TEMA VIVO (Dr. PSIQUIATRA)

Juan Bta. García Serna

Recopilado este artículo, al considerarlo de interés, y por ser un hermano en la fe en Cristo Jesús, conocido de una manera de amistad personal, y doy credibilidad a su exposición bíblica, Y también, por qué no decirlo, es alguien que conocí en sus primeros años de conversión al Evangelio, en nuestra pequeña patria asturiana, y luego en otras ocasiones.

Dr. Manuel GONZALEZ - CAMPA

INOPERANCIA HUMANA DEL MISTICISMO

“Hay dos actitudes de Iglesia que cero no se pueden compartir a la luz de lo que dice la Palabra de Dios, pero que están ahí: un es la actitud del misticismo; la actitud del misticismo es aquella que produce una abstracción del Evangelio y lo convierte en un mensaje “para que las almas sean salvas”. Para esta actitud, “la salvación del alma como una esfera dicotomizada del cuerpo es lo más importante”. Sin embargo, la revelación bíblica pone claramente de manifiesto que lo más importante es que las personas se salven y no sólo que se salven las almas de estas personas. Para el Evangelio, la salvación tiene un aspecto totalizador, sobre toda la persona y no sólo sobre una parte de su estructura; pero para la actitud mística lo que importa es darle a la salvación un sentido místico y desconectado de la realidad de las personas y de su entorno. Sinceramente, creemos que ¡Dios no piensa así! Dios piensa que, evidentemente, lo más importante es la salvación trascendente del hombre con todo el contexto que eso conlleva. A este respecto tenemos un ejemplo clarividente en el Nuevo Testamento y se refiera al pasaje donde se relata la historia del joven rico. Cuanto este joven decide no seguir a Jesús, a pesar de la invitación que el Maestro le hace, algunos de los hombres que estaban allí le preguntaron al Mesías: “¿Entonces quién podrá ser salvo?”  Y la respuesta fue: “Esto para los hombres es imposible, pero para Dios ¡NO!

Los interrogantes dijeron: nosotros hemos dejado esto, y lo otro, y lo otro, por seguirte (se referían a que habían abandonado aspectos materiales, económicos y sociales, pertenecientes a la esfera de lo concreto en este mundo). ¿Y qué es lo que les dice Cristo? Vosotros que me habéis recibido a mí como vuestro Salvador y habéis dejado “tantas cosas”, tendréis esto, y lo otro, y lo otro, además de la salvación eterna, incluso en su dimensión plena y escatológica. No puede hacer actitudes demagógicas: ésta es la voluntad de Dios. Por el contrario, el misticismo, que se reviste de una capa de pseudo religiosidad, es el que reduce, por su cuenta y riesgo, el Evangelio a algo puramente noético, teórico y, por tanto, intranscendente. El misticismo interpreta, por ejemplo, Marcos 6:30-37 de la siguiente manera: la alimentación de las 5.000 personas después de el consiguiente milagro del Señor es aplicable a la predicación del Evangelio trasformando la realidad concreta y material de panes y peces en símbolos, en parábolas y en meras retóricas. Este pasaje nos enseña claramente la doble dimensión del ministerio del Señor Jesucristo aquí entre los hombres. Nos haba de que se les predicó el Evangelio del Reino de Dios y que el contexto de esta predicación implicaba, necesariamente, una postura consecuente con las necesidades materiales de esta multitud. Los hombres y mujeres que rodeaban a Jesús y sus discípulos ¡tenían hambre!, y esa necesidad primordial, acuciante, fisiológica y biológica supuso una seria preocupación para Jesús. Los discípulos entendían (al igual que tantos otros lo entienden hoy) que lo más importante para aquellas personas y casi lo único importante era la predicación verbal y elocuente del Maestro, y que una vez que ésta había sido realizada el Señor Jesucristo debe despedirles para que fuesen a saciar su hambre material a otros lugares. Jesús no entendía que esto era así, sino que dirigiéndose a sus discípulos les dijo: “¡Dadles vosotros de comer!”. 

