ESTUDIOS DE DOCTRINA BÍBLICA (I)

Juan Bta. Garcia Serna

Recopilo este estudio bíblico para los lectores de mi Blog. Hoy, a pesar de los medios de estudio bíblico disponibles, a mi parecer, no se "escudriñan" en serio y tiempo, en las enseñanzas de las Sagradas e Inspiradas Escrituras, que son realmente el fundamento sólido de nuestra fe y vida cristiana. Se habla de la Biblia, pero no de manera exhaustiva, sino simplemente citando textos bíblicos, y por desgracia, muchas veces fuera de su contexto. Animo que a se estudie, en especial, para aquellos que no pueden asistir a escuela presencial, por cuestiones laborales o de otra índole circunstancial.

Prof. Ernesto TRENCHARD

REVELACIÓN E INSPIRACIÓN

1. La necesidad de una revelación

Esta serie de estudios doctrinales empieza con el tema de “la revelación”, por la sencilla razón de que si Dios no se ha revelado a los hombres no tenemos ninguna “doctrina” que exponer. O la luz sobre toda cuestión fundamental en cuanto al hombre y Dios se alcanza por las investigaciones y los razonamientos de los hombres, en cuyo caso sobra una “revelación”, o hemos de reconocer los estrechos límites y los obvios defectos del pensar humano en este terreno, para esperar que Dios se manifieste. 1. Los conocimientos humanos “Creo lo que veo, lo que oigo y lo que palpo, pero nada más”, asevera el hombre de “sentido común”, creyendo que así afirma su propia personalidad y se salva de caer en la credulidad o en la superstición. De hecho solamente una pequeña parte de los hechos que nos afectan en la vida puede ser comprobada por nuestros cinco sentidos o elaborados por nuestro propio raciocinio. Cada día se extiende más el área de los conocimientos humanos; de modo que aun hombres inteligentes, con sólida formación cultural, necesitan consultar al especialista en multitud de materias que les interesan. El geógrafo pasa su vida estudiando los accidentes de nuestro globo terráqueo y su atmósfera, pero sólo es especialista en temas determinados que afectan una mínima parte del campo total de los estudios geográficos, y así con el astrónomo, el químico, el físico, el médico, etc. ¿Y podemos estar seguros aun de lo que vemos y oímos? Los sentidos operan con notoria incertidumbre, y necesitan la ayuda de toda clase de instrumentos si han de acumular datos firmes y comprobados. Diferentes personas aprecian los mismos hechos de distinta manera, hasta el punto de que el filósofo idealista llega a pensar que lo único cierto es la impresión que se produce en la mente del observador, dudando de la realidad objetiva. Tan complicado es el tema, que la epistemología, la teoría de la base y de los métodos del conocimiento, llega a ser un extenso ramo de la filosofía.

2. El método científico

Nosotros vivimos en la era científica, en la que conocimientos sobre nuestro medio ambiente se han acumulado, se han interpretado y se han aplicado en sentido práctico como en ninguna época anterior de la historia del hombre. Los resultados del método científico afectan las vidas de los hombres en todo pueblo civilizado, aunque en mayor grado en los países desarrollados, pero el método se conoce y se aplica únicamente por una minoría muy reducida de la raza, y aun así el especialista en estas materias puede ser un ignorante en otras de mayor importancia humana. ¿En qué consiste este método de acumular y utilizar conocimientos? No hay misterio alguno en el método, que consiste en acumular datos que se van comprobando hasta el límite de lo posible y que se clasifican. El cuidadoso escrutinio de estos datos, con la ayuda de aparatos cada vez más complicados y exactos, revela analogías y combinaciones que desembocan a menudo a maravillosas aplicaciones prácticas, bien que el científico genuino busca primeramente la verdad, y sólo en segundo término la aplicación provechosa. Las explicaciones de los fenómenos estudiados se presentan en forma de hipótesis, que ofrecen nuevas posibilidades de estudio hasta comprobarse o desecharse a la luz de nuevos descubrimientos. La ciencia es internacional, de modo que muchos miles de científicos trabajan en su materia en miles de laboratorios o campos de experimentación, y al notar los resultados, los comunican a colegas de la misma especialidad por medio de libros, tesis e informes muy diversos. Las matemáticas constituyen el alma del método, pues es imprescindible emprender complicados cálculos sobre toda suerte de masa y movimiento, pasando desde partículas infinitamente pequeñas a los gigantescos e innumerables cuerpos celestes. A veces sale a luz un factor vital que permite la utilización de una multitud de conocimientos anteriores, y entonces el mundo se da cuenta repentinamente de destacados inventos, como son los del motor de combustión interna, del avión reactor, de los rayos láser, de la bomba atómica

Nos hemos extendido algo en estas consideraciones porque la ciencia ha llegado a ser la “diosa” de nuestro siglo y es necesario que la apreciemos juntamente con sus frutos dentro de una perspectiva exacta. Para bien y para mal afecta nuestras vidas en muchos aspectos y necesitamos saber lo que es, pues muchas veces se presenta, por sabios y por ignorantes, como rival serio a la revelación de la Biblia.

