ABORTO: PERSPECTIVA BÍBLICA
Juan Bta. García Serna
Recopilo un artículo que ha aparecido en la revista: “Edificación Cristiana” * 1983. Y creo que será de interés, ya que sigue siendo un tema de trascendencia, que abarca a todos los tiempos de sociedades a través de la historia humana.
ALIANZA EVANGÉLICA ESPAÑOLA
Con fecha de julio de 1983, el Secretario de Teología de la Alianza Evangélica Española ha publicado un importante documento sobre ese drama social que es el aborto. De dicho documento se ha entresacado los siguiente:
Para el cristiano, la autoridad final para resolver cualquier
problema ético radica en la Palabra de Dios. Y la cuestión del aborto no escapa
a esa autoridad. A esta aseveración debemos añadir una puntualización importante.
Es verdad que no corresponde a la iglesia cristina imponer unos criterios
ético-religiosos en la comunidad civil; pero es llamada a proclamar los
principios fundamentales de la integridad y la dignidad de la vida humana de
acuerdo con la revelación bíblica. Estos principios entrañan obligaciones
morales comunes a creyentes y no creyentes, pues no se refieren primordialmente
a la relación del hombre con Dios, sino al concepto mismo y a la esencia del
hombre, hecho a imagen de Dios. Y lo que la ética bíblica hace no es otra cosa
que elevar a su punto más alto el valor de la vida humana. En este campo no
caben dicotomías; no puede establecerse una moral cristiana y una moral
humanista, porque ambas coinciden. Por eso los postulados cristianos, aplicados
a la cuestión del aborto, concuerdan con los criterios profanos que,
objetivamente, reconocen la inviolabilidad del derecho a la vida.
Hecha esta observación, pasamos a considerar la problemática
del aborto desde una perspectiva bíblica, en la que Dios se presenta como el
autor de la vida – de toda forma de vida. “Dios de vivos”, que aborrece la
muerte y lucha contra ella hasta darle el golpe de gracia en la cruz. La muerte
será el último enemigo a vecen, pero la sentencia ya ha sido pronunciada y
asegurada por la misma Palabra de Dios que no puede mentir.
A la luz esa realidad, la Biblia nos muestra el fondo de la
cuestión que nos ocupa.
El aborto forma parte de las realidades de un mundo caído y frustrado por el pecado, en tanto
llega la manifestación de los hijos de Dios y la renovación de todas las cosas
(Romanos 8:20-23). El aborto aparece en las páginas de la Biblia como una
posibilidad “natural”, es decir; dentro de la naturaleza caída, esclava de
corrupción (Génesis 31:38; Éxodo 21:22-24; Job3:16; Salmo 58:8; Eclesiastés
6:3) y de ahí que se le considere una desgracia. La bendición y la prosperidad
lo excluyen: “No habrá mujer que aborte ni estéril en tu tierra; y yo cumpliré
el número de tus días” (Éxodo 23:26)
El aborto nunca es un bien. Se produce como resultado de
situaciones irregulares, por accidente. En cualquier caso, es una desgracia.
Sin embargo, aunque los progresos de la ciencia médica, al
ser capaz de prevenir algunos casos, ha ensanchado el ámbito de su
responsabilidad moral, el ser humano bien poco puede hace – si es que puede
hacer algo – cuando es la misma naturaleza la que produce el aborto; cuando la
criatura nace muerta o se “malogra” poco después (Job.21:10)
La Biblia desconoce de hecho la práctica del aborto
voluntario. En cualquier circunstancia los hijos eran considerados como
“herencia” recibida de Dios, motivo de satisfacción (Salmo 127:3). Ello explica
que no encontramos en sus páginas normas expresas prohibiendo la aniquilación
deliberada del feto. Si hallamos, en cambio, textos muy claros que informan el
pensamiento cristiano al respecto. Así, por ejemplo, aprendemos que:
El feto es creación de Dios. “Tú formaste mis entrañas. Tú me
hiciste en el vientre de mi madre” (Salmo 139:13)
El feto es propiedad de Dios. “Desde el vientre de mi madre, tú
eres mi Dios” (Salmo 22:9)
La concepción no escapa a la presencia soberana de Dios. Y
todo su proceso cae de alguna manera bajo la providencia divina. El Salmo 139
expresa en forma poética esta verdad. Independientemente de que la vida
engendrada nazca, o de que sea interrumpida por un aborto natural o provocado,
el Creador conoce bien el alma, los huesos y el cuerpo todo que se va formando
en las entrañas de la madre (Salmo 139:15)
El feto es un proyecto de Dios. “Mi embrión vieron tus ojos y en tu
libro estaban escritas todas aquellas cosas que luego fueron formadas, sin
faltar una de ellas” (Salmo 139:16, Biblia de Jerusalén)
Cuando es la providencia divina, el feto es llamado a nacer constituye
una respuesta al proyecto que Dios ha concebido previamente en sus propósitos.
