APOLOGÉTICA APOSTÓLICA (II)

II.- La defensa de la Cruz

Pero muchos de entre los oyentes de los apóstoles, que eran judíos, tuvieron conciencia de una dificultad insuperable. ¿Cómo podía el crucificado sr el Mesías? Desde todo punto de vista – menos el de los apóstoles – la crucifixión de Jesús debe haber constituido una desventaja para ellos cuando hablaban en público, y en realidad hubo que dar una explicación de la crucifixión en todas las fases del testimonio y de la apologética cristiana. La crucifixión de Jesús resultó ser un obstáculo formidable para que ellos lo aceptaran como el Mesías designado por Dios. ¿Cómo era posible que el Mesía, sobre quien descansaba la bendición de Dios de un modo único, muriera una muerte sobre la cual se había pronunciado la maldición de Dios? Porque estaba escrito claramente en la ley: “Maldito por Dios es el colgado” (Dt.21:23). Y era innegable que Jesús estaba catalogado como “un hombre colgado”, y resultaba blasfemo sugerir que uno que de un modo tan evidente estaba maldecido por Dios, pudiera ser el Mesías de Israel.

Parece que los apóstoles enfrentaron abiertamente esta objeción desde los primeros días de su predicación, porque cuando describen el modo cómo aconteció la muerte de Jesús, escogieron un lenguaje seleccionado que deliberadamente recordó a los oyentes esa terrible sentencia de la ley, y  cuando fueron acusados de violar la prohibición de enseñar en el nombre de Jesús  y se defendieron ante el Sanedrín, declararon: “El Dios de nuestros padres levantó a Jesús, a quien vosotros matasteis colgándole en un madero” (Hechos 5:30). Y Pedro, cuando narró a Cornelio la historia de Jesús, le dijo: “Ellos lo mataron, colgándole en un madero” (Hechos 10:39).

Los apóstoles supieron muy bien lo que implicaba ser colgado en un madero; sin embargo, no vacilaron, ni por un momento, en proclamar que quien había sido así colgado, era Señor y Mesías, Príncipe y Salvador. Y ellos basaron esa proclamación afirmados en el hecho de que Dios había levantado a Jesús de entre los muertos, y que cualquier significado que se pudiera atribuir a la forma de muerte que Él había muerto, tenía que estar sujeto al significado indudable de su resurrección.

Es probable que el modo cómo murió Jesús, haya sido el argumento que Pablo empleara contra las pretensiones de los discípulos, antes de su conversión al cristianismo. Jesús había muerto bajo la maldición de Dios y, por consiguiente, no podía ser el Mesías; quienes alegaban que lo era, eran blasfemos e impostores autosugestionados. Pero cuando le tocó el turno a Pablo de ver al Señor resucitado, inmediatamente se convenció que Él era en realidad el Mesías, el hijo de Dios, posición que era totalmente contraria a sus creencias anteriores. Su muerte por crucifixión no tenía las implicaciones que Pablo creía que tenía. Con todo, el hecho de que el Mesías sufrió una muerte maldita debe haber tenido alguna implicación extraordinaria, y Pablo se propuso exponer esa implicación en lo que es probablemente el más antiguo de sus escritos, y la maldición pronunciada en Deuteronomio 21:23 quedó paralizada con otra maldición que aparece más tarde en el mismo libro: “Maldito el que no confirmare las palabras de esta ley para hacerlas” (Dt.27:26). Ahora bien, dice Pablo que, ”todos los que dependen de las obras de la ley están bajo maldición, porque está escrito: “Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas”. Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición – porque está escrito: Maldito todo aquel que es colgado en un madero- para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzase a los gentiles, a fin de que por la fe recibiesen la promesa del Espíritu” (Gal.3:10, 13)

Es decir que Cristo, al llevar la maldición de Dios en una forma (la muerte por crucifixión), liberó a su pueblo que estaba bajo la maldición en otra forma (por no haber guardado la totalidad de la ley de Dios), y aseguró para ellos las bendiciones del Evangelio. Es bien posible que la solución de este problema haya tomado forma en la mente de Pablo, más bien temprano en el período inmediato a su conversión, al quedar la totalidad de su pensamiento reorientado alrededor de un centro completamente distinto. No es posible afirmar con seguridad si a los apóstoles más antiguos se les presentó una solución semejante, pero ellos deben haber encontrado alguna explicación satisfactoria a la paradoja de que los enemigos del Mesías hubiesen podido matar al Señor, “colgándole de un madero”.

En un resumen bien conocido de la predicación que era común a los otros apóstoles y a él mismo, Pablo asigna el primer lugar a la afirmación que “Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras” (1Cor.15:3). Esta aseveración, que es parte de la tradición cristiana primitiva que Pablo declara haber “recibido”, no sólo declara el hecho aceptado de que Jesús murió, sino que, al especificar que “Cristo murió”, asegura que quien murió era el Ungido del Señor. Y agrega que soportó esa muerte por los pecados de su pueblo, y que al morir de esa manera cumplió las escrituras sagradas. ¿Cuáles Escrituras?  Preeminente, sin duda, las Escrituras que describen los sufrimientos y muerte del Siervo obediente del Señor, cuando “llevó el pecado de muchos” (Is.52:13 al 53:12)

La predicación apostólica se vio obligada a incluir un elemento apologético, si es que iba a ser vencida la piedra de escándalo de la cruz; y la kerigma (si vamos a emplear un término de la jerga religiosa contemporánea, que no rechazamos del todo, porque es también término del griego de Pablo) tiene que ser, en cierto grado, apología. Y la apología no fue invento de los apóstoles; todos la habían “recibido” del Señor. Para comenzar, la cruz había sido una piedra de tropiezo para los mismos apóstoles, hasta el Señor resucitado se les apareció y les preguntó: “¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrara en su gloria?” (Lc.24:26).Sí, era necesario, porque estaba escrito, “y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de Él decían” (Lc.24:27). Y Pablo, que había “recibido” este relato de la muerte de Cristo entre las cosas “de primera importancia”, pudo decir más tarde a un rey judío, de acuerdo con ellas, que en su ministerio apostólico no decía “nada fuera de las cosas que los profetas y Moisés dijeron que habían de suceder: que el Cristo había de padecer, y ser el primero de la resurrección de los muertos, para anunciar luz al pueblo y a los gentiles” (Hch.26:22)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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