EL CRISTIANO ANTE EL SUFRIMIENTO
Juan Bta. García Serna
Este artículo está tomado de una conferencia pronunciada por
el Dr. Pablo Martínez, es Psiquiatra. Recopilado por la revista evangélica “EL
ECO”. Año 1985.
El sufrimiento, tema cuyo análisis puede enfocarse bajo diversos puntos de vista, es a veces piedra de tropiezo para el creyente y el no creyente. En este estudio vamos a abordar algunos aspectos teológicos y sicológicos del sufrimiento. Partimos de la base de que no hay respuestas fáciles en un tema tan complejo y en cierto sentido inescrutable. Es, sin embargo, una actitud irresponsable y superficial el atribuir a Dios toda la culpa del mal que hay en el mundo. Frecuentemente oímos a la gente decir: “¿Por qué Dios permite tal o cuál cosa? ¿Qué hace Dios que parece tan lejano a nosotros?” Y a continuación toman estas cosas como una excusa para maldecir el nombre de Dios.
El responsable directo de la mayor parte del
sufrimiento en el mundo, es el hombre.
El escritor y pensador C.S. Lewis, en su libro “El problema
del dolor”, dice que aproximadamente las tres cuartas partes del sufrimiento en
el mundo son responsabilidad directa del hombre”. Intentemos contestar a las
siguientes preguntas: ¿Quién hace las guerras? ¡Quién inventó las bayonetas, las
ametralladoras, las armas nucleares? ¿Quién tiene la culpa de que cada día
mueran miles de niños por falta de alimentos? ¿Quién es el culpable de que un
hombre, conduciendo borracho, mate a diez o quince personas en la parada de un
autobús? ¿Quién lo es de tanta y tanta injusticia social? Decir que Dios es el
responsable de todo esto es, como mínimo, una frivolidad, una actitud
irresponsable: No, no es Dios.
Como alguien, no creyente, por cierto, ha dicho, si los hombres se pusieran de acuerdo, abandonaran la vía del rencor, la discusión, la pelea, la envidia y la guerra, si dialogaran y compartieran sus recursos, en el espacio de cincuenta años, o quizá menos, esta tierra podría convertirse en un vergel, sin hambre y con una perfecta canalización de los recursos naturales. La mayor parte de la problemática radica, por tanto, en el hombre. Incluso, yendo más lejos, muchos de los males que parecen imputables a Dios a primera vista, no lo son. En esa cuarta parte, que según Lewis nos queda, el hombre habría podido prevenir algunas de las calamidades que han ocurrido en el mundo, si hubiera actuado de acuerdo con los mandatos de la Creación y cumpliendo la Palabra de Dios.
Para entender esto mejor, baste el siguiente ejemplo: En el
año 1962 tuvieron lugar unas famosas inundaciones en la comarca del Vallés, en
Cataluña, con un balance de casi ochocientos muertos y desaparecidos. ¿Quién
era el culpable de esto? ¿Por qué permitió Dios estas inundaciones? La
respuesta casi instintiva e impulsiva de quienes las sufrieron es: “Dios es
cruel e injusto”. Pero si investigamos un poco a fondo, empezamos a darnos
cuenta de que las autoridades municipales habían permitido la edificación de
viviendas, por la especulación del terreno, en un lugar completamente inhóspito
para tal fin, debido a la cercanía del río. Así podríamos mencionar otros
ejemplos en que, hurgando en catástrofes aparentemente naturales, vemos que el
hombre podría haber hecho algo por evitarlas, si no hubieran privado los
intereses creados.
¿Por qué un niño, hijo de madre alcohólica, nace con el síndrome alcohólico falta? ¿Acaso Dios es culpable de la aparición de malformaciones congénitas en este niño por el abuso que la madre ha hecho del alcohol durante el embarazo? ¿Tenemos derecho, realmente de culpar a Dios por esto? Las respuestas a todos estos interrogantes son obvias. Por tanto, la conclusión a este primer punto es que el responsable directo de la mayor parte del sufrimiento en el mundo, no es Dios, sino el propio hombre. Dicho esto, es evidente que hay males incomprensibles, arbitrarios e injustos, difíciles de entender desde el punto de vista humano, como son alguna catástrofes naturales y situaciones completamente fortuitas ante las cuales empezamos a preguntar insistentemente ¿por qué?, ¿por qué? y ¿por qué?
Cuando Dios creó el mundo, todo era bueno en gran
manera.