Según Lucas 1:41, un feto es un niño en potencia, un proyecto divino, una vida
en embrión con todas sus posibilidades latentes.
A la luz de estos textos, parece muy difícil sustraerse a
convicción de que el feto no es algo, sino alguien; una persona, no una cosa.
Pertenecemos a Dios desde “el vientre” y “desde la matriz” (Isaías 44:2; 46:3).
“Yo que hoja dar a luz, ¿no haré nacer?, dijo el Señor. Yo que hogo engendrar,
¿impediré el nacimiento?, dice tu Dios” (Isaías 66:9). El feto, pues, está en
la mujer, completamente adherido a ella, pero es un ser al que Dios su Creador,
mira, desde el principio de su formación, como una realidad personal, singular
e independiente.
Si el feto es creación de Dios, propiedad de Dios y proyecto
de Dios, nadie sino solamente el Señor del universo puede disponer de él.
Nadie, ni la mujer que le lleva en su seno, puede pretender tal privilegio. La
vida del nonato es dominio sacrosanto vedado a la intervención de manos humanas
por consideraciones utilitarias. `
Al feto hay que respetarlo como ser humano en potencia que es
y, por consiguiente, como nuestro prójimo. Creemos, por tanto, que el niño/a es
digno de las mismas consideraciones y derechos que se reconocen a la
persona humana en posteriores estados de desarrollo. Entendemos, asimismo, que
la única forme responsable de concebir la maternidad es aquella que comienza
por el reconocimiento de la nueva vida y del compromiso efectivo y humano
consecuente.
En esta perspectiva bíblica, el aborto constituye un intento
deliberado de torcer los planes de Dios, de no reconocer los derechos de
propiedad que el Creador tiene sobre sus criaturas. El aborto niega el derecho
del feto a la vida y también niega la soberanía de Dios sobre la existencia. Es
un desacato a la autoridad de la Palabra revelada y, por consiguiente, a la
autoridad misma de Dios.
Dado que el feto es humano, y es mi prójimo el
acto de abortar significa: a) un infanticidio; b) una transgresión del
mandamiento “no matarás”; c) una negación de la humanidad del embrión; d) una
negación de los derechos humanos, pues no admitimos que un ser vivo tenga
idénticos derechos a las veinte horas de su existencia que los veinte días o a
los veinte años; y e) una pretensión de ocupar el lugar de Dios; de jugar a ser
dioses, conforme a la esencia del pecado en su origen (Génesis 3::5), y
disponer de la vida delos demás. Si el hombre puede determinar a su capricho
quiénes han de pasar por la puerta a la vida, ¿Por qué no concederle también el
privilegio y control de la puerta de salida? Los argumentos que hoy se esgrimen
en favor del aborto son idénticos a los que mañana pueden ofrecerse para
imponer la eutanasia.
Pero en un mundo caído, las cosas no se presentan siempre con
perfiles nítidos a la hora de elegir entre la vida o la muerte de un feto.
Ya hemos hecho mención, en nuestra referencia al aborto
terapéutico, de lo difíciles y conflictivas que se presentan lagunas
situaciones, especialmente aquellas en las que el feto pone en peligro la vida
de la madre. Aquí no se trata de escoger entre la vida o la muerte, sino de un
conflicto entre dos vidas.
Queramos o no, en esas circunstancias somos llamados a la
mayor responsabilidad, y es en ellas cuando se pone de manifiesto más
notoriamente que hemos sido creados a imagen de Dios y, por consiguiente,
llamados igualmente a tomar decisiones verdaderamente comprometidas y difíciles.
Los antiabortistas a ultranza que califican de asesinato todo
aborto terapéutico parecen olvidar que la vida de la madre también cuenta.
Sin embargo, debe observarse con qué sutiliza se tiende a
interpretar el peligro, transfiriéndolo de la vida a la salud de
la madre. Si se prevé que la salud de ésta puede verse afectada por la
continuación del embarazo y posterior nacimiento del hijo, el aborto
terapéutico puede estar indicado. Esta ha sido la puerta trasera por la que,
picarescamente, se ha llegado a la autorización de abortos que en realidad sólo
tenían una causa: el hijo no deseado. Por supuesto, la ética cristiana no puede
incluir tal ampliación. También el comportamiento del padre puede afectar
seriamente – quizá más que el feto o el niño – a la salud de la madre; pero a
nadie se le ocurrirá resolver legalmente el problema acabando con la vida de
aquél.
