¿POR QUÉ SE ROMPEN LOS MATRIMONIOS?

Juan Bta. García Serna

Recopilo, en resumen, de un artículo sobre el tema en cuestión, que me parece muy de actualidad, aunque fue escrito en el año 1969, por el pastor, periodista, y escritor, don Juan Antonio Monroy, y que apareció publicado en su prestigiosa revista de “Restauración”.

Esta pregunta no tiene una respuesta única. Los matrimonios se rompen por muchas, muchísimas causas distintas. En el fracaso conyugal, sin embargo, influye notablemente una serie de factores prematrimoniales como son el casamiento por los interesases económicos o por conveniencias sociales, el poco conocimiento que tiene uno del otro antes de la boda, la poca importancia que se le concede a los continuos enfados en el noviazgo, las elecciones caprichosas contra la opinión de quienes aconsejan lo contrario movidos por el amor, las precipitaciones, el aburrimiento de un noviazgo demasiado prolongado, los casamientos forzosos y rápidos porque viene un hijo cuando apenas se ha pensado en la boda, y otras muchas causas. Hay parejas que empiezan su vida matrimonial con el fracaso a cuestas, y las consecuencias se hacen visibles desde lo primeros meses de vida en común. Esta clase de matrimonios tiene pocas posibilidades de sobrevivir.

En los casos de parejas que han empezado bien y han vivido felices durante un cierto número de años, la situación es distinta. Estas parejas tienen el deber de luchar por evitar el naufragio. Es cuestión de intentarlo poniendo un poco de voluntad por amabas partes. El médico alemán doctor Karsten, gran especialista en cuestiones matrimoniales, señala una regla, puntos que si no evitan todos los rompimientos matrimoniales ayudan en muchos casos si se ponen en práctica. Especialmente en los comienzos del fracaso, cuando la solución todavía es posible. Estas reglas son igualmente eficaces en los comienzos de la vida matrimonial. Se trata de verdades que los cónyuges ignoran u olvidan.

1. No buscar la perfección. Hay matrimonios que fracasan porque los cónyuges ven demasiadas imperfecciones en el otro. Pensaban que contraían matrimonio con un personaje de novela, y poco a poco van descubriendo una serie de defectos que terminan por hacerle decir: “No era así cuando le conocí; ojalá no me hubiera casado nunca”.  No hay hombres perfectos ni mujeres perfectas. Ambos deben aceptarse tal cual son, en lugar de echarse en cara sus defectos.

2. Ver el buen lado de las cosas. Si la imperfección es un hecho en todo ser humano, es verdad también que la vida familiar hade ser considerada bajo un doble aspecto: el bueno y el malo. Cuando se aprende a ver el buen lado de las cosas en la vida matrimonial se evitan muchas penas.

3. Estimar los valores del otro. Todo ser humano tiene de manera natural la tendencia instintiva a afirmar su propio valor y a menospreciar el ajeno. Cuando este sentimiento se apodera de uno de los dos cónyuges, el resultado suele ser fatal. Por lo contrario, reconociendo y estimando los valores del otro se consigue una gran armonía matrimonial.

 4. Evitar el aburrimiento. Se ha calculado en un 90 por 100 el número de matrimonios que presentan una de las más corrientes entre las enfermedades matrimoniales: el aburrimiento. Tras los primeros años de vida en común, el matrimonio suele caer en la monotonía y el aburrimiento. Los dos, el hombre y la mujer, deben preocuparse porque la pasión y el entusiasmo no decaigan en la vida matrimonial. Esto evitará muchos fracasos.

 5. Cultivar el cuidado personal. Este es un deber que corresponde mayormente a la mujer. El matrimonio no es una sociedad asegurada, en la que basta con firmar el contrato para sentirse protegido el resto de la vida. Mujeres que antes del matrimonio sabían cuidar mucho su aspecto personal, se descuidan lamentablemente tras algunos años de casados.