Sin profundizar demasiado en razones teológicas de por qué existe todo esto, la propia Biblia nos ofrece unos indicios para explicarlo. En la epístola a los Romanos, capítulo 8, se nos dice que formamos parte de un sistema cósmico, de una creación que “gime a una con dolores de parto” porque está bajo los efectos del pecado. Es decir, toda la Creación, incluyendo al hombre que es la coronación de la misma, está sometida a las consecuencias naturales del pecado. En Génesis 1, capítulo en el cual se relata la Creación, se repite seis veces que lo que Dios había hecho era bueno; después de cada uno de los actos de la Creación, Dios se complace en ellos, porque eran buenos; especialmente en el versículo 32, se dice: “todo era bueno en gran manera”.
Pero con la caída del hombre entramos dentro de un periodo en
el cual, el hombre mismo, y con él toda la Creación, queda sujeta a las
consecuencias de este acto. Una de las cosas intrínsecamente buenas en ese
“todo bueno en gran manera” fue la libre voluntad de las criaturas racionales
con que Dios nos dotó. Si no nos hubiese creado con una libre voluntad no
seríamos hechos a imagen y semejanza de Dios, pero puesto que nos creó así,
teníamos la posibilidad de caer en pecado y es como consecuencia de esto que
“toda la Creación gime a una”. Así pues, en último término, la razón por la
cual existen situaciones incomprensibles de sufrimiento en la vida es que
formamos parte de un mundo caído. Pero esto, lejos de tener un valor totalmente
negativo tiene aspectos muy positivos.
El sufrimiento, un megáfono de Dios.
Es el propio C.S. Lewis quien nos habla del dolor como un mecanismo de alarma, como un timbre que nos recuerda que algo no funciona bien, nos advierte que hay algo anómalo en la Creación y en la situación del hombre. Lewis expresa este concepto diciendo que el sufrimiento les es al ser humano, lo que el dolor físico a un enfermo. Seguramente todos nos hemos preguntado alguna vez para que sirve esa cosa aparentemente tan estúpida y que tanto nos molesta como es el dolor físico. Un enfermo lo primero que hace es quejarse del dolor y esto, a primera vista negativo, es uno de los mejores sistemas para que esta persona no se nos muera en uno o dos días. El dolor físico es, junto con la fiebre, una de las mejores señales de alarma, que nos ponen sobre aviso de que allí hay algo que funciona mal.
Baste un ejemplo sacado de la Medicina: uno de los peligros más grandes de la lepra es que, por la anestesia que produce la enfermedad los leprosos no sienten ni el dolor ni los cambios de temperatura, de tal manera que muchos de ellos mueren, sencillamente, quemados, quizá en la ducha porque no se dan cuenta de la temperatura a que sale el agua, o quizá por el calor del sol, ya que son incapaces de sentir dolor. ¿Qué sería de nuestra salud si no hubiera dolor? El hombre moriría mucho más rápidamente de lo que lo hace actualmente, ya que carecería del menor sistema de alarma del organismo. De igual forma, el sufrimiento es el mejor sistema de alarma que, desde el punto de vista moral, nos recuerda que algo funciona mal en nuestra Creación, tanto individualmente como a un nivel cósmico o universal. Si no existiera sufrimiento estaríamos como un leproso anestesiado, que no siente nada, que no se da cuenta de las cosas y no ve la necesidad de recurrir a Dios. Lewis dice textualmente: “Dios nos habla con susurros en los placeres; Dios nos habla en voz alta a través de la conciencia; Dios nos grita a través del sufrimiento” Esta idea de sufrimiento como un megáfono de Dios nos muestra la imagen realmente positiva que tiene el sufrimiento.
El diablo es un gran estratega.
El sufrimiento nos muestra que hay una batalla implacable entre Dios y Satanás. En Apocalipsis, y también a lo largo de todo el Evangelio, se pone de manifiesto una lucha cósmica entre las huestes del diablo y las celestiales. En todo momento, durante toda nuestra vida, se está librando una fiera batalla entre Dios y Satanás, y que tiene lugar a dos niveles: por un lado, es una lucha universal, tal como vemos en Efesios 6:12. “Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes”.
Este versículo expresa claramente la dimensión universal de la lucha entre Dios y el diablo. Pero esta lucha tiene también lugar a un nivel personal, como nos lo expresa el propio Pablo en su carta a los Romanos 7:14-25, “el mal que no quiero hacer, esto hago, y el bien que quiero hacer, no consigo hacerlo”. Cada creyente vive sometido a esta lucha implacable y todos nosotros somos víctimas que caemos en combate en esta batalla entre el bien y el mal. ¿Por qué cuando una iglesia está floreciendo es cuando surgen los mayores problemas? Difícilmente una iglesia tibia, medio muerta o adormecida tendrá dificultades; es siempre la iglesia más viva, la que ve más crecimiento, la que más trabaja, aquella en la que surgen mayores problemas.