En los casos en que realmente peligra la vida de la madre, la
conciencia de ésta debe ser respetada, concediéndole en último término el derecho
a la terrible decisión final Afortunadamente – como hemos señalado
anteriormente -, gracias a los progresos de la ciencia médica, tal situación
apena se presenta
Sería y dolorosa es, asimismo, la responsabilidad que se pone
a prueba ante el aborto eugenésico.
Cuando se prevé casi con seguridad el nacimiento de un niño
con malformaciones monstruosas o con limitadísimas posibilidades de desarrollo
mental – casos más bien excepcionales – puede surgir la cuestión de si la
preservación del feto no significará en su día el alumbramiento de un ser cuya
existencia distará mucho de lo que se considera “mínimo” en el concepto de vida
humana. ¿Podría asegurarse sin titubeos que en tal caso rehusar el aborto es
defender la vida? Pero, ¿cuál es y dónde está la frontera ente lo humano y lo
infrahumano? Si somos sinceros hemos des reconocer que, con frecuencia, la
frontera es establecida por el egoísmo. Ante estas cuestiones, sólo la
conciencia de los padres, con temor y temblor, puede decidir.
Conviene, no obstante, recordar lo indicado en otro oro punto
de este Documento: la ciencia médica todavía no puede precisar la intensidad
final de las anomalías que puedan detectarse en el feto. Más de una vez se ha
podido comprobar que las ominosas predicciones médicas no correspondían a la
realidad.
Por otro lado, un niño disminuido física o psíquicamente (no
nos referimos a los casos extremos antes mencionados) no necesariamente ha de
ser motivo de amargura y frustración para los padres. Las familias que han
podido aceptar y estimar a un miembro minusválido, así como las personas que
coadyuvan a su cuidado y desarrollo, pueden testiguar que los minusválidos no
sólo tienen capacidad para disfrutar de la vida, sino también para enriquecer
la de quienes les rodean.
Desde el punto de vista teológico, el aborto eugenésico en
los casos más comunes podría ser interpretado como falta de confianza en la
providencia de Dios o como un acto de resistencia a su soberanía, la cual se
extiendo tanto al feto como a los padres. Por el contrario, la sumisión de fe a
los inescrutables designios divinos suele producir un desarrollo de las
cualidades más nobles del ser humano: el valor frente a la adversidad, la
paciencia y el amor en cotas sublimes de abnegación y servicio.
Más claramente definida parece la condena que la conciencia
cristiana ha de hacer del llamado aborto ético. Pero conviene matizar.
En el caso de violación, no deben soslayarse, el trauma que sufre la mujer y
consiguiente aversión que siente, no sólo frente al violador, sino hacia el “producto”
de su acto criminal, así como el miedo a que el hijo lleve en potencia y
desarrolle un día las mismas características patológicas de su padre. En los
casos de estupro o de incesto, dada la agravante de que las víctimas son
adolescentes o mujeres muy jóvenes, el trauma puede ser aún grave, pues puede
incapacitarlas para el mantenimiento de una relación sexual normal si llegan a
casarse. A juicio de muchos – incluidos cristianos responsables-, esas
circunstancias debieran equipararse, por lo menos en los casos más graves, con
los motivos que aconsejan el aborto terapéutico o el eugenésico.
Sin embargo, cualquier veleidad en esta cuestión podría dar
al traste con el principio que preconizamos como fundamental: el derecho del
nonato a que su vida sea respetada y protegida. Por tal motivo, la solución al
problema de la mujer embarazada por violación debiera buscarse, no eliminando
al ser más inocente – e indefenso – de una situación dramática, sino por vía
legal, mediante disposiciones que hicieran más flexible y rápida la adopción
del niño en el caso de que, después de nacido, la madre persistiera en su
actitud de rechazamiento, incapaz de prodigar a su hijo la ternura amorosa y la
solicitud que éste necesita. Afortunadamente, todavía son muchos los matrimonios
que suspiran por la adopción de uno o más hijos.
Únicamente en casos difíciles de imaginar, en circunstancias
en que el nacimiento del niño resultase más trágico que su misma muerte en el
seno materno, cabria pensar que quizás el aborto sería preferible a la
continuación del embarazo.
Ante la problemática del aborto en su globalidad, considerada
desde una perspectiva bíblica, es necesario reiterar que para el cristiano no
es lícito todo lo que es legal. Las leyes de una sociedad pluralista no se
inspiran en la Palabra de Dios, por lo que el creyente ha de saber discernir
entre lo permisible según la ley de Dios y lo que simplemente legítimo según la
ley de los hombres, pero no válido para Él.
Comentarios
Publicar un comentario