3. Limitaciones de la ciencia

No hemos escatimado nuestra admiración ante la perspicacia, la tenacidad y la habilidad de los científicos y de los ingenieros que colaboran en la producción de tantos ingenios, a cual más asombroso. Pero antes de pensar con los materialistas que estos conocimientos son los únicos de base sólida y de verdadera utilidad, debemos meditar en los hechos siguientes:

a) Cuanto más se investiga tanto mayor es el campo sin explorar que se va descubriendo. En el siglo XVIII un estudiante de buena formación cultural, de privilegiada memoria, de discernimiento y constante en sus lecturas y estudios, podría dominar una buena parte de los conocimientos científicos y filosóficos de su tiempo, llegando a creer que estaba bien situado para orientarse en la vida. Así eran los célebres enciclopedistas de aquel siglo. Todo eso ha cambiado radicalmente, y Sir James Jeans (científico y filósofo) declaró que lo que saben los científicos no es más que una pequeña isla en el océano de lo que ignoran. Ya hemos visto que el especialista en una pequeña subdivisión de su campo, bien puede ser ignorante en las humanidades, y aun en materias científicas ajenas a la suya. El ingente cúmulo de datos, experimentos, hipótesis, combinaciones y aplicaciones llega a ser una montaña que no deja de crecer y que ningún ser humano es capaz de escalar. El hombre es muy limitado en su inteligencia y tan pequeño moralmente como hace siglos. ¿Será capaz de controlar las enormes fuerzas que ha evocado y la “máquina” que ha creado? Hay muchos pensadores que no son creyentes evangélicos que creen que no.

b) Los resultados de la ciencia son asombrosos en su aspecto informativo y utilitarios, pero el profano en la materia no se da cuenta de que el científico es tan ignorante de la razón fundamental de las cosas como “el hombre de la calle”. Una cosa es nombrar, describir y relacionar los fenómenos, y otra entenderlos. .La electricidad se describe como una forma de energía, y se utiliza de mil maneras, pero nadie sabe lo que realmente es. Se conocen exactamente todas las etapas del desarrollo del feto en el seno de la madre, pero nadie sabe por qué y cómo la célula fertilizada se divide y se multiplica millones de veces, imponiéndose un plan especializado en los miles de órganos embrionarios, hasta que el nuevo ser esté listo para ver la luz en un espacio de nueve meses. Los procesos de los más complejos polígonos industriales son sencillos en comparación con aquellos que se llevan a cabo durante la gestación, sin pensar en los asombrosos factores psíquicos que son inseparables del desarrollo físico del nuevo ser. Biólogos y fisiólogos sinceros confesarán lo mismo que David en cuanto a la razón íntima de la maravilla que aceptamos sin cuestión por ser parte de la experiencia común de la raza (Sal 139:13-16). No nos dejemos deslumbrar, pues, por la gloria pasajera y limitada de la “diosa” ciencia, porque dista mucho de ser omnisciente y omnipotente aun en el plano inferior que le corresponde.

c) La ciencia está sujeta a la “ley de frustración” que se describe en el libro de Eclesiastés y en (Ro 8:19-24). Dios ha determinado que el hombre no ha de prosperar en su pecado, ni le es permitido hallar soluciones finales que prescinden de Dios. Así el descubrimiento de la energía nuclear podrá suplir la falta de otras fuentes de energía cuando éstas se agoten (carbón, petróleo, etc.), pero a la vez, por medio de las bombas nucleares, coloca a la humanidad sobre el borde del precipicio de una guerra nuclear, capaz de destrozar nuestra civilización y matar o mutilar la mayoría de la raza. Las máquinas, y aún estamos en los principios de la era electrónica, pueden acrecentar el ritmo de la producción, pero la “explosión demográfica”, resultado de los beneficios de la ciencia médica, aumenta hasta tal punto el número de bocas a alimentar, que dos terceras partes de nuestros semejantes no comen bastante, una tercera parte come demasiado, y la situación tiende a empeorar. Son ejemplos de la acción “bochornosa” de la ciencia, que tiende a quitar con una mano lo que entrega con la otra, solucionando ciertos problemas y creando otros peores. d) La ciencia no trae solución a los problemas psíquicos y espirituales del hombre. Hay más psicólogos y psiquiatras que nunca, pero el número de enfermos mentales aumenta sin cesar a causa del ritmo acelerado de la vida de nuestros tiempos, en los que lo artificial reemplaza con grado creciente lo natural. Damos por descontado que el hombre tiene alma, o vida interior, muy enlazado con el hombre físico y el proceso fisiológico, pero diferenciada de ellos y superior a ellos. Allí en lo íntimo brotan anhelos y se formulan plegarias que la “diosa ciencia” no entiende ni puede de modo alguno satisfacer. Reconocemos, pues, el valor relativo de la ciencia, como exploración de lo que Dios ha creado y como utilización de energías que él ha ordenado, pero como hombres, hechos a imagen y semejanza de Dios, esperamos una voz mucho más elocuente y poderosa; voz que proceda de Dios y que llegue a nuestras almas y espíritus con el poder del Espíritu de Dios.