¿Por qué es en una familia donde todos se aman que el Maligno busca zarandearla con la enfermedad o el accidente? Sencillamente porque es la que da más testimonio en un mundo en el que la familia se está desintegrando. O ¿por qué es el líder de la iglesia, o los que más destacan, los que son desafiados por el diablo a nivel de tentación, de enfermedad, o de muerte incluso? Porque el diablo no es tonto, es una gran estratega militar y como tal no busca objetivos inocentes, sino aquellos blancos que pueden hacer más daño, golpear en lo que más duele, porque esto es eficaz de cara a su obra. Cuando un ejército asedia una ciudad, busca los centros clave: aeropuertos, televisión, radio, parlamento y demás lugares estratégicos, ¡pero nunca luchará por el zoológico o el parque de atracciones!
En toda la historia de la Iglesia, pero fundamentalmente en la iglesia primitiva, se manifiesta claramente la estrategia del diablo. Fijémonos en el ejemplo de Esteban (Hechos 6:5-7), uno de los principales líderes de la iglesia de Jerusalén, que estaba en “su edad de oro”. El diablo no podía tolerar aquella situación; si leemos detenidamente Hechos 6:8-11, 15; 8:1, veremos que Esteban le era demasiado molesto al Maligno. Había que “eliminarlo”. Satanás toma la iniciativa en aquellos que despuntan y la va a tomar hoy en España y en el mundo, no en personas adormecidas, no en cristianos carnales y secularizados que no le hace daño a él; el diablo va a escoger a los que le molestan e intentará acosarlos, de tentación o pecado, porque le molestan. C. S. Lewis en su libro: “Cartas del diablo a su sobrino”, publicado también con el título: “Cartas a un diablo novato”, nos detalla a la perfección esta estrategia utilizada por el diablo.
Un límite al poder de Satanás.
Satanás toma la iniciativa y Dios lo permite: éste es el caso
de Job, pero hay un límite en lo que Dios permite, y éste es un gran consuelo
para el creyente: “Fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que
podéis resistir” (1ªCor.10:13). En otras palabras, el diablo es algo así como
un ciudadano de otro país, que tiene pasaporte y que ha de cruzar la frontera,
pero el gendarme de esa frontera es Dios mismo, y si Dios no le permite pasar
más allá de un cierto punto, no podrá pasar. Hay una frontera para el diablo en
este mundo. Dios le permite actuar, pero Satanás tiene un límite más allá del
cual no podrá alcanzarnos o tocarnos.
El sufrimiento, en última instancia, ayuda para bien.
El sufrimiento, cuya iniciativa es de Satanás muchas veces,
Dios lo puede convertir en algo que restaura, que moldea, que purifica nuestras
vidas. Así leemos en 1ª Pedro 5:10: “Mas el Dios de toda gracia, que nos llamó
a su gloria eterna en Jesucristo, después que hayáis padecido un poco de
tiempo, él mismo os perfeccione, afirme, fortalezca y establezca”. En esta
misma epístola, que puede considerarse como la epístola del sufrimiento, dice
el capítulo 1:6-7: “En el cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco
de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos diversas pruebas, para
que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual, aunque
perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando
se manifestado Jesucristo”. Vemos en este versículo 7, el “para qué” del
sufrimiento, que no es arbitrario, no es absurdo y tiene, en último término,
una finalidad.
Dios, en su sabiduría, conoce que hay algunos aspectos de la madurez cristiana donde nosotros somos tan rebeldes que no podemos avanzar sin no es a base de pruebas y de sufrimiento. ¿En cuántos de nosotros una enfermedad, una desgracia, ha sido el punto de arranque para encontrarnos o reencontrarnos con Dios? En cierto sentido, éste fue el caso del apóstol Pedro, después de la triple negación, sale fuera y llora amargamente. Pero tuvo que pasar por esta experiencia de dolor y de sufrimiento, porque era la única forma de aprender la lección. Dios va a permitir situaciones en nuestras vidas que no entendemos, pero que, en última instancia, tienen una finalidad, redundan para bien, sirven para restaurar, p ara moldear y purificar nuestra fe. Esta idea es también recogida por Paul Tournier, en sus libros, quien la expresa diciendo que Dios puede hablarnos a través de la enfermedad, mucho más que a través de la felicidad.
Tener salud no es lo más importante en esta vida.
