DEPRESIONES ANTIGUAS Y MODERNAS
Juan Bta. García Serna
Un artículo que me ha parecido interesante como punto de
reflexión; y del cual sólo rescato una parte del mismo, pero que el lector, de
mostrar interés, añadiría la segunda parte, que no deja de ser de interés, para un análisis reflexivo.
Carlos de la Vega
LAS DEPRESIONES
“La Biblia no menciona ni una sola vez la palabra
“depresión”. Ni la registra, ni la define, ni da normas para su curación. En
cambio, por las páginas de la Biblia desfilan hombres, todos ellos
profundamente creyentes en los que, junto a etapas de un equilibrio psíquico y
emocional admirables, se advierten periodos de intensa depresión. Entre estos
hombres destacan Moisés, Elías, Job, Jeremías, Jonás y Pedro. Si se acepta la
definición patológica de la depresión como “síndrome caracterizado por la
una tristeza profunda”, podemos decir que también Cristo la padeció en el
huerto de Getsemaní, si bien fue una depresión única y pasajera.
Nosotros, los cristianos no estamos inmunizados contra las
depresiones. Si un especialista en este tipo de enfermedades se dedicará a
recorrer nuestras congregaciones locales con propósitos de investigación,
podría confeccionar una lista que tal vez nos sorprendería a nosotros mismos; y
ello es natural. Las vivencias traumatizantes, que no podemos alejar de
nosotros, porque formamos parte de una sociedad desencajada, influyen a niel
cerebral y afectivo, originando ansiedades depresivas que, en muchos casos, son
un obstáculo a la armonía congregacional.
Elías es, posiblemente, el personaje más destacado de cuantos
figuran en la Biblia para un estudio sobre la depresión en el cristiano.
Especialmente el Elías que aparece en los capítulos 18 y 19 del primer libro de
Reyes, cuya atenta lectura recomendamos al lector de este artículo.
Refiriéndonos a sus conflictos internos, Santiago dice que Elías era “hombre
sujeto a pasiones semejantes a las nuestras” (Stg.5:17). En estas pasiones
entra también la depresión. Las experiencias agónicas del profeta pueden sernos
de ayuda en nuestra diaria lucha contra las enfermedades depresivas.
SÍNTOMAS DEPRESIVOS
La Psiquiatría moderna asegura que las depresiones son más
frecuentes en el individuo después de un gran fracaso o tras la exaltación de
un gran éxito. Esto se confirma al analizar la tabla de suicidios en cualquiera
de los países industrializados. Las depresiones que conducen a la auto
aniquilación ocurren mayormente ante fracasos de tipo sentimental, económico,
profesional o social o después de un resonado éxito artístico o económico, como
profesionales del cine, el teatro, la canción, el deporte.
Elías encaja perfectamente en el segundo caso. Los capítulos
17 y 18 del primer libro de Reyes sólo nos hablan de éxitos a favor del
profeta: Resucita al hijo de una viuda en Sarepta de Sidón; se presenta ante el
rey Acab, que andaba buscándolo para matarle: desafía a 450 profetas de Baal y
en la cumbre del monte Carmelo les demuestra la superioridad de su fe
religiosa; ora pidiendo al cielo que llueva y Dios responde a su petición;
corre ante la carroza que transportaba al rey Acab y llega a Jezreel antes que
el rey.
Inmediatamente después de estos éxitos le sobreviene un
desplome brutal. El gigante de la fe se transforma en un ser mediocre. El amigo
de Dios se desmaya hasta el polvo. ¿Puede un cristiano, hoy, caer de las
alturas de la comunicación con Dios hasta la negación y la miseria espiritual?
Contestaré diciendo que a Elías le ocurrió precisamente esto, El profeta perdió
su sentido de la trascendencia y la depresión llegó a dominarle por entero.
El motivo es lo que menos. En el saso de Elías fue la amenaza
proferida por la reina Jezabel, quien juró en nombre de sus dioses acabar con
la vida del profeta. Si es cierto que no hay enfermedades, sino enfermos, la
amenaza de una mujer no tendría que haber pesado tanto en el ánimo del profeta
como para huir con la muerte en el corazón. Menos aún si tenemos en cuenta que
Elías tenía a Dios de su parte.
