NOSOTROS CREEMOS EN LOS MILAGROS
Juan Bta. García Serna
Un artículo publicado en la Revista “España Cristiana” * 1986,
que fue escrito por el pastor y escritor D. Samuel Villa. Creo que es muy
acertado, y es por ello, que lo incluyo en el blog, con la mira de tener una
mejor concepción del tema en cuestión, y así fortalecer nuestra fe, pues los
milagros existen, pero hemos de dejar que Dios los obre en su plan divino.
“Pienso que debemos felicitar al pastor don Pedro Bonet por
el valor que tuvo para decir ante las cámaras de televisión: “Creemos que Dios
hace milagros y que puede utilizar a los hombres para hacerlos. De lo que no
somos partidarios es de hacer de ello un espectáculo, es decir, que se pretenda
obligar al Espíritu Santo a hacerlos en un día y hora determinados”.
Es cierto que los cristianos evangélicos de cualquier
denominación no debemos avergonzarnos en decir que creemos en lo sobrenatural,
tal como afirmaba el famoso científico Luis Pasteur cunado le preguntaron si
él, un hombre de ciencia, creía en los milagros, a lo cual contestó: “Dios es
el milagro, no podemos dejar de creer en los milagros”.
Pero Dios es soberano; esto significa que hace las cosas como
quiere y cuando quiere, y el principio básico de la fe es, precisamente, saber
someternos a su voluntad. “Padre mío, si es posible, pasa de mí esta copa; sin
embargo, no se haga como yo quiero, sino como Tú” – dijo Jesús en Getsemaní-; y
al asombrado apóstol Tomás, cuando le vio resucitado, declaró: “¿Por qué me has
visto, Tomás, has creído? Bienaventurados los que no vieron y creyeron”. A este
tenor escribió el apóstol Juan: “Esta es la confianza que tenemos ante Él, que,
si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, Él nos oye” (1ª Juan 5:14)
Nos complace también en felicitar al jovencito que apareció
en la pantalla con motivo de la reunión en el estadio de Montjuic, a quien le
preguntó el periodista:
-
¿Tú
crees en los milagros?
-
Sí,
creo.
-
Y
si hoy no pasara nada contigo, aquí, ¿seguirías teniendo fe?
-
Sí,
la tendría; seguiría teniendo fe.
La historia Bíblica, a la vez que las experiencias cristianas
a través de los siglos, justifican este punto de vista de la fe sometida por
entero a la voluntad de Dios. No hay ninguna denominación evangélica, desde los
democráticos bautistas a los más fieles y fervorosos miembros de las iglesias
episcopales, que no crea en los milagros que Dios llevó a cabo en las épocas
bíblicas, y al principio de las misiones modernas, por ejemplo, con el gran
misionero Juan G. Patón, en las Nuevas Hébridas: Brazos paralizados al
levantarse para herir al misionero, visiones sobrenaturales de soldados en
doble fila, situados alrededor de la estación misionera. En su libro Los nuevos
Hechos de los Apóstoles, por el doctor A.T Pearson, leemos: “La biografía de
Juan G. Patón, que ha encantado a los amantes de las misiones con su heroísmo,
consigna más de 50 casos en que se encontró en riesgo de perder la vida; sin
embargo, fue librado de maneras maravillosas, hasta el punto de parecer su
conservación un milagro continúo”.
En cambio, al no menos abnegado misionero Juan Williams, Dios
no impidió que los nativos, antropófagos, le asesinaran y devoraran, siendo
conocido como “El mártir de Erromanga.
Podemos creer que Dios diera al misionero H.B. Garlock, de
Toms River (New Jersey), el poder
hablar, en el año 1922, en la lengua de una tribu salvaje que desconocía
totalmente (pues nunca había estado allí), a fin de persuadir al brujo y al jefe
de la tribu para que no les mataran, tanto a él como a un prisionero que tenían
encerrado.
Pero si creemos que el hablar lenguas sea una señal
inequívoca e indispensable de poseer el Espíritu Santo, pues el apóstol Pablo
dice: “Si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, el tal no es de Él” (Romanos
8:9); y ha habido muchos hijos de Dios que, sin duda, han tenido y tienen el
Espíritu Santo, pero nunca han hablado lenguas.
¿Por qué Dios no obra milagros en todos los casos en que es
solicitado para ello en fervorosa y ferviente oración?; o bien, ¿Por qué no los
hace con mayor frecuencia, si creemos que puede hacerlos? Probablemente, por
dos razones:
1ª. Porque la fe probada, la fe que se somete a la su
voluntad, es, tanto para El como para el que sufre la prueba, de mucho más
mérito y valor que el relevo de una enfermedad presente, “en una medida que
sobrepasa toda medida, un eterno peso de gloria”, cuando no ponemos “nuestra
mira en las cosas que se ven, sino en las que no se ven” (2ª Corintios 4:18); y
el apóstol Pedro declara, asimismo: “Amados, no os sorprendáis del fuero de
prueba que os ha sobrevenido, cono si alguna cosa extraña os aconteciese, sino
gozaos, por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que
también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría” (1ª Pedro
12:13)
2ª. Porque la abundancia de milagros haría que muchos
creyesen con una fe de poca calidad, ineficaz para la salvación, por estar
basada en los milagros más que en Dios; o sea, en la dádiva más que en el
Dador.
La fe valiosa para Dios, es una convicción del alma que se
apoya en Él; fiada en lo maravilloso de sus obras, o en su incomparable amor.
La primera, es la fe de los grandes pensadores cristianos; la segunda, la de
personas sencillas, que, por la lectura del Nuevo Testamento, vienen a decir,
como el apóstol Juan: “Nosotros le amamos a Él, porque Él nos amó primero”.
Que Dios es soberano, lo muestra el hecho de que mismo apóstol
Pablo, que pudo obrar muchos milagros de sanidad, tuvo que dejar a su ayudante
Trófimo en Mileto, enfermo; porque así fue la soberana voluntad de Dios (2ª
Timoteo 4:20) ¿Es que no tenía suficiente fe el gran apóstol de los gentiles, o
que no la tenía Trófimo, quien había sido testigo de muchos milagros efectuados
por su gran preceptor espiritual? De modo que no es necesario presenciar
milagros sobrenaturales para mantener nuestra fe en el Dios vivo, y en
Jesucristo; sino tan sólo considerar el milagro de la Creación Divina en la
Naturaleza, y los de su providencia en nuestras propias vidas; pero sin
olvidar, jamás, el hecho de que Él es soberano para decidir las cosas. Él es
quien tiene todo el poder y sabiduría para ordenarlas con acierto, en vista al
presente y a la eternidad, que está delante de su vista; no toca a nosotros
fijarle un tiempo determinado según nuestra conveniencia; por el contrario,
nuestra insistencia puede provocar aquella clase de fe deficiente que no le
complace, o bien la burla de escéptico y ateos, según profetiza el apóstol
Pedro cuando dice: “Sabiendo esto, que en los últimos tiempos vendrán burladores
sarcásticos, andando según sus propias concupiscencias, y diciendo: ¿Dónde está
promesa de su venida? Porque desde el día en que los padres durmieron, todas
las cosas permanecen como estaban, desde el principio de la creación. Mas, ¡oh
amados!, no ignoréis esto; que para el Señor un día es como mil años, y mil
años como un día” (2ª Pedro 3:3, 4:8)”
Comentarios
Publicar un comentario