LA RENOVACIÓN SEGÚN LA BIBLIA

Juan Bta. García Serna 

Recopilo y resumo este artículo en cuanto a una auténtica renovación espiritual según la enseñanza bíblica.  Creo que hoy vivimos unos tiempos muy difíciles, y por ello, la Iglesia debe dar un mensaje transformador, que previamente el cristiano ha experimentado. Si pensamos que son las palabras las que convencerán, realmente estamos muy equivocados, ya que el mensaje y el mensajero han de ir al unísono, en colaboración, en armonía bíblica.

Renovación: 

metas y objetivos

Por Pablo WICKHAM

(Artículo adaptado del mensaje sobre "Renovación", en la VI Conferencia Misionera de  Buenos Aires, agosto 1979)

Encontramos dos palabras para renovar o renovación en el griego del Nuevo Testamento: 1) anakaiñosis, Rom.12:1; Tito 3:5, y verbos derivados, 2Cor.4:16 y Col.3:10, y 2) anameomai, Ef.4:23. La primera significa cambiar, hacer nuevo completamente, aunque lo nuevo guarda relación con el estado anterior. Es interesante que ambas palabras se emplean para describir el Nuevo Pacto (que según el original hebreo significa un pacto cortado de nuevo); en Heb.8:8 y 13, se utiliza el vocablo kainos, algo que no contiene ningún principio de corrupción o vejez, mientras que en Heb.12:24 la palabra neos, algo más reciente que supera a lo anterior totalmente. Aplicados estos términos relacionados a nuestro tema, la Iglesia, hemos de notar dos presupuestos fundamentales: que toda renovación espiritual ha de partir del Nuevo Pacto, y que el distintivo del Nuevo Pacto es la semejanza de Cristo no sólo en el individuo, sino en la iglesia local, la comunidad de creyentes.

1. Toda renovación espiritual tiene que partir del Nuevo Pacto. El Nuevo Testamento habla de la necesidad de una nueva creación que ha de caracterizar el que está en Cristo (2 Cor.5:17), y de esa nueva humanidad o nuevo hombre que Cristo vino a crear por su Obra reconciliadora (Ef.2:15 y 4:24). Por ello, se habla de un nuevo mandamiento (renovado, por cuanto es aquel de que habéis oído desde el principio, Juan 13:34 y 1 Juan 2:7-8), y de “nuevos cielos y nueva tierra” cuando la Obra renovadora de Cristo alcanza su plenitud. Todo esas “novedades” comportan la idea de renovación, devolver algo viejo y desgastado a su estado original.

2. El distintivo del Nuevo Pacto es la semejanza de Cristo en el creyente individual, y en la comunidad redimida. Según los términos del Nuevo Pacto en Jeremías 31:31-34 y los pasajes paralelos en Ezequiel 11, 36 y 37, lo que le distingue principalmente del Antiguo Pacto es que opera una transformación del corazón, o personalidad, del creyente, llevándole a un conocimiento íntimo y personal de Dios. Y tal conocimiento en las Escrituras siempre implica una transformación, no es algo académico o meramente intelectual, como podemos comprobar por 2Cor.3:17-18 y 4:6. La gran META de la Obra restauradora y renovadora de Dios, pues, es hacernos semejantes a su Hijo (Rom.8:29), semejanza que se ha de ver por medio de la plena madurez, tanto en cada individuo (Col.1:28, 29) como en la comunidad (Ef.4:13). Este es el punto de partida de toda renovación espiritual, y por lo tanto el punto de retorno si nos hemos desviado del camino de la voluntad de Dios. El modelo o meta, pues, no es una estructura, un sistema de principios, sino es UNA PERSONA, UN CRÁCTER. Por eso es tan importante el fruto del Espíritu, las facetas de este carácter de Cristo que Dios quiere ver formado en la vida de los suyos; de ahí la cantidad de exhortaciones al respecto en las epístolas (véase Efesios 4, Gálatas 5) Mirado desde otro ángulo, se constata la importancia de proyectar ésta y no otra imagen en el mundo, por Mateo 5:16 y Efesios 2:10, siendo las bellas obras, producto de la nueva creación, las que glorifican al Padre y actúan como luz y sal en el mundo.

