CURSO DE ESTUDIO BÍBLICO (XI)
Prof. Ernesto TRENCHARD
LA GRAN CRISIS DE
LA CONFESIÓN DE PEDRO
(8:27-9:13)
Introducción
Sería muy fácil leer esta sección deprisa y
superficialmente sin darse cuenta de su enorme importancia en relación con el
desarrollo del ministerio del Señor. Durante dos años y medio había proclamado
el Reino, al par que manifestaba las características del mismo por medio de sus
enseñanzas y sus milagros. En las conversaciones con los discípulos en el
distrito de Cesárea de Filipo se pone de manifiesto el resultado de su
manifestación al pueblo: ¿Qué habían llegado a comprender las gentes acerca de
su Persona durante este largo período de ministerio? Según los informes de los
discípulos, las ideas “populares” acerca de Jesús eran vanas e imprecisas, pero
el círculo íntimo, hablando por boca de Pedro, confesó la gran verdad: “Tú eres
el Cristo”. Recomendamos mucho al estudiante que lea el pasaje paralelo en
Mateo 16:13-17, donde la “confesión” de Pedro y la contestación del Señor se
dan con mayor detalle. Ya que sus discípulos habían llegado a comprender que
era el Mesías, el Ungido de Dios para la salvación del pueblo y del mundo, era
natural que sus fieles compañeros pensasen que el Señor había de subir
inmediatamente a Jerusalén para ocupar el trono de David su padre, pero, con
gran asombro de ellos: “Desde aquel tiempo comenzó a declarar a sus discípulos
que le convenía ir a Jerusalén, y padecer mucho de los ancianos, y ser muerto y
resucitar al tercer día” (Mt.16:21; Mr.8:31)
¡Morir en lugar de reinar! ¿Qué pudo significar
aquello? La extrañeza de los Doce se expresa en la “reprensión” que Pedro se
atrevió a dirigir al Señor y que mereció tan Servera repulsa (8:33). Era hora
de distinguir ente “las cosas que son de Dios” y “las que son de los hombres”.
Los hombres no pueden concebir un “Reino” sino en términos de la fuerza carnal
de los ejércitos, dinero, sabiduría humana, pero el Señor tenía que enseñar a
los discípulos que el Reino no podía “venir con poder” en un mundo de pecado,
sino a través de una muerte expiatoria. Para confirmación de su fe, Jesús les
dio una revelación de su verdadera naturaleza en el monte de la
transfiguración, pero no podían “quedar” allí según la idea de Pedro, porque
era necesario proseguir por el “camino que subía a Jerusalén” para la
consumación de la obra de redención determinada desde la eternidad.
Cesárea de Filipo
Esta ciudad fue emplazada en una hermosa llanura al
pie del monte Hermón, cerca del manantial del río Jordán. El Señor, con sus
discípulos, se apartó del lujo y de la idolatría de la ciudad helenizada, para
buscar un retiro entre las aldeas circundantes.
La confesión de Pedro (8:27-29). Como ya hemos notado, el Señor quiso saber por boca
de sus discípulos la opinión que las multitudes había formado de su Persona después
de dos años y medio de ministerio. Fijémonos bien en la forma de la pregunta:
“¿Quién dicen los hombres que SOY YO?”. No pregunta por las impresiones que se
habían formado sobre sus enseñanzas o sus milagros, sino por la opinión que
habían formado de él mismo, ya que él es en sí mismo Camino, Verdad y Vida. Las
multitudes habían discernido la semejanza que existía entre su obra y la de los
profetas, terminando con el Bautista, pero no habían llegado a la comprensión
del hecho primordial: que no era él otro profeta señalado a aquel que había de
venir, sino que él era el Mesías, el Hijo de Dios. Téngase en cuenta que
“Cristo es la traducción griega de “Mesías” siendo, por lo tanto, un título y
no un nombre propio. Lo que fue aún escondido del pueblo había sido por fin
comprendido por los discípulos, que tan de cerca habían observado a su Maestro,
y Pedro, según la forma completa de Mateo, hizo la hermosa declaración: “Tú
eres el Cristo (el Mesías), el Hijo del Dios viviente”. He aquí el “eje” sobre
el cual gira todo el pasaje y todo el Evangelio: ¡Jesús, el carpintero de
Nazaret, era el esperado, el único, el Hijo de Dios humanado para efectuar la
Obra de la Redención!
Una comprensión de la importancia de la declaración,
que enfoca toda la luz en la Persona de Cristo, excluye de juna vez y para
siempre las ideas romanistas sobre la frase muy secundaria de: “Tú eres Pedro”,
que por cierto no halla lugar en el Evangelio de Marcaros, escrito bajo la
dirección de Pedro. Si tuviera el significado de la interpretación romana no se
explica la omisión, pues sería la verdad más importante del Nuevo Testamento.
