LIMITES DE LA EVOLUCIÓN

Juan Bta. García Serna

Recopilo un artículo, que resumo, escrito por el Dr. Samuel Vila, y que fue publicado en la revista: “El Eco” * 1980. Y aunque han transcurrido varios años de esta publicación, todavía es un tema en debate, y que muchos siguen pensando que la evolución  es una  realidad, aunque, enfáticamente es una  teoría sin un fundamento empírico, comprobado.

“Algunas personas han pensado que podrían suprimir la idea de Dios atribuyendo la formación de todas las cosas a la hipótesis de una evolución de los elementos y de los seres vivos.

Debemos decir que la hipótesis evolucionista no es atea en sí, como lo declara repetidamente su iniciador. Las palabras con que Carlos Darwin termina su obra más voluminosa. “El origen de las especies”, son un canto de alabanza al Autor del Universo y de la vida, a quien el notable científico pretende ver sirviéndose de la evolución para formar con la menor intervención creativa posible, la gran variedad de seres que pueblan nuestro planeta, y posiblemente el Universo.

En realidad, el supremo argumento de la Causa Primera no queda afectado en lo más mínimo, sea que consideremos las obras de la Naturaleza como un conjunto de grandes intervenciones del poder creativo en seis épocas determinadas, o como una lenta y continuada intervención del Creador y organizador del Universo a través de edades larguísimas por medio de la selección natural.  De ningún modo es posible el maravilloso orden y designio que se observa en las obras de la Naturaleza a una simple evolución casual, negando, o poniendo en duda, la existencia de un poder inteligente creador y ordenador supremo de la Naturaleza.

La misma palabra “evolución” indica mejoramiento de lo que ya existe. La evolución no es posible sin una organización esencial en los orígenes de la planta o del ser animal, y por lo tanto sin un poder independiente y anterior ala evolución misma. Este mismo Poder o causa eficiente de las cosas, se hace indispensable cada eslabón principal de la gran cadena que imagina el evolucionista. En efecto.

¿Podía la materia inerte sentir alguna vez el deseo de convertirse en materia orgánica, y cómo logró conseguirlo por sí misma? ¿Cómo pudo la planta concebir alguna vez por si misma el propósito de convertirse en un ser animal y con que clase de esfuerzo lo obtendría? ¿Podría el rudimento animal, sentir deseo de ver, de oír, de pensar, cuando ignoraban que existían tales fenómenos y nadie (si no había Dios) podía sugerirle sus ventajas? ¿O es que podrían producirse tan maravillosos y útiles resultados por mero choque de elementos y fuerzas ininteligentes de la Naturaleza?

Casi es irracional formular tales preguntas, pero nos vemos obligados a ello por una cosa más absurda todavía, y es el materialismo, el ateísmo, que muchos hombres aceptan apresuradamente sin imaginarse que sea tan absurdo; porque no se han detenido a pensar, antes, al contrario, pretender cubrir el absurdo con una capa de pintura científica por medio de la teoría de la evolución.

¡No, no lo admitimos! Que los órganos del animal ideado por el Supremo Creador hayan venido modificándose dentro de ciertos límites, adaptándose a sus necesidades o circunstancias de clima o de alimentos, podemos considerarlo como una disposición sabía del propio Artífice de la naturaleza. Pero que el animal se haya formado, inventado y creado por sí mismo, en mil o en cien mil generaciones, un solo órgano el más simple de los órganos de que disfrutamos los seres vivos, esto lo negamos rotundamente, no por apego a ningún dogma religioso, sino en nombre de la verdad, de la razón y de la inteligencia, que no pude concebir un tal absurdo.

Sobre todo indigna a cualquier hombre pensador ver cómo se engaña a los adolescentes haciéndoles creer que la ciencia ha descubierto coas que realmente ignora, y que no están más que en el cerebro de atrevidos autores, partidarios de una teología no probada en todos sus extremos, por la simple razón de que tales profesores por sus procedimientos fraudulentos y sus notorias exageraciones parecen más empeñados en negar la existencia de Dios o en ganar fama en los medios científicos, que en descubrir los auténticos secretos de la Naturaleza

Hay innumerables misterios en la naturaleza que la ciencia no ha descubierto aún. Por ejemplo: ¿Cómo y de dónde procede la vida vegetal y animal que se ha desarrollado en este mundo? Nadie lo sabe y quizá no los sabremos jamás, si el Autor de todo no nos lo revela. ¿Cómo o por qué razón las células vivas han llegado a asociarse para dar lugar a la formación de organismos mecánicos, como son el ojo, el oído, los pulmones, el corazón y todas las demás maquinarias que constituye un ser vivo?

Aún, cuando los científicos llegaran a producir vida artificial en el laboratorio, no se podría decir que han llegado a descubrir el secreto del Universo, y que por lo tanto pueden prescindir de Dios. Quedará siempre el misterio, el secreto de su maravillosa organización.

Nosotros admiramos y respetamos la Ciencia; pero la Ciencia auténtica, la que se limita a declararlo que ha descubierto, pero que se abstiene a ir más allá de lo probado, y nadie ha podido probar, la inexistencia de Dios. Antes, al contrario, a medida que avanza la Ciencia en sus descubrimientos nos muestra más y más evidencias de un propósito sabio desde el principio de la creación de la materia. En otras palabras, nos induce a creer más y más firmemente en aquel Dios invisible pero sapientísimo y poderoso, que vino a revelarnos Jesucristo bajo el nombre de Padre Celestial”.

 

 

 

 

 

 

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