EL ENGAÑO DE LOS REYES MAGOS
Juan Bta. García Serna
¿Dónde mantenerse o suprimirse totalmente? ¿Se ha de dar crédito a la tradición aun en contra de la enseñanza del cristianismo primitivo, que nada dice de todo esto? Más de una vez se ha discutido en España este problema. Y han sido muchos los que han abogado por el mantenimiento del engaño. Se mantienen en que todo eso ilusiona al niño, que en dada le perjudica, que le hace vivir al niño en un estado de alegre expectación antes de la festividad y de inocente entretenimiento después de ella.
A nosotros estos argumentos no acaban de convencernos. Hay otras formas de despertar la sana emoción del niño sin recurrir a esos extremos de engaño. Aparte de que el niño, por lo general, suele experimentar una sensación de amargura, de frustración y de rabia cuando descubre el engaño; la falsedad, la mentira, es siempre pecado para el cielo e inmoralidad en la tierra, se mire por donde se mire. Al niño nunca se le debe mentir, ni siquiera cuando la mentira puede proporcionarle un placer o evitarle un dolor. Hay muchos niños que mienten porque han tenido buenos profesores en sus padres. Además, si los padres son fieles cristianos o, al menos, pretenden serlo, tienen la responsabilidad y el deber, ante Dios y ante sus propias conciencias, de enseñar a sus hijos las verdades de Dios, tal como se contienen en la Biblia y no las invenciones humanas, por muy bonitas y halagadoras que sean. Hay niños que pasan de la mentira a la verdad sin apenas darse cuenta, y para éstos da igual que los juguetes sean traídos por papá o por el Rey Melchor. Pero hay otros que sufren tremendamente y se vuelven desconfiados al comprobar el engaño de que han sido objeto durante años.
Existe otra razón, intensamente humana, para no engañar a los niños con la historia de los Reyes Magos. Hay padres que realizan verdaderos sacrificios para poder comprar un juguete a su hijo el día de Reyes. El niño, que ya sabe agradecer, que sabe manifestar su alegría y su contento dando un beso al padre cada vez que éste le trae un caramelo, permanece completamente ajeno al esfuerzo de los suyos y agradece el juguete a unos hipotéticos Reyes Magos que, para completar la frase, pasarán por la calle principal de la ciudad al caer la tarde, vestidos a la usanza oriental y cabalgando sobre camellos adornados. Este engaño, decididamente, no debe mantenerse bajo pretexto alguno”.
(Ref. Revista: "Restauración"
* 1970)
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