6. Buscar la felicidad del otro. Un conocido psicólogo americano dijo: “Muy agradable es verse rodeado de un enjambre de hijos que todo se lo deben a uno y sobre los cuales se ejerce un poder absoluto. También es muy hermoso tener a alguien que procure hacernos cómoda la vida y proporcionarnos bienestar material. Todo esto es cierto; sin embargo, tales cosas deben supeditarse a la idea básica de que el matrimonio es una gran escuela del carácter, en la que cada uno de los cónyuges desarrolla y enriquece su personalidad si se dispone a cumplir el deber primordial de hacer feliz al otro”.

7. Huir de las comparaciones. Toda mujer lleva en su corazón la imagen ideal del hombre que le gustaría tener por marido e igual cosa le ocurre al hombre con respecto a la mujer. Muy a menudo, cuando estos ideales no encarnan en los cónyuges respectivos, empiezan las comparaciones que, si en los demás órdenes de la vida son detestables, en el matrimonio lo son más aún. “Me gustaría que fueses como tu amiga”.  “Ojalá te parecieras tú a mi padre”. “Mi madre no hubiera reaccionado así”. “Tu amigo es más atento con su esposa de lo que tú eres conmigo”. Estas comparaciones contribuyen mucho a separar los matrimonios”.

8. Buscar una actividad adecuada.

Hay mujeres casadas, especialmente si no tienen hijos que las mantengan ocupadas, que sufren y hacen sufrir por falta de actividad. Están todo el día en casa, aburridas, pensando continuamente y atormentándose. Cuando el esposo regresa del trabajo sufre los efectos de la crisis y empiezan las discusiones. Para evitar esto, la mujer que disponga de tiempo debe procurar emplear las algo provechoso, desarrollar una actividad que le agrade, entusiasmarse por algo. De esta forma compartirá el entusiasmo con el marido, en lugar de atormentarlo bajo el efecto depresivo de las horas vacías.

9. Interesarse por la profesión del esposo.

Esto es primordial. El tema de conversación de la gran mayoría de los hombres casados está relacionado con su trabajo. Si la mujer es lo suficientemente inteligente como para demostrar interés por el tema e incluso mostrar apasionamiento por la labor del marido, especialmente si se trata de un hombre emprendedor, notará mucho más el acercamiento del esposo. Pero si reacciona con un “siempre estás hablando de tus cosas” y manifiesta una indiferencia total por los problemas del marido, éste acabará pasando sus horas libres fuera del hogar o, por lo menos, apartado de la esposa.

10. No mostrarse siempre cansado.

Hay hombres que en el hogar siempre se muestran cansados. Cuando la mujer les propone dar un paseo, la respuesta es invariable: “Estoy cansado”. Y cuando se trata de asistir a un creo, tener un tiempo de esparcimiento, su cansancio sale a relucir y se queda en casa. Esta actitud del hombre llega a provocar auténticas crisis de nervios en la mujer, que hacen muchísimo daño a la vida matrimonial. Cuando la cansada es la mujer, el hombre que no se separa termina buscando sus propios amigos, lo cual suele ser fatal.

11. Evitar las quejas continúas.

El marido termina el trabajo y vuelve a casa. La mujer, en cuanto le tiene cerca, dispara su carga: “Mira, Aurelio, hoy me he peleado con la vecina. La niña ha suspendido matemáticas. Ha llegado la factura de la luz, ¡es terrible! La leche ha subido, no sé donde vamos a parar”. El hombre coge el periódico e intenta ocultar el rostro mientras lee pero de nada le sirve. La mujer continúa: “Mi vestido nuevo ha quedado ha quedado hecho una calamidad. Los niños necesitan zapatos”. Al hombre no le queda más remedio que aguantar el chaparrón. Así transcurren muchos años de matrimonio y la situación llega a ser insoportable. Una mujer inteligente evitará estas quejas sistemáticas que sólo producen malestar.

