LA VERDAD Y CRISTO

Juan Bta. García Serna

Recopilo un artículo publicado en la revista “El Eco”. Julio año 1989. Ponencia pronunciada, por don José Borrás (ex sacerdote) ante los catedráticos y alumnos del Departamento de Humanidades Modernas de la Universidad Autónoma, presidida por S.M. Dña. Sofía.

“Majestad, amigos todos:

El primer teólogo cristiano que intentó una exposición sistemática del concepto de la verdad fue San Agustín. Su objetivo inmediato fue refutar el escepticismo. Si la mente del hombre, decía, no es capaz de comprender la verdad, y especialmente, si el hombre no es capaz de comprender la verdad acerca de Dios, entonces la moralidad y la teología son imposibles. Agustín distinguió cuatro sentidos en el término verdad: Primero: verdad en la afirmación de lo que es; o, como diría más tarde Tomás de Aquino, transcribiendo la doctrina de Aristóteles: “Verdad es la coincidencia entre lo que se piensa y la realidad”.  Por ej. dos y dos son cuatro. Segundo: toda realidad puede considerarse como una afirmación de sí misma. Es real cuando merece el nombre que reclama. En este sentido la belleza y la sabiduría son verdaderas. Tercero: en el reino de los objetos sensibles, tales como las plantas y animales, existe un reflejo, pero sólo un reflejo, de las realidades primarias del punto anteriormente señalado. Estrictamente hablando, un árbol visible no es un verdadero árbol; pero como el reflejo es real, incluso los objetos sensibles tienen un grado de verdad. Cuarto: la Palabra de Dios, Jesucristo, es la Verdad (con mayúsculas), porque Él expresa al Padre.

Es en este cuarto aspecto en el que yo voy a concentrar mis pensamientos. Sin duda alguna, Agustín estaba pensando en la hermosa definición que el propio Jesucristo hace de sí mismo, y que nos recuerda San Juan en su Evangelio, Cap. 14:6 al afirmar: “Yo soy el camino, la Verdad y la Vida. Nadie viene al Padre, sino por mí”. Frase que un famoso comentarista bíblico traduce: “Yo soy el camino vivo y verdadero” y que sería, según los eruditos, una correcta traducción de un hebraísmo en el que cuando van tres sustantivos, los dos últimos hacen la función de adjetivos calificando al primero. De todos modos, la frase conocida y que se halla en casi todas las versiones de la Biblia es la primera: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”. ¿Qué quería Jesús decir al afirmar que Él era la Verdad? En tiempos de Jesús el término “verdad” tenía un triple trasfondo, cuyo recuerdo puede ayudarnos a comprender lo que Él quería enseñarnos y lo que sus oyentes podían comprender:  El trasfondo hebreo: Jesús era hebreo y hablaba a los judíos de su tiempo. El trasfondo griego: El Evangelio fue escrito en griego, idioma universal de entonces. El trasfondo religioso mantenido, particularmente, por los enemigos.

A. TRASFONDO HEBREO

En el Salmo 25:10 el salmista dice: “Todos los caminos del Señor son misericordia y verdad”. En el Salmo 31:5 leemos: “Tú me has redimido, oh Dios de verdad”. Y en el Salmo 86:15 se dice: “Dios es grande en misericordia y verdad”. En estos tres casos y en muchos otros la palabra que traduce Verdad es la palabra hebrea emeth y traduce verdad en el sentido de “fidelidad”, “digno de confianza”. Si tomamos este sentido, entonces significa que Jesús es la fidelidad encarnada; que podemos confiar completa y plenamente en Él. Que Él es la única persona en el mundo en quien podemos confiar, con la certeza de que nunca nos fallará, ni nos defraudará.

B. TRASFONDO GRIEGO

La palabra castellana Verdad, que en hebreo es, como hemos visto emeth, en griego es, como Su Majestad conoce bien, alétheia. Ahora bien, esa palabra tiene un doble significado: Significa “verdad” en contraste con “falsedad”; y significa también “real” y “genuino” en oposición a lo que no es real ya lo que sólo “una apariencia”. Si tomamos la palabra verdad en una combinación de estos dos significados, viene a decir que en Jesús nos encontramos frente a frente con la Verdad y con la Realidad. Quiere decir que en Él se acaban las incertidumbres, las dudas, el tener que ir adivinado, para estar frente a la Verdad con mayúscula. Al mismo tiempo, abandonamos las imitaciones para encontrarnos con la Realidad.