Como bien indicó Zofar (Job 11:7), el hombre es incapaz de penetrar en el secreto de la realidad de la vida espiritual, que se esconde detrás de las apariencias al alcance de los sentidos, sin el auxilio del Dios que le creó en su imagen y semejanza. Menos aún podrá comprender el Dios que le creó, aparte de la iniciativa del mismo Creador, quien levanta el velo para descubrir lo que el hombre, limitado por las condiciones de su creación, y más aún por el pecado, es incapaz de percibir. Esta iniciativa de Dios, que se realiza mediante los medios que hemos de notar, se llama revelación, o sea, el “descorrer de un velo”. No sólo creemos que Dios existe, sino estamos seguros de que puede y quiere revelarse al hombre que ha creado, habiendo ordenado los medios más apropiados para darse a conocer.

Los medios por los cuales Dios se revela

1. Por las obras suyas en la naturaleza

Por “la naturaleza” entendemos el “conjunto de las cosas, fenómenos y fuerzas que componen el universo”. Muchos de los Salmos, con una buena parte del Libro de Job, glorifican a Dios por la infinita sabiduría y potencia ilimitada manifestadas en las obras suyas de la naturaleza. No podemos creer que los incontables miles de maravillas que se hallan en el mundo inanimado, en el vegetal, y en el animal, se hayan producido por un proceso de evolución ciega. Lo que hacen los científicos materialistas (hay muchos otros que son creyentes y disciernen la mano de Dios) es quitar al Dios Creador, conocido por la revelación bíblica, sustituyéndole por una “diosa” que se llama “evolución”, que planea procesos complejos llevándolos a su realización y culminación. ¿Cómo lo hace? Esto no se explica, pues pocos creen ahora que pueda surgir sólo de la supervivencia de los más aptos, según la idea de Darwin. Alguna “Mente” tiene que haber que ponga en marcha tantísimos complicados y eficaces procesos, y parece mucho más lógico relacionar la obra con el Dios revelado por medio de Cristo, figura histórica, que no con una fuerza hipotética que no tiene base ni en la revelación ni en la filosofía. La revelación de Dios a través de sus obras, con las deducciones que lógicamente surgen de ella, se llama “teología natural”, y, si nos dejamos guiar por la Biblia, ni hemos de exagerar su importancia ni excluirla tampoco. Pablo expresa el valor de este principio de revelación en las claras palabras de (Ro 1:19-20): “Porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó. Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosa hechas, de modo que (los idólatras) no tienen excusa”. En el (Sal. 19:1-6), declara que la naturaleza tiene “voz” que llega a los oídos de los sumisos capaces de percibirla, y Dios mismo convence a Job de su pequeñez y sus limitaciones haciendo que considere las maravillas de la creación (Job capítulos 38 y 39). Esta faceta de la revelación de Dios puede ser un principio de luz para los “niños” que desean conocerle (Mt.11:25-26), pero no echa luz sobre los problemas internos del hombre pecador que se siente culpable y necesita el perdón. Tampoco revela de una forma clara el amor de Dios. Las obras de la naturaleza nos convencen de la sabiduría infinita de Dios, de su potencia, de que es fuente de la hermosura, de que es Dios de orden, pero quedamos esperando mayor luz de la que la creación en sí nos puede suministrar.