Hoy, también, los motivos de las depresiones que aquejan a
los cristianos son más teóricos que reales. La amenaza es intención de hacer
daño, no es daño en sí misma; el peligro es la contingencia inminente de que
suceda algún mal, pero no es el mal en operación. Por lo tanto, ni las amenazas
ni los peligros que resultan del medio social en el que nos desenvolvemos deben
ser causas de depresión para el cristianismo. Porque, por otro lado; tenemos la
promesa bíblica y la seguridad que ésta produce: “Dios es nuestro amparo y
fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Por tanto, no
temeremos, aunque la tierra sea removida, y se traspasen los montes al corazón
del mar” (Salmo 46:1-2)
El fenómeno depresivo de Elías tiene una estructura que empieza por un sentimiento de fracaso, de frustración. Su enfrentamiento con el rey Acab y la muerte de los profetas de Baal suponían, para él, el comienzo de un avivamiento religioso que podría llegar a sacudir a todo Israel. En este ambiente prometedor surge la amenaza de la reina Jezabel: “Así me hagan los dioses y así me añadan, si mañana a estas horas yo no he puesto tu persona como la de uno de ellos” (1ª Reyes 19:2). No tendría que ser así. Un creyente no puede sentir la depresión del fracaso. Primero, porque ni su vida ni su trabajo dependen de él, sino de Dios. Segundo, porque lo que él estima fracaso puede ser parte de un plan divino que ignora Y tercero, porque aun siendo fracasos reales, Dios puede convertirlos en los más resonantes éxitos. Cuando permitimos que las amenazas hagan huellas en nuestro ánimo, la depresión inicial llega a convertirse en un temor paralizante. Esto fue lo que le ocurrió a Elías: “Viendo, pues, el peligro, se levantó y se fue para salvar su vida” (19:3)
De colaborador de Dios, Elías pasa a ser víctima de su propio miedo. Poco antes había desafiado a 450 profetas, exponiendo públicamente su vida, y ahora huye cobardemente para salvarla. La conciencia del hombre está formada por estas tremendas contradicciones. Partiendo del monte Carmelo en dirección sur, Elías anduvo de día y de noche, durmiendo unas veces en cavernas que encontraba junto a los caminos y otras al pie de algún árbol solitario. En Beerseba, limite meridional de Palestina, donde había un viejo santuario (Génesis 46:1-5), dejó a su criado y se adentró sólo por las inmensidades del desierto, teniendo como meta el monte Sinaí, también llamado Oreb. Caminó todo el día bajo un sol que abrasaba. Llegada la noche se refugió debajo de un enebro, arbusto característico del desierto del Negueb.
Aquí, su depresión se agudiza, entrando en una fase peligrosa. La vida le pesa, la aborrece, desea la muerte: “Deseando morirse, dijo: Basta ya, oh Jehová, quítame la Vida, pues no soy yo mejor que mis padres” (19:4) Las contradicciones se acumulan. Huye de Jezabel para salvar su vida y ahora pide a gritos sordos la muerte. Digamos, en descargo de Elías, que no fue el único profeta al borde de la desesperación. Antes que él Job abominó de su vida (Job 7:16), de la qu8e se sentía hastiado (Job 10:1). Después de él, Jeremías maldijo el día de su nacimiento, deseando haber muerto en el vientre de la madre (Jeremías 20:14-18). Y Jonás “Deseaba la muerte, diciendo: Mejor sería para mí la muerte que la vida” (Jonás 4:8)
No resulta fácil explicar este estado interno del cansancio
de la vida en una persona que ha sido iluminada por a fe en Dios. Es posible
que el Espíritu Santo nos haya dejado las radiografías íntimas de hombres como
Elías, Job, Jeremías y Jonás para que no desesperemos en nuestras horas bajas.
El ser humano, con su trazo de misterio, de enigma y de absurdo es
tremendamente complejo. Y en su complejidad pasa de los estados eufóricos a las
depresiones más degradantes.
Un psicoanalista o un psiquiatra explicarían el momento vital
de Elías como el más adecuado para la depresión: Había realizado un extraordinario
esfuerzo físico, mental y emocional. Había puesto a prueba su fe ante un rey
que le buscaba para matarle y ante 450 profetas de un culto extraño. Había
caminado hasta el agotamiento bajo un sol de horno. Estaba hambriento,
sediento, falto de sueño, rendido de cansancio. Sobre él pesaba una amenaza de
muerte dictada por una mujer poderosa y sin escrúpulos. Todo esto producía en
él disminución de energías, apatía, pérdida de interés por la vida, deseos de
muerte.
Eran los problemas de Elías. Los problemas causados por el
mundo en que se desenvolvía. Sus problemas provocados por la llamada sociedad
de consumo, son distintos en la forma, pero no menos nocivos en su desencadenamiento.
La agitación de la vida moderna alcanza también a los cristianos. Nuestros
encierros dominicales en los templos para almacenar combustible espiritual, no
nos libra de las luchas que de los lunes a sábado hemos de sostener en el
hogar, en el trabajo, en la calle, en el mundo desquiciado que nos rodea, En medio
de tanto cansancio, de tanto desamor, de tanta desesperanza, el cristiano no
puede quedarse dormido bajo los enebros del camino. Como decía Piper, de esta
desesperanza del mundo han de brotar gritos de esperanza hacia el infinito de
Dios”.
(Ref. Revista: “Restauración” * 1980)
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