Forzosamente hemos de notar el contraste que salta a la vista cuando contemplamos las iglesias de nuestros círculos. Uno de los máximos errores ha sido asumir gratuitamente que lo único que había que hacer era reproducir las estructuras y formas del Nuevo Testamento, y que nuestros llamados “principios del Nuevo Testamento” eran un fiel reflejo de ellas. Pero si la meta verdadera es la que acabamos de señalar, nos hemos equivocado de medio a medio, porque esos “principios” no son un fiel reflejo de lo principal, sino de lo axial, lo circunstancial. Nos hemos estancado en unas tradiciones y estructuras puramente históricas, del siglo pasado, que no tienen en si nada que ver con lo enseñado en el Nuevo Testamento. Un buen ejemplo de esto es el llamado “culto de evangelización” que se suele celebrar cada domingo por la tarde como si se tratase de algo sagrado e intocable. Pero tal culto no es en sí un principio bíblico, sino únicamente un método que podemos utilizar o rechazar según las circunstancias. ¿De dónde viene? Pues probablemente de los locales llenos de personas bajo convicción de pecado del siglo pasado en la Gran Bretaña y los Estados Unidos como resultado de los avivamientos de mediados de siglo, una situación histórica que no se da hoy en día. Porque básicamente el tal método implica el cosechar los resultados de una previa y profunda siembra, mediante la predicación sencilla y directa a personas ya preparadas para convertirse a Dios. Pero, hoy, por regla general, hace falta SEMBRAR mucho entre aquellos que no conocen para nada la Palabra, no ponerse a segar prematuramente. Es un método entre otros, nada más, pero hemos quedado atrapados de tal manera por él, que no sabemos distinguir entre lo fundamental, que es anunciar el Evangelio, y lo axial, que tiene que ver con las maneras y los métodos diversos que se pueden emplear para ello, que dependen de las oportunidades que surgen de distintas situaciones históricas

En la cuestión de formas y estructuras, además, el Nuevo Testamento es muy flexible: ni siquiera hay un solo modelo de asamblea en los Hechos y las Epístolas, sino que todas eran diferentes. Cada una se hallaba en un contexto social muy distinto y se amoldaba a él. Todo lo que no está claro en el Nuevo Testamento o admite diferencias en su interpretación, no puede ser algo fundamental, es axial, circunstancial.

3. Por eso, uno de los esfuerzos máximos necesarios en todo proceso de renovación, ha de ser aprender a distinguir entre lo fundamental y lo axial: es decir, entre lo que permanente, claramente ordenado por el Señor o sus apóstoles, y lo axial, en lo cual se ha de ejercer discernimiento espiritual, respecto y paciencia los unos con los otros. Porque ESTO SI ES FUNDAMENTAL. ¡Hemos de ser dogmáticos en rehusar serlo en cosas axiales! Este esfuerzo constante es imprescindible para que la Iglesia pueda adaptarse a la manera de ser y los problemas actuales de cada nueva generación.

¿Cómo se consigue esta renovación bíblica?

En primer lugar, será necesario reconocer nuestra necesidad de la tal renovación, es decir, que hemos fallado en algo tan básico como saber lo que e la verdadera meta de la Iglesia y cómo llevarla a la práctica. Mi experiencia triste es que nuestras iglesias son a menudo las últimas en querer admitir que algo va mal, amparándonos en métodos y estructuras como si la permanencia de ellas fuese lo único que habían de hacer para mantenerse fieles al Señor. Tal actitud lejos de ser una fidelidad al patrón del Nuevo Testamento, es una desobediencia manifiesta a la gran Comisión. 

Seamos honrados y reconozcamos llanamente y ambages nuestros fallos, en un sincero arrepentimiento ante el Señor que ha de incluir un deseo positivo de enmendar, de corregir lo que está mal. Hace falta la gracia de la humildad para discernir, reconocer y buscar al Señor nuevamente. No echemos la culpa a oras cosas, como el materialismo, el medio ambiente de indiferencia religiosa de nuestros días - aunque por supuesto algo han influido en la situación - aceptemos nuestra culpa y nuestra equivocación.

En segundo ligar, hemos de volver a la meta bíblica del Plan de Dios, que es madurez en Cristo, su semejanza forjada en cada creyente y cada iglesia por el Espíritu  y la Palabra de Dios. 

En tercer lugar, hemos de volver a los medios divinos para la consecución de esa meta, la cual implica primordialmente recobrar el "señorío dinámico" de Cristo sobre su iglesia. Sólo Él sabe orientarnos en el camino de retorno; dejemos que lo haga, en vez de decirle nosotros cómo han de hacerse las cosas. Hace falta esta dirección suya siempre para poder saber cómo aplicar su Palabra a la situación cambiante de nuestra generación. Él nos guiará, asimismo, a distinguir ente lo fundamental y lo axial. Notemos que Él ha de ser Señor desde el principio, no Salvador en primer término - como tantas veces se ha predicado - y luego, con el tiempo, Señor. 

Este tipo de mensaje, que abunda en campañas evangelísticas donde interesas lanzar unas cuantas verdades generalizadas, da como resultado una predicación superficial, de "aceptar a Cristo y serás feliz para siempre y solucionará todos tus problemas y luego irás al cielo", en vez de lanzar el reto a un discipulado serio, como hizo el mismo Señor en repetidas ocasiones (véase Lc.4:25-33) El Evangelio verdadero coloca en primer lugar su Señorío (Rom.10:9-19), y Él nunca se apea de esta prerrogativa. 