En la concepción de Juan sobre la verdad se conserva el concepto griego de alétheia como realidad desvelada del ser, y el concepto hebreo de emet como firme seguridad, y ambos son combinados para formar una nueva e inseparable unidad. Y el carácter inconfundible de esta peculiar concepción de la verdad está en que Juan no sólo relaciona, como hiciera Pablo, el concepto de verdad con Cristo, sino que lo identifica con Él. La mejor iniciación a la concepción que Juan tiene de la verdad la encontramos en el prólogo de su evangelio (Jn.1:14-18). El vers. 14 nos habla de la encarnación del logos en el unigénito Hijo de Dios. A este Hijo hecho hombre le pertenece el señorío, que el v. 17 trascribe como “gracia y verdad”; es decir, “el amor y la verdad se hicieron realidad en Jesucristo”.

Verdad no significa aquí, como para los griegos, lo es siempre en sí y para sí, sino el descubrimiento de la realidad divina mediante un acontecimiento de la realidad divina mediante un acontecimiento histórico. Este acontecimiento queda transcrito en el nombre Jesucristo, que sintetiza la persona y la historia del Hijo de Dios hecho hombre.

La verdad tiene, pues, en el concepto de Juan, un carácter personal, histórico y de acontecimiento: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn.14:6, ref.4:24-26) Se puede hablar de un concepto de verdad eminentemente cristológico. La verdad que Jesús anuncia y encarna no procede de Él mismo, sino que nos remite a su origen en Dios (8:40). En el diálogo con Pilato se presenta Jesús como testigo de la verdad divina: “para eso nací yo y vine al mundo; todo el que está por la verdad escucha” (18:37) En realidad se quiere decir que la verdad divina sólo es accesible mediante el testimonio de Jesús. La verdad que se encierra en Jesús significa la auto manifestación de la realidad divina, es decir, tiene calidad de revelación.

El Dios invisible se ha manifestado en Jesús (1:18) En Él está presente la verdad divina. Él es el lugar histórico de la verdad. Con ello se toma el camino opuesto al concepto platónico de verdad: mientras en el concepto platónico la verdad, parte de la realidad concreta, se volatiliza en el mundo de las ideas invisibles, la verdad entendida como velación en Jesús baja del reino de la divinidad invisible a la concreción de la vida inmanente e histórica. Ello significa que la encarnación, y por tanto la humanidad de Cristo, es la decisiva revelación de Dios.

La pregunta de Pilato “¿Qué es la verdad?” (18:38) representa la concepción griega de la verdad, dirigida al conocimiento de objetos. En la confrontación con Jesús, Pilato entiende la verdad como un “qué” objetivo y “no cae en la cuenta de que está ante la verdad en persona” (Schlier) Como revelador de la verdad divina en una situación histórica, Jesús es la Palabra hecha carne (1:14) Ello se puede entender, en primer lugar, en el sentido de que Jesús, en su predicación dice la verdad, cuanto ´El nos diga será cierto.

Lo que Él diga acerca de sí mismo es verdad: Él afirma que el Padre y Él son una misma cosa. Nos dice que Él es la Puerta y en que por Él entrare será salvo. Él nos dice que nadie viene al Padre sino es a través de Él. Todo esto tiene que ser verdad. Lo que Jesús diga acerca de nosotros es verdad: Y Él nos dice que somos pecadores y que estamos espiritualmente perdidos, si no nos arrepentimos de nuestros pecados. Pero, a la vez nos dice, que Dios nos amó de tal manera que ha enviado a su Hijo amado para que todo aquel que en Él crea no se pierda, más tenga vida eterna. Lo que Jesús nos diga acerca de Dios es verdad: Y Él nos dice que Dios es un Padre de amor que está esperando con los brazos abiertos para que acudamos a Él. Por lo tanto, es verdad que nosotros somos sus hijos, si nacemos de nuevo por medio de la fe (Jn.1:12) Lo que Jesús promete se cumplirá, puesto que siendo Él la Verdad, no puede mentir. Y Él nos ha dicho que “estará con nosotros siempre” y que si creemos en Él tendremos vida eterna.