El concepto erróneo, incluso de muchos creyentes, es que lo más importante en este mundo es la ausencia de sufrimiento, y concretamente tener salud, respondiendo así al concepto humano de bienestar y paz. “Al fin y al cabo lo más importante es tener salud”, es una frase hecha que se oye en multitud de conversaciones. Pero, si como creyentes pensamos así, es que nos hemos dejado influir por la forma de pensar del mundo. En esta vida lo más importante es que la soberanía de Dios sea reconocida en la tierra y que se haga su voluntad en nuestras vidas. Lo más importante en este mundo no es medir 1,80 m. y tener los ojos azules, ser rubio y no enfermar; lo más importante en esta vida es que cada día nos parezcamos más a Él (Romanos 8:29), y que día tras día vayamos creciendo a la imagen de Cristo.
Nuestras oraciones deberían pedir con más frecuencia, no tanto salud y curación, sino decir: “Señor, enséñame a servirte mejor; que tu voluntad se haga en nosotros a través de la enfermedad o a través de la salud, pero que podamos parecernos cada día más a Ti”. La verdadera felicidad no ese excluye con el sufrimiento, porque el concepto cristiano de paz, no es la ausencia de enfermedad, sino la actitud, que más allá de todo esto, vela esperanza que tiene en Cristo, y que busca parecerse cada día más a Él. Lo más importante es que al acabar nuestras vidas, a la edad que sea, como Jesús, a los treinta y tres años, en Juan 17:4, podamos decir: “Señor, he acabado la obra que me diste que hiciese”.
Dios es quien más ha hecho por aliviar el sufrimiento
del hombre.
Dios no está lejos del sufrimiento; no mira los padecimientos del hombre como espectador pasivo, sino que es el primero y el que más ha hecho por aliviar el sufrimiento de la persona humana: enviando a su Hijo al mundo, ha hecho que el sufrimiento no sea eterno, sino algo temporal. Dios el Padre sufre intensamente con nuestro sufrimiento; no ha habido dolor sobre la tierra que Él no haya sentido intensamente antes. Pero, sobre todo, el sufrimiento culmina en Jesucristo. En Heb.4:15: “Porque no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado”. Así pues, la respuesta final a la pregunta del sufrimiento la encontramos en Cristo y su muerte sacrificial. En este sentido el estudio de la primera carta de Pedro puede ayudarnos mucho. Es una tendencia muy humana el buscar cabezas de turco cuando las cosas no funcionan bien. Lo vemos cada día en la política, en el fútbol. Es muy humano el buscar la culpa fuera de nosotros mismos. Es lo que se llama “culpa centrífuga”. Sin embargo, si profundizamos un poco, nos daremos cuenta de que, en muchas ocasiones, la culpa está dentro de nosotros mismos, y que en algo podemos ser responsables de este sufrimiento que hay en el mundo.
¿Cómo ayudar al que sufre?
¿Qué podemos hacer para ayudar a una persona que está pasando por momentos de sufrimiento? Hagamos algunas consideraciones sicológicas sobre el tema. Lo más importante es comprender que, cuando una persona sufre, lo fundamental es estar junto a esa persona. La presencia física, el estar al lado de esa persona, cogerla de la mano, abrazarla, y que ella siente nuestra presencia, es lo primero. Esta es la idea que conllevan las palabras comprensión y simpatía, ya que ambas significan lo mismo. Simpatía, viene del griego, compasión, del latín, y ambas significan: sufrir juntamente con. Frecuentemente, en nuestras iglesias, cuando hay que visitar a un enfermo o a alguien que pasa por una experiencia dolorosa, y se le pide a una persona que vaya a visitar a ese hermano, se nos contesta: “No, yo no quiero ir porque no sé que decir, me da “corte” estas situaciones”. ¡Precisamente a los que hay que enviar es a este tipo de personas!
En situaciones de sufrimiento, lo que se necesita son pocas
palabras, pero sí estar junto a la persona, que sienta el calor de nuestra
presencia. Lo peor que se puede hacer, cuando una persona está pasando momentos
de sufrimiento, es sermonearla. “llorar con los que lloran, sufrir con los que
sufren”, es lo que dijo Jesús. Por tanto, a aquellos de nosotros que no sabemos
qué decir en esas situaciones, yo os sugiero que tenéis el don de estar con los
que sufren; por el contrario, los que creen que estos momentos de sufrimiento
hay que resolverlos a base de discursos teológicos, os puedo decir que éste no
es vuestro don; que quizá tengáis el de la predicación, pero no el de la
simpatía o la compasión. Los amigos de Job, en el Antiguo Testamento, son el
paradigma de lo que es un mal consejero en momentos de sufrimiento, discurso
tras discurso, pero lo único que hacían era
hundir a Job cada vez más en su dolor.
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