2. Dios se revela en la historia en general

La historia nos provee de ciertas lecciones, unidas con enigmas que somos incapaces de descifrar. Ayudados por la Palabra escrita sabemos que en un mundo de pecado, Dios, en su providencia, ha determinado que las naciones y las civilizaciones no podrán llegar a una consumación estable mientras se obstinan en su rebeldía en contra de su Creador. Esto reduce la vida humana “debajo del sol” a la “vanidad”, o a la frustración, según el agudo análisis del Libro de Eclesiastés, iluminado por las declaraciones de Pablo en (Ro 8:18-25). Estas nos enseñan que Dios sujetó al mundo a esta “vanidad”, no porque desee que los hombres sufran, sino por la necesidad de que aprendan la imposibilidad de prosperar en el pecado. La historia de las civilizaciones señala sus comienzos, bajo el impulso de alguna fuerza religiosa, o algún ideal colectivo, su crecimiento en el que intervienen inevitablemente las codicias y las violencias que caracterizan a los hombres, para llegar a un momento de culminación, dentro de lo posible, tratándose de la raza caída. Después se inicia un proceso de decadencia que lleva aquella civilización a la ruina, para ser reemplazada por otra más cruda, quizá, en sus principios, pero más pujante. A veces los juicios de Dios se manifiestan rápidamente en contra de hombres que se “deifican”, entregándose sin escrúpulos a realizar sus locas ambiciones, como en el caso del régimen nazi bajo la dirección de Hitler, y el del fascismo italiano que glorificó a Mussolini.

3. Dios se revela sobre todo en la historia de Israel

Aun después de la dura lección del Diluvio, los descendientes de Noé imitaron a sus predecesores antediluvianos, entregándose más y más a la idolatría. El capítulo 12 de Génesis señala el principio de un nuevo método de revelación, puesto que Dios escogió a Abraham, le sometió a diversas disciplinas, prometiéndoles que sus descendientes habían de constituir un pueblo numeroso, hecho bendición para todas las familias de la tierra. Así formó Dios un “vaso”, la nación de Israel, capaz de recibir, guardar y transmitir su Palabra revelada en medio de la corrupción de la idolatría que contaminaba a toda la raza. El Pentatéuco narra la formación de este pueblo, “siervo de Dios” para la obra de revelación, la cual no depende sólo de mensajes proféticos, sino que se discierne en las intervenciones de Dios en la historia, sea en obras de gracia, sea por la aplicación de sus justos juicios. El Éxodo llegó a ser el ejemplo más destacado de cómo Dios administraba sus juicios y cumplía sus promesas, siendo tema de muchos de los salmos que habían de alabar a Dios en tiempos posteriores. Como ejemplo, el estudiante debiera leer con cuidado los salmos 105 y 106, el primero de los cuales enaltece la obra de gracia de Dios a favor de su pueblo en la época del Éxodo y de las peregrinaciones, mientras que el segundo analiza las reacciones del pueblo de Israel, tan dado a la ingratitud y la rebeldía. Esta revelación que Dios da de sí mismo por medio de sus obras es rasgo característico de la Biblia, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento, y enlaza los mensajes divinos con la historia humana de una forma desconocida en las supuestas fuentes de revelación de otras religiones.

4. Dios se reveló por medio de mensajeros divinamente inspirados

Estos son los profetas del Antiguo Testamento y los Apóstoles del Nuevo. De su misión e inspiración trataremos más adelante.

5. Dios se reveló de una forma completa en su Hijo

La culminación del proceso de revelación en Cristo se expresa maravillosamente en (He 1:1): “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo”. La frase traducida por “por el Hijo” es, escuetamente, “en Hijo” en el griego, y condensa la idea de que Dios se dio a conocer ya por medio del Hijo suyo, complementando la declaración de Juan: “El Verbo fue hecho carne y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad” (Jn.1:14). “Carne” en este contexto equivale a la esencia de la humanidad, y el Verbo que siempre había dado a conocer el misterio de la Deidad como Agente de la creación, se encarnó, recabando la Humanidad que había creado y llegando a ser el Postrer Adán. Por este medio tan sublime, Dios revela tanto su corazón como su mente a los hombres en las condiciones de una vida humana (sin pecado) y en el contexto de la sociedad de los hombres. El estudio de los Evangelios es de importancia fundamental, pues sólo a través de las obras, palabras y actitudes del Dios-Hombre podemos conocerle a él, y por medio de él a Dios, pues “El que me ha visto a mí ha visto al Padre” (Jn.14:9).

Los Evangelios son documentos históricos. No negamos que existan problemas en cuanto a la transmisión de estos escritos fundamentales de la fe cristiana, pero las variantes en detalle entre las narraciones de los cuatro escritos, que surgen del proceso de transmisión, de la necesidad de resumir ciertos relatos y de la finalidad del autor, no hacen más que confirmarlos como historia, redactados según el proceso que Lucas nota al principio de su Evangelio. Este evangelista señala la existencia de documentos desde el principio (Lc.1:1-4). Directa o indirectamente todos llevan el marchamo de la autorización apostólica, además del valor netamente histórico que ya hemos discernido.

6. Dios se revela por medio de la Biblia,

Libro inspirado Notamos aquí el excelso valor de la Palabra escrita como medio por el cual Dios se revela a los hombres, pero siquiera un esbozo de este tema requiere un tratamiento aparte, que reservamos para la segunda parte de este estudio y el siguiente.

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