C. TRASFONDO ESÉNICO

En el cuarto Evangelio la Verdad no es simplemente algo intelectual. Sino que es también algo moral. No es algo que simplemente tiene que ser “conocido”, sino que es algo que también tiene que ser “hecho”. Por eso el evangelista Juan habla de “practicas la verdad”: “El que practica la verdad tiene a la luz, para que sea manifiesto que sus obras son hechas en Dios” (3:21) Y en su primera Carta (1:6) afirma: “Si decimos que tenemos comunión con Él y andamos en tinieblas, mentimos y no practicamos la verdad”. La idea de verdad como algo que tiene que “ser hecho o practicado” es una característica del pensamiento de la continuidad esenia del Qumrán, tal como encontramos en los Rollos del Mar Muerto. En el Manual de Disciplina hemos: “Es sólo a través de la recepción espiritual de la verdad de Dios el que los caminos del hombre pueden ser adecuadamente dirigidos”. Es decir, que la verdad es algo que ayuda a dirigir los caminos del hombre.

Según la doctrina de los esenios, tal como están las cosas existe un gran conflicto en el mundo, y en el hombre, entre el Espíritu de Luz y el Espíritu de Obscuridad, entre la verdad y la mentira. Al final triunfará el Espíritu de Luz, es decir, la Verdad, y Dios purificará todos los actos del hombre en el crisol de su verdad. La verdad divina, manifiesta en Jesús, se opone al poder de la mentira. En Jn.8:44 la mentira es referida al demonio, que es un asesino y nunca ha estado con la verdad. Aquí presenta Juan la antítesis dualista de los textos del Qumrán. Verdad y mentira aparecen como dos poderes que dominan todo el campo del ser. Verdad, luz y vida están de un lado, mentira, tinieblas y muerte, de otro. Pero no actúan como potencias anónimas determinadoras del destino, sino como ritmos ligados a personas que nos llaman a una decisión. Así como Jesús representa la verdad, el demonio (Satán) representa, figurativamente hablando, la mentira.

Pero, a diferencia de Qumrán, esta antítesis no es en Juan estática y eterna, sino histórica. Sólo con la aparición de Jesús se presenta también el poder de la mentira en toda su maldad, como oposición a la verdad de Dios. En su encuentro con Jesús, los judíos adoptan una actitud de rechazo que desenmascara su devoción por la ley y la manifiesta como cautiverio en poder del pecado (8:30-36) Por el contrario, a los seguidores de Jesús se les promete una verdadera libertad, que consiste en renunciar al egoísmo y seguir el camino de Jesús como definitiva realidad: “Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres” (8:31, 32) Resulta fácil ver lo lejos que está esta clase de verdad de la verdad intelectual. En este aspecto, la verdad es lo que capacita al hombre para que viva una vida correcta. En esta línea de pensamiento, la verdad y la bondad son una misma cosa. Decir que Cristo es la Verdad es decir que Él es la bondad encarnada, el modelo perfecto de vida que el hombre debiera vivir. Por tanto, decir que Jesús es la Verdad, es decir, al mismo tiempo, que Jesús es la encarnación de la Fidelidad, es la revelación de la realidad de Dios, y es el modelo de la bondad para el hombre.

CONCLUSIÓN

Para concluir esta breve exposición sobre Cristo y la Verdad, me gustaría hacerlo con las palabras de Erasmo de Rotterdam, basadas en la afirmación de Jesús cuando dijo: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida, que es lema de la Universalidad de Glasgow: Vía, Veritas, Vita. “Señor Jesucristo, que eres el Camino, la Verdad y la Vida, no permitas que nos apartemos de Ti, que eres el camino, ni que desconfiemos de Ti, que eres la Verdad; ni que busquemos descansos en nadie que no seas Tú, que eres la Vida. Enséñanos, por medio de tu Santo Espíritu, cómo debemos andar, qué es lo que debemos creer, y en quién hemos de descansar”.

 

 

 

 

 

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