que se han considerado los más puros, iglesias que se creen bañadas en una pureza inigualable.

Cuando observamos o escuchamos comentarios de miembros de diferentes iglesias, de diferente denominación o de diferentes confesiones religiosas, no es difícil ver que, en muchos casos, hay cierto orgullo de pertenencia a iglesia, confesión o denominación. Se puede caer en pensar, en comparación con otros, que somos los más correctos doctrinalmente, que nuestra doctrina y práctica religiosa es la más pura, que somos los que entendemos mejor el texto bíblico. Siempre ha habido personas religiosas que se han considerado los más puros, iglesias que se creen bañadas en una pureza inigualable.

Esto ha ocurrido a lo largo de toda la historia de la humanidad. También con muchos de los religiosos en tiempos de Jesús. Siempre ha habido grupos que, desde los puntos de vista religioso, cultural o étnico, han tendido a la búsqueda de la pureza radical.

Se podría preguntar o pensar que esto no es nada malo. No está mal tender a la búsqueda de la pureza o vivir en el seno de ella. Sin embargo, la historia nos ha dado ejemplos de que puede haber ciertos peligros. Algunos han buscado pureza de razas y han acabado con limpiezas y matanzas étnicas. En el nombre de la pureza se han cometido auténticas barbaridades, peligrosos atropellos. 

Pregunta: ¿puede ocurrir también esto con la búsqueda de la pureza religiosa, con el creer o pensar que somos religiosos mucho más puros que otros?

Yo siempre recuerdo lo que yo llamo la oración del desprecio: “Gracias porque no soy como este publicano”, diría el fariseo orgulloso de ser más puro. Considerarse más puro que el otro nos puede llevar a una actitud que la Biblia condena: el desprecio al prójimo. Podemos pensar que somos tan puros en nuestra práctica religiosa, en nuestra sana doctrina que lleguemos a despreciar al otro como pecador. Nosotros somos los que encasillamos al otro en el oscuro túnel del pecado, como si el juicio divino nos correspondiera a nosotros. Por tanto, hay que tener mucho cuidado con ese sentimiento subjetivo que nos hace creer que nosotros somos los más puros y no como ese equivocado que está en otro contexto denominacional o confesional. El resultado puede ser el desprecio o, en su caso, caer en la oración del desprecio contra aquel que consideramos mucho más impuro que nosotros.

El considerarme inmerso en un círculo de pureza puede también llevarnos, como en los tiempos de Jesús, a creer que podemos justificarnos a nosotros mismos. Nosotros somos los que nos lavamos y limpiamos y no como aquellos sucios y manchados por otra forma de entender alguna doctrina. ¡Gracias Señor porque no soy como ellos! Oración del desprecio, oración de la marginación y exclusión del otro, del teológicamente diferente. Recordad que en los tiempos bíblicos había muchos “sanos” a los que Jesús rechazó diciéndoles que no tenían necesidad de médico. El gran problema de ellos era que se autobastaban, se autojustificaban.

Hay religiones que crean los autoconsiderados puros, culturas que se creen puras y desprecian a las otras, costumbres que nos hacen creer que los otros son los impuros. Así, muchos, en su inseguridad “pura”, piensan que son esos otros los que amenazan nuestras convicciones, nuestros ámbitos de pureza, nuestras seguridades. Podrían transmitir este mensaje: huid de ellos. Nuestras tablas de valores, nuestras doctrinas son incomparablemente más limpias y puras. Pues bien, de ahí al desprecio del otro o a la oración del desprecio solo hay un paso. Gracias Señor porque no somos como esos otros. Sería la oración maldita.

Pues bien, esto se puede dar tanto en el ámbito de la iglesia como en el personal, en el de los miembros que asumen que ellos son los que están bañados en hábitos, prácticas y creencias puras. Así, se puede ver a otros creyentes como el extraño, el otro, el diferente. Ocurría en los tiempos de Jesús con aquellos círculos religiosos de falsa pureza en donde algunos ni siquiera podían entrar a participar de sus ritos o liturgia por ser considerados impuros.

Espero que, en muchos casos, estas reacciones sean simplemente por ignorancia. Quizás así podría atenuarse un poco este grave problema, estas oraciones del desprecio, estos rechazos y juicios que corresponden únicamente a Dios. Recordad a quien es el que Dios acoge. No es al fariseo de la oración del desprecio, sino al publicano que es capaz de plantarse ante su Dios y pedirle piedad porque es pecador. El que practicaba la oración del desprecio oraba consigo mismo. Su oración no traspasaba el techo del templo.

Por eso es necesario tener mucha humildad y reconocer que, en el fondo, todos somos personas que si no fuera por la misericordia del Señor seríamos confundidos y condenados. Humildad, amor al prójimo, amor por el hermano que, quizás en otra congregación, denominación o confesión religiosa busca a Dios golpeándose el pecho y sin levantar los ojos del suelo porque se cree pecador. 

El cristiano siempre debe optar por la acogida comprensiva y enriquecedora del otro. Recuerda: nosotros como cristianos siempre debemos trabajar en una dirección que no es otra que la acogida del otro. Eso es lo que enriquecerá nuestra manera de vivir el cristianismo y reconocernos, más que como puros, como pecadores que necesitan arrepentimiento. 

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - De par en par - ¡Peligro! Mi iglesia es la más pura, la mejor

 

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