Hoy la Iglesia mística, sofisticada y alejada de los principios básicos y entrañables del Evangelio, ha convertido en simbolismo y metáforas hechos como los que acabamos de comentar; es decir, ha convertido el Evangelio en una abstracción, dicotomizándolo de su realidad y dimensión social y pensando que no es misión de los creyentes la preocupación de las necesidades reales de los hombres que sufren de miseria y marginación cada día. Así en muchas portadas de revistas evangélicas, que son órganos de expresión ideológica de tantas oras Iglesias y denominaciones, podemos ver, ilustrada, la figura de una mano con un pan ofreciéndolo a una multitud hambrienta, con la siguiente interpretación alegórica: la mano es “la Iglesia”, y “el pan” es la Palabra de Dios para que la multitud, que “es el mundo”, sacie su hambre. Si bien es cierto que el Señor Jesús dijo: “NO solo de PAN vivirá el hombre”, no es menos cierto que en esta misma afirmación el Señor está reconociendo que también “el pan material” es necesario para vivir. No se puede espiritualizar el antes referido pasaje de Marcos sin caer en la demagogia y en algo muchísimo más serio: en la adulteración exegética de la misma Palabra de Dios. Producir tal conversión mística es convertir al Evangelio en metáfora, es decir, proceder a una “espiritualización” deshumanizada del mismo. No tenemos autoridad para espiritualizar estas cosas, y la ética cristiana debiera de obligarnos a ser consecuentes con una ortodoxia auténtica y fidedigna a los principios evangélicos y no a aquella otra “que ha sido implantada en nuestra Iglesias por los que siempre han practicado el imperialismo a nivel de las conciencias”.

En el pasaje de Marcos que tenemos como fondo de esas disquisiciones hay algo de gran importancia, y es lo siguiente: los bienes materiales que Cristo les ofrece no suponen, en ningún momento, una coacción a la conciencia de los hambrientos para que se conviertan a una doctrina concreta: en este caso, para que se conviertan al Evangelio; y no puedo menos  de hacerme a mi mismo esta reflexión: si alguien tenía conciencia de que la revelación bíblica era la verdadera, éste era sin duda el mismo Jesucristo. La Palaba de Dios dice que nosotros (los cristianos) estamos en este mundo “para hacer bien A TODOS, aunque mayormente a los de la familia de Dios”; no vamos a olvidar, a la hora de las necesidades, a nuestra propia familia, a nuestra propia comunidad, pero tenemos QUE IR MÁS ALÁ con nuestro mensaje y con nuestro servicio. Hay que ir más allá para trascender nuestra propia comunidad y profundizar el mundo con nuestros principios. El mundo tiene hambre, y no precisamente de oír discursos, sino de ver y recibir realidades concretas; sin embargo, la predicación evangélica, la expresión verbal y pública de la revelación de Dios sigue siendo nuestra tarea fundamental; pero sólo tendrá credibilidad cuando sea respaldada por unas vidas que respondan con hechos aquello que expresamos públicamente como constituyendo los contenidos de nuestra fe.

Por oro lado existe la filosofía materialista del Evangelio, donde también se abstrae el contenido y la dimensión del mismo, y se ubica su mensaje en una parcela de tipo materialista. Esta manera de interpretar el Evangelio del Reino de Dios tampoco está conforme con la forma y el fondo de dicho Evangelio. La dimensión auténtica de la predicación evangélica habría que contemplarla a la luz de lo que expresaron aquellos que en la mañana de la resurrección iban dialogando entre sí por el camino de Emaús acerca de todos los acontecimientos que tuvieron que ver con la vida, enseñanza y muerte de Jesús; y también de las palabras que escribió y con las que se encabeza el libro de los Hechos por el médico Lucas, para definir la realidad del ministerio cristiano. Lucas dice en Hechos 1:1 lo siguiente: “En el primer tratado, ¡oh Teófilo!, te escribí acerca de todas las cosas que Jesús comenzó a HACER y a ENSEÑAR”. Eso es el Evangelio. Con dos palabras Lucas define toda la vida y el ministerio de Jesucristo: HACER Y ENSEÑAR. Queda bien claro que la autoridad de la palabra pública y privada de Jesucristo estaba respaldad y validada por una vida consecuente: es decir, por HECHOS. La vida de Jesucristo y su mensaje sigue siendo el ejemplo supremo, porque EL es “el Autor y consumador de la fe”. Obrar y predicar la Palabra, ésa es la cuestión definitiva.”.

(Ref. Revista: “Restauración” * 1981)

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