De hecho, no se toma en cuenta en ninguna parte, pero sí se declara una y ora
vez que la Piedras fundamental de la Iglesia es Cristo. Desde luego, Pedro es
una figura representativa aquí. Recibe la revelación de que Jesús es el Mesías
e Hijo de Dios y así lo confiesa, y, por lo tanto, recibe la alabanza del Señor
y la promesa de que ha de ser “piedra pequeña” edificada sobre la “Grande” que
es Cristo, como todas las “piedras vivas” que se allegan a él. Parece ser que
Pedro mismo comenta el pasaje en la 1ª Pedro 2:3-5 y Hechos 4:10-12.
Las cosas que son de Dios y las que son de los hombres (8:3-33). Esta frase, que se halla en la reprensión que el Señor dirigió a Pedro (8:33), resume el sentido de todo el pasaje hasta el final del capítulo. Los discípulos, como “hombres” y limitados por su falta de comprensión espiritual, hubieran querido proclamar el hecho de que Jesús de Nazaret era el Mesías ante las multitudes entusiastas, con el fin de que el Rey subiera a Jerusalén a la cabeza de un poderoso partido; pero el Maestro, que sabía “las cosas de Dios”, les mandó que callasen la excelsa verdad que les había revelado (8:30). Los “hombres” pensaban en un trono de poder material y de gloria visible, pero el Señor empezó a enseñarles claramente que había de ser rechazado por los príncipes del pueblo y MORIR (8:31). Anunció también el gran misterio de que la vida había surgir de la muerte, y de que no había victoria sino después de la aparente derrota de la Cruz. Los “hombres” buscaban un “atajo” que le llevara al Reino sin tratar a fondo el problema del pecado, pero el Señor sabía que no era posible implantar los grandes principios de su Reino, que se proclamaron tan claramente en el llamado “Sermón del Monte”, en los corazones sin regenerar. La reprensión que Pedro se atrevió a dirigir al Señor es la expresión manifiesta de estas “cosas de los hombres”, que no comprenden la necesidad de la Cruz, y, según la fuerte expresión del Señor, Pedro dejó a Satanás hablar por su boca (8:33)
El camino del hombre y el camino de la Cruz (8:34-38). Las enseñanzas públicas de esta sección tienen íntima
relación con las privadas que el Señor acababa de dar al círculo íntimo de los
suyos, pues todo aquel que quiera ser discípulo del Señor crucificado y
resucitado tiene también que tomar su Cruz y perder la vida por poderla ganar.
El camino del hombre natural es el del egoísmo: el afán de agrandarse a sí
mismo, acumulando “riqueza” de todas clases para sí; el camino del discípulo es
el de seguir al Maestro, “tomando su cruz”, que quiere decir el acto de
identificarse con el Crucificado. Tiene, además, que “negarse a sí mismo”, que
significa, en sencillas palabras, decir: “¡NO!” a sus impulsos egoístas (8:34).
El hombre carnal quiere “salvar su vida” en el sentido de buscar y asegurar su
bien material, que es, de todas forma un intento vano, porque: “El que quiera
salvar su vida la perderá”. En cambio, el que está dispuesto a poner todo lo
que es y todo lo que tiene a la disposición del Maestro, salvará la vida por
medio de la pérdida aparente. Solamente la consagración total al Señor y al
servicio del Evangelio puede dar sentido y eficacia a la efímera existencia del
hombre sobre la tierra (8:35)
La misma lección se subraya más aún en 8:36-37. Se supone, con el fin de aclarar más la verdad que enseña, que un hombre ha tenido tanto éxito en sus esfuerzos egoístas que, por fin, tiene a sus plantas el mundo entero; pero en el momento de su triunfo “vuelven a pedir su alma”, y en tal momento, el super déspota pasa de esta esfera tan desnudo de bienes como el más miserable de los mendigos. ¿Vale la pena? Lo más importante de cualquier camino es el destino a dónde nos lleva, y por eso el Señor añade la solemne admonición del versículo 38. Al final está la Venida de Cristo y el momento de arreglar las cuentas acumuladas de esta vida. Entonces, el que se avergüenza será avergonzado, y el que se gloría en Cristo crucificado será glorificado.
