ARREPENTIRSE ES CAMBIAR

José Manuel GONZALEZ - CAMPA

(Dr. en Psiquiatría)

“Hay un texto en el libro de los Hechos acerca del mensaje de la salvación, que dice lo siguiente: “Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio”.

 En medios cristianos se sabe perfectamente, o debería saberse el sentido de las palabras “arrepentirse” y “convertirse”; la palabra “arrepentirse” significa cambiar la manera de pensar y cambiar la opinión. Ahora bien, cuando nos arrepentimos, ¿en qué sentido lo hacemos? ¿En qué sentido entendemos este cambio? Porque cuando nosotros convertimos el Evangelio en una abstracción neumática, estamos entendiendo que el cambio la manera de pensar, que el arrepentimiento, está circunscrito exclusivamente a la esfera de lo neumático, de lo noético o de los religioso, y en consecuencia afirmamos que tenemos que cambiar la manera de pensar (si somos cristianos evangélicos) acerca de las vírgenes, acerca de los santos, acerca de la confesión auricular y acerca de no sé cuantas más que constituyen oros tantos dogmas del catolicismo común o presupuestos teosóficos de cualquier otra religión; pero cambiar la manera de pensar y cambiar de opinión tienen un alcance que trasciende estos aspectos, tiene un alcance que abarca e incluye toda la dimensión de la vida de una persona y de la vida de una iglesia. Una persona convertida o una iglesia cristiana que sigue pensando con los mismos presupuestos que subyacen a los humanos, es decir, que sigue pensando como el mundo piensa, no está realizando su vocación trascedente en este mundo.

Tenemos que cambiar la manera de pensar y el enfoque de muchas cosas, tantas cosas como el conjunto de aquellas que afectan a la vida misma; el cambio de la manera de pensar o el cambio de opinión que debe verificarse en la esfera de nuestro pensamiento como consecuencia de la metanoia, del arrepentimiento, no pueden restringirse a la esfera meramente espiritual, por muy importante que ésta sea, sino que tiene que extenderse a la esfera de los problemas sociales, de los problemas económicos y de los problemas políticos.

Nosotros solemos decir que este tipo de problemas no nos conciernen, que no son nuestros y que caen fuera del ámbito de nuestra vocación. Pero, ¿Cómo no van a ser nuestros, si vivimos inversos cada día en ellos? ¿Dónde trabajamos? ¿Quién nos gobierna? ¿Quién nos dirige? ¿Quién decide dónde van nuestros hijos, qué tipo de cultura se les va a impartir y de qué libertad de conciencia dispone? Si esto es así, ¡cómo no van a ser problemas nuestros! Lo que ocurre es que intentamos dicotomizar los problemas para “no crearnos problemas”. Todo esto supone que no tengamos que integrarnos en esta o aquella institución o que estar afiliados a éste o al otro partido político, sino que el Evangelio tiene una COSMOVISIÓN, que la SALVACIÓN implica esa cosmovisión, que nosotros vivimos en un mundo y que tenemos que ser consecuentes.

Por ejemplo, cuando vamos a depositar nuestro voto para decidir algo en nuestro país, hay que pensarlo, pero hay que pensarlo a la luz de la Revelación bíblica y no de nuestras tradiciones o de nuestros prejuicios. No sé si todo el mundo lo sabe, pero todos los humanos se pueden reducir a dos: los de derechas y los de izquierdas. Ninguno de ellos se adapta perfecta o exactamente a lo que dice la Palabra de Dios. En muchas ocasiones nos ofuscamos porque pensamos que un humanismo determinado que parece tener en la cúspide de su sistema ideológico a Dios, es el que tenemos que apoyar a la hora de aportar nuestro granito de arena a las decisiones colectivas de nuestro país.

Y que por el contrario otros humanismos que descartan a Dios como posibilidad de mística u operante en la vida, es el que tenemos que rechazar de una manera clara. Naturalmente que pueden darse las circunstancias de que el humanismo que parece mantener a Dios en la punta de su pirámide política, entienda a este Dios como un Dios opresivo, represivo, demandante de sacrificios humanos, que respaldó aquellos que quemaron a hombres y mujeres en las hogueras de la Inquisición o de los que bendecían cañones para destruir a pobres e indefensos seres humanos. Pero parece que todo esto no nos importa demasiado a la hora de decidir nuestro voto: por el contrario, sistemas políticos que incluso en algún momento de la Historia han tenido en sus declaraciones programáticas principios ateos o agnósticos, pero que en el contenido de su filosofía mantienen principios que se acercan muchísimo a los principios bíblicos y sobre todo al Nuevo Testamento, estimamos que deben ser marginados de nuestra colaboración y apoyo.

Los primeros tienen “un Dios” a su imagen y semejanza, tienen el Dios que les conviene, el Dios que oprime, que encarcela, que arrasa, que forma pelotones de ejecución que violenta la conciencia de los hombres, que persigue a los cristianos, que no se preocupa de las diferencias sociales sino que las fomenta, que establece los privilegios de los más ricos y fuertes y humilla a los  más pobres y desvalidos, para los que considera que Cristo no vino a traer una LIBERACIÓN; mientras que tantas veces humanismos que no tienen en su cabeza “un Dios” ni en sus programas, se acercan al mensaje de la Iglesia de los primeros tiempos. Todo esto hay que tenerlo muy en cuenta, porque si no vamos a seguir dando un testimonio nefasto en medio del mundo donde Dios nos ha colocado. Con estas aseveraciones no estoy defendiendo a nadie, porque la postura del creyente debe estar por encima de cualquier partidismo ideológico, pero hay que saber o tomar conciencia de lo que estamos haciendo, de lo que estamos defendiendo, de lo que estamos alimentando y por dónde tendríamos que caminar. Esto nos enlaza con el problema que tenemos al final del texto antes aludido del libro de los Hechos: “Arrepentíos y convertíos”; convertirse es “volver a” , y pienso que el sentido más profundo de “volver a”, incluso “volver a considerar”, es un sentido de algo que había antes de la entrada del pecado en este mundo; es decir, “volver a” la esencia del pensamiento de Dios, volver a la esencia de los deseos de Dios, para que sean borrados, eliminados, blanqueados nuestros pecados y “para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio”; la palabra “presencia” es muy interesante y significa rostro, faz, cara, frente, figura, persona y hombre. ¿Qué es lo que va a venir de la presencia del Señor? Todos sabemos esta verdad: El Señor Jesucristo va a establecer EL NUVO HOMBRE, el hombre nuevo para establecer UN MUNDO NUEVO, sobre la base de su muerte y de su resurrección, pero de acuerdo con la Historia de la Salvación y con el plan de Dios para los hombres.

El hombre nuevo es lo que se va a devenir en el fututo, y en ese hombre nuevo estamos integrados porque el tal no es tanto UN INDIVIDUO como es UNA PERSONA COLECTIVA, el reino de Dios. Sobre esa base se va a establecer el Reino de Dios en este mundo. Ese “hombre nuevo” también lo anhelan otros humanos, pero su devenir ocurriría por vía y procesos diferentes a los contenidos en la revelación cristiana; no obstante, tenemos que tener en cuenta, de alguna manera cómo la Palabra de Dios ha influido en la mente de los hombres para elaborar este concepto, aunque los hombres quieran establecer el “nuevo hombre” por su propia cuenta y en el marco de un sistema, realmente abocado al fracaso, bajo el punto de vista bíblico”.

 

(Ref. Revista: “Restauración” * 1981)

 

 

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