La parte nuestra es obediencia  a todo lo que Él mandó. Vemos esto claramente en los Hechos; aun los apóstoles tuvieron que reaprender muchas cosas en la transición de una iglesia de mayoría judía a ora de mayoría gentil. 

Otro corolario del redescubrimiento del "señorío dinámico de Cristo" es el redescubrimiento de la oración, tanto  individual como comunitaria. ¿Por qué a menudo nuestras clásicas reuniones de oración son las peores atendidas, cuando debería ser al revés? Precisamente porque hemos dejado de practicar "el señorío dinámico" creyendo que todo estaba hecho, y por lo tanto, ¿para qué orar? Pero como la conciencia no está muy tranquila en tal actitud, que evidentemente va en contra de claras enseñanzas de la Palabra acerca de la oración, se celebran las reuniones de oración para cumplir, sin que sean realmente fuentes de poder espiritual como Dios quiere que sean, como lo fueron las de la iglesia primitiva. Por eso, a menudo las reuniones de oración son rutinarias y aburridas, repitiéndose las mismas frases hechas de siempre por las mismas personas de siempre, puesto que sólo con ellas "se rubrica" lo que ya hemos decidido o hecho anteriormente. Aquí puede adaptarse el dicho de Napoleón acerca de que un ejército marcha sobre su estómago, es decir, la disponibilidad de sus recursos logísticos; en el caso de la iglesia, debe marchar sobre sus rodillas, si desea recibir los recursos divinos. 

En cuarto lugar hemos de volver a la enseñanza y práctica de "todo el consejo de Dios"  (véase Mt.28:19, Hch.20:27), y compare Mateo 4:4 con 2 Tm.3:16). No las partes preferidas ¡, sino toda la Biblia, el instrumento por el cual Dios suministra ese "señorío dinámico" de Cristo, Cuerpo de la Iglesia. Para ello, hará falta los dones del Espíritu. Y dar toda la palabra de Dios, que echa luz sobre todos los problemas que ocurren al hombre y la sociedad, y esto, no sólo dirigida a una sola personalidad - el alma, sino también su cuerpo.

En quinto lugar, siendo la madurez en Cristo la meta de todo proceso de renovación. Se ha de enfatizar la importancia de la persona humana, que Dios quiere recrear en la imagen de su Hijo. Por el Evangelio se nos entrega la perfecta humanidad glorioso de Cristo, toda ella es para nosotros, proveyendo su semejanza  el modelo o base, para la reestructuración de  cada persona. Por eso, recordemos que nos ha de interesar las personas, no las estructuras , tradiciones, edificios, sistemas o principios abstractos.  El Nuevo Pacto, según 2 Corintios 3:3-11, ha de grabarse sobre  "corazones de carne", personas humanas. Solo la Palabra de Dios y el Espíritu Santo, son los verdaderos medios del Nuevo Testamento, que uno debe seguir. 

En sexto lugar, hemos de volver a dar importancia a aquellas capacidades, dones del Espíritu, que Él utiliza en su soberanía para llevar a cabo esta renovación en el hombre interior y en la comunidad cristiana. Son absolutamente imprescindibles. Los carismas divinos, especialmente aquellos que tienen la función de estimular y orientar a los demás (Ef.4:11-12). Porque sólo a través del funcionamiento armonioso de todos los dones que edifican positivamente al Cuerpo de Cristo puede éste crecer y desarrollarse, para poder cumplir su cometido en la tierra de glorificar a Dios, de dar a conocer a Cristo. Este aspecto corporal, la edificación del Cuerpo de Cristo, es de capital importancia. 

Cundo dejemos que el señorío dinámico de Cristo, mediado por su Palabra y su Espíritu, opere con libertad, Él nos guiará hacia los ministerios y necesidades concretas que Él desea que se desarrollen, y entonces dará los dones adecuados para cubrir aquellas necesidades. Pero si somos inflexibles en cuanto a las estructuras y tradiciones nuestras, Él no podrá maniobrar para llevar a cabo sus propósitos. El secreto de todo verdadero crecimiento espiritual, es no poner obstáculos a lo que Él quiere hacer en nosotros. Dejemos que sean sus planes, sus métodos, sus estructuras y sobre todo su meta, lo que prive, no los nuestros. Siempre habrá buenas tradiciones, buenos métodos y buenas estructuras, pero no hemos de dejarnos atar por ninguno de ellos una vez vez cumplido su propósito. 

Hace falta una profunda renovación en nuestra mentalidad eclesiástica en todas estas cosas para que pueda haber una renovación de la Obra misionera de nuestras iglesias, porque tal como son las iglesias, así serán, las obras que se llevarán a acabo  en sus campos respectivos de la obra de Dios en el interior y exterior de la iglesia. 

 

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