EL HOMBRE ESPIRITUAL

Juan Bta. García Serna

Por A.W. TOZER (traducción de Jaime Stunt)

El artículo que sigue procede de la revista “The Alliance Witness”, de la que el autor fue editor durante los años 1960-63 y estamos seguros de que será de mucha bendición para los lectores, quienes nos agradecerán el haberlo vertido al español (Ref. “Edificación Cristiana” * 1977)

El concepto que se tiene de la espiritualidad varía según sea el grupo cristiano que lo considera. En algunos círculos, a la persona habladora que no deja de mentar asuntos religiosos, se la considera muy espiritual. En oros sectores, una manifestación ruidosa es aceptada como señal de una gran espiritualidad. Luego existen las iglesias donde aquél que ora el primero, por más tiempo y con voz más fuete, es el que lleva la fama de ser el más espiritual de oda la asamblea. Bien; es cierto que un testimonio vigoroso, oraciones frecuentes y una alabanza jubilosa, pueden hallarse presentes allí exista la verdadera espiritualidad. Lo importante escriba en no confundir la cuestión. Estas cosas de por sí, ni constituyen la espiritualidad, ni prueban siguiera la presencia de la misma. La auténtica espiritualidad se revela mediante ciertos deseos dominantes. Estos anhelos, siempre presentes y profundamente arraigados, conllevan una fuera suficiente como para motivas y controlar la misma vida. Para mayor claridad los voy a enumerar, sin que el orden signifique nada en cuanto el grado de importancia de cada uno por separado.

  1.  El anhelar antes ser santo que ser feliz. El gran anhelo en pro de la felicidad que se encuentra a menudo entre cristianos que profesan un grado superior de santidad, es de por sí señal suficiente de la ausencia de dicha santidad. El hombre realmente espiritual sabe que Dios dará abundancia de gozo cuando podamos recibirlo sin daño para nuestra alma; por tanto, no selo exige a Dios instantáneamente. Juan Wesley comentó acerca de los miembros de una de las primeras sociedades metodistas, que dudaba de que hubiesen sido hechos perfectos en amor por cuanto asistían en la iglesia para disfrutar de la religión, y no con el fin de aprender cómo ser más santos.

2. Al que quiere ver el honor de Dios ensalzado a través de su propia vida – aunque ello le suponga particularmente una temporada de deshonra y de pérdida – a éste se le puede considerar un hombre espiritual. El tal ora, “Santificado sea tu nombre” y añade en su fuero interior, “aunque me cueste lo que sea, Señor”. Mediante una especie de reflejo espiritual, su vida se desarrolla en pro del honor de Dios. Cada decisión que involucra la cuestión de la gloria de Dios, está hecha ya antes de presentarse. No hace falta que debata el asunto en su propio corazón; no queda nada por debatir. La gloria de Dios le resulta imprescindible. Su ser clama por ella, como clama por el airee el hombre que se está ahogando.

3. El hombre espiritual quiere llevar su cruz. Hay muchos cristianos que reciben la tribulación o la adversidad con un gemido y se refieren a ella como “su cruz”. Se olvidan que tanto el pecador como el santo experimentan todas estas cosas por un estilo. La cruz es esa adversidad adicional que nos viene encima como resultado demuestra obediencia a Cristo. Esta cruz no nos es impuesta; la llevamos voluntariamente y con conocimiento previo de las consecuencias. Elegimos obedecer a Cristo, y al hacerlo, elegimos al mismo tiempo llevar nuestra cruz. Esto de llevar la cruz implica una identificación con la Persona de Cristo, una sumisión al señorío de Cristo y el ser obedientes a las órdenes de Cristo. El hombre así identificado, así sumiso, así obediente, éste es un hombre espiritual.

4. También podemos decir que un hombre es espiritual cuando contempla todas las cosas desde el punto de vista de Dios. La capacidad de sopesar todas las cosas según el baremo divino y justipreciarlas tal como lo hace Dios, esto es señal de una vida llena del Espíritu. La visión de Dios no sólo contempla las cosas; las penetra también. Percibe el meollo del significado de las coxas, no solamente su apariencia externa. El cristiano carnal contempla un objeto o una situación y por cuanto su apreciación no cala hondo, él queda entusiasmado o desmoronado por aquello que ve. El hombre espiritual es capaz de penetrar con su vista la realidad de las cosas para considerarlas tal como lo hace Dios. Insiste en ver las cosas desde el punto de vista de Dios, aun cuando esto le humille o manifieste su propia ignorancia hasta causarle verdadero dolor.

5. Otro deseo que caracteriza al hombre espiritual es el de morir bien, antes que vivir mal. Una señal ciertísima del hombre de Dios es la de tener un maduro espíritu totalmente desprendido frente a la vida. El cristiano que vive ligado a la tierra, preocupado en demasía por las cosas del cuerpo, se pone nerviosísimo en su corazón ante el hecho de la muerte; mientras que en la medida que vaya viviendo en el Espíritu, se torna cada vez más indiferente en cuanto al número de años de su vida aquí abajo. Eso sí, se vuelve cada vez más cuidadoso en cuanto a la clase de vida que lleva mientras está aquí. No estará dispuesto a comprar algunos días adicionales de vida si el pecio para ello involucra componendas o fallos. Ante todo, quiere ser recto, y está muy contento de dejar a Dios decidir cuánto tiempo debe vivir. Sabe que ahora que está en Cristo, el morir es rentable; lo sabe tan seguro como sabe que no le es rentable en absoluto el hacer lo malo. Este conocimiento doble le sirve de estabilizador para equilibrar tanto su pensar cono su hacer.                                                                      

6. Otra característica del hombre espiritual es que quiere ver a otros adelantarse en vez suya. Quiere ver subir a otros cristianos, y se siente contento cuando ellos lucen mientras que él mismo queda en la sombra. En su corazón no hay envidia; si sus hermanos reciben honra, él se regocija porque así es la voluntad de Dios; y es esa voluntad la que le proporciona el cielo aquí en la tierra. Si Dios está satisfecho, él mismo encuentra su satisfacción en ese mismo hecho. Si a Dios le place elevar a uno por encima de otro, él está contento de que así sea.

7. El hombre espiritual formula sus criterios habitualmente a la luz de la eternidad y no a la luz de lo temporal. Por la fe se eleva por encima de la atracción del mundo y del fluir del tiempo. Va aprendiendo como considerarse cual uno ya salido de este mundo para juntarse con la compañía de muchos millares de ángeles, con la congregación de los primogénitos que están inscritos en los cielos. Esta clase de hombre prefiere con mucho ser útil antes de ser famoso, servir antes que ser servido. Y todo esto tiene que ser por la operación del Espíritu Santo dentro de él. Nadie puede llegar a ser espiritual en sus propias fuerzas: Solamente el Espíritu de la libertad puede hacer que un hombre sea espiritual.

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