El Reino de Dios que viene con potencia (9:1) Algunos de los presentes durante las enseñanzas que hemos reseñado, no habían de morir hasta que hubiesen visto el Reino venir con potencia. Algunos expositores han pensado que la promesa se cumplió en la transfiguración, cuando Pedro, Jacobo y Juan tuvieron una hermosa experiencia que podría interpretarse como un anticipo del Reino en manifestación (9:2). Creemos, sin embargo, que el sentido es más profundo y más de acuerdo con el contexto general que hemos analizado: que el Reino no podía venir con potencia sino por medio de la Cruz y de la Resurrección. Los discípulos habían de ser testigos oculares de la obra de la Cruz; habían de gozar de la presencia y de las enseñanzas del Señor resucitado y verle ascender al Cielo, ya que había terminado su Obra. De la diestra del Padre les había de mandar la “promesa del Padre”: la Persona del Espíritu Santo, en cuyo poder habían de proclamar el Evangelio y ver los maravillosos principios de la Iglesia, que es el “corazón” del Reino. En otras palabras, el Señor anuncia que el secreto que les era escondido había de serles revelado plenamente por medio de los gloriosos hechos de la Redención.
La transfiguración (9:2-8)
Probablemente el “monte alto”, escenario de la transfiguración,
era Hermón, que dominaba la llanura de Cesárea de Filipo. La transfiguración
era, sencillamente, la manifestación de la verdadera naturaleza del Dios-Hombre
a través de velo que normalmente cabría su gloria. La revelación se dio a los
tres para confirmar su fe y darles valor y ánimo en el áspero camino hacia la
Cruz. Lo verdaderamente difícil y milagroso no fue la trasfiguración, a través
de la cual vieron los discípulos a su Señor tal y como era verdaderamente, sino
el hecho de ver la gloria durante el ministerio terrenal entre los hombres para
que su obra fuese posible. Los discípulos recibieron abundante confirmación de
su confesión acerca de Jesús de Nazaret como el Mesías, el Hijo de Dios, y
aprendieron las lecciones siguientes.
1ª Que el Señor era mayor que Moisés y Elías, los
grandes representantes de la Ley y de los profetas del Antiguo Testamento, cuyo
ministerio preparatorio se cumplió en el Hijo, a quien tenían que prestar
atención exclusiva (9:4, 7 y 8) 2ª Que el gran tema que ocupaba las inteligencias
celestiales era la Cruz (Lc.9:31), donde su “salida la cual había de cumplir en
Jerusalén” quiere decir literalmente: “SU ÉXODO”. 3ª Que no podían hacer algo en
el “camino” haciendo “tabernáculos” para los visitantes: la gran meta era
Jerusalén y la Cruz. La escena quedó muy grabada en la memoria de los tres
testigos como evidencia de la “majestad” del Señor, y Pedro la recuerda en el
último de sus escritos (2ªPedro 1:16-18)
Elías y Juan el Bautista (9:9-13) Mientras que los cuatro descendían del monte, Jesús
mandó a sus discípulos que guardasen el mismo silencio sobre la transfiguración
como el que ya les había impuesto en cuanto a su categoría mesiánica, pues estas
cosas no podían proclamarse hasta después de la Resurrección.
Los tres discípulos discutían ente sí sobre el extraño
concepto de la “resurrección de los muertos”, pensando, quizá, en la
resurrección general de los muertos en la consumación del siglo. Al mismo
tiempo, convencidísimos ya de que Jesús era el Cristo, se acordaron de la
explicación que los escribas solían dar sobre Malaquías 4:5: “He aquí, yo os
envío a Elías el profeta, antes que venga el día de Jehová, grande y terrible”.
Se preguntaban: “Si el Maestro es el Mesías, cómo es que Elías no ha venido
ya”. Quizá la presencia de Elías en el monte les recordó la profecía. El Señor
confirmó la promesa en cuanto al día futuro: “restituirá todas las cosas”, y es
probable que Elías habrá de ser uno de los testigos cuya obra, bajo el reinado
del Anticristo, se describe en Apocalipsis 11:3-13. Con todo, la profecía había
recibido ya un cumplimiento anticipado y parcial en la persona y la obra de
Juan el Bautista, quien vino “en el espíritu y en la virtud de Elías” para
preparar el camino del Mesías en su advenimiento para sufrir: el cumplimiento
pleno precederá el Advenimiento para juzgar el mundo y reinar (Mt.11:14;
17:10-13; Lc.1:17)
Preguntas:
1. ¿Cuál fue la pregunta que hizo el Señor en Cesárea
de Filipo? Destáquese su importancia.
2. ¿En qué ocasión empezó Jesús a anunciar su
rechazamiento, Muerte y Resurrección a sus discípulos?
3. Dese una
explicación del pensamiento de Pedro al reprender al Señor y de la dureza de la
réplica del Maestro.
4. ¿Cuáles son las cuatro condiciones del discipulado
según Marcos 8:34? ¿Qué quieren decir las frases: “salvar la vida” y “perder la
vida” en Marcos 8:35?
5. ¿Cuál es el verdadero significado de la
transfiguración? Detállense algunas de las lecciones que pudieron haber
aprendido los tres discípulos, como resultado de haber presenciado la
transfiguración.
Contacte.
E-mail: jbmoredaaller@outlook.com.
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