12. No dar lugar a los malos humores.

Uno de los problemas que con mayor frec8encia se presentan en el matrimonio es el mal humor, el refunfuñar de todo. Hay hombres y mujeres que se irritan fácilmente. La menor contrariedad les saca de quicio. Y al ponerse ellos de mal humor, ponen también a quienes con ellos conviven. Estos estados de irritabilidad se dan muchas veces a causa de excitaciones nerviosas producidas por agotamiento o por exceso de preocupaciones, pero en otros casos son debidos a una educación defectuosa, a la falta de dominio sobre si mismo o simplemente a malas costumbres que nada se hace por corregir. Para conseguir un equilibrio en la vida matrimonial, hay que evitar los accesos del mal humor o, por lo menos, no descargarlo sobre el otro.

13. Perder la costumbre del enfado.

Hay hombres y mujeres que se enfadan sin tener un motivo concreto para ello. Han adquirido la costumbre y lo hacen cada dos por tres. Cuando el marido está contento, se enfada la mujer, y cuando la que está alegre es la mujer, se enfada el marido. A veces los enfados son simplemente porque el otro está contento, por el mero deseo de llevar la contraria. Los enfados seguidos tienen mucha importancia en la marcha del matrimonio. Si no hubiera en la vida matrimonial tantos enfados, los matrimonios serían más felices.

14. Equilibrar derechos y deberes.

“Se afirma con frecuencia que, al casarse, los derechos quedan reducidos a la mitad, mientras que los deberes se duplican”. Generalmente es el hombre quien más derechos exige a la mujer y quien menos deberes está dispuesto a cumplir. “Tu deber – dice a la esposa – es cuidar la casa, atender a los hijos, hacer el domingo una comida especial, tener la ropa a punto. Entre estos deberes, la mujer tiene también unos derechos que han de serle reconocidos. Un equilibrio sensato entre derechos y deberes hará más llevadera la vida matrimonial.

15. Administrar debidamente el dinero.

El dinero, ese poderoso caballero, culpable de tantos males, es causa de frecuentes discusiones en el matrimonio. La culpabilidad aquí es a medias. Hay mujeres que derrochan más de lo debido, son malas administradoras y están siempre pidiendo. Y hay hombres que, como son ellos quienes ganan el dinero, lo retienen firmemente y a duras penas dan para cubrir las necesidades más elementales del hogar. Y cuando lo hacen, con quejas. Una inteligente administración del dinero resulta siempre eficaz en la conservación de la paz matrimonial.

16. No dar lugar a escenas de celos.

“los ellos – decía alguien- son el más grande de todos los males. En cuanto entran en escena, todo se ve distinto”. Muchas veces los celos no son más que el miedo de perder a la persona amada. Por nuestra parte, siempre hemos creído que los celos son falta de confianza en uno mismo. Cierto complejo de impotencia ante los demás. El tormento de los celos ha destruido muchos hogares. Hay hombres y mujeres que no pueden reprimirse, que incluso protagonizan tristes espectáculos públicos. Ma medicina más eficaz contra los celos es una gran dosis de confianza en el otro. No hay muchos remedios para esta enfermedad.

17. Mantener encendida la llama del amor.

Alguien ha dicho que para el amor hay unas edades mejores que otras, pero ninguna mala. Muchos actos de infidelidad ocurren porque hay maridos torpes, brutos en algunos casos y mujeres frías indiferentes e insensibles. Cuando se hace todo lo posible, por ambas partes, en mantener viva y encendida la llama del amor, el matrimonio ofrece bastante menos peligros de ruptura.

"Un camino más excelente". 

Aun cuando el cumplimiento por ambas partes de estos puntos señalados puedan ayudar mucho en la vida matrimonial, no son, en modo alguno, infalibles. Para evitar los desastres matrimoniales, yo conozco un camino más excelente. Se trata de dar al matrimonio un carácter auténticamente cristiano. Digo cristiano y no religioso porque la religión no salva el matrimonio que naufraga. tratar de vivir el matrimonio conforme a las enseñanzas de una determinada religión, no basta. Hay que vivirlo como manda Dios. Y la voluntad de Dios puede ser conocida por la toda aquella persona que escudriñe la Biblia. La Biblia contiene abundantemente enseñanzas sobre los tres más importantes principios que ha de tenerse en cuenta si se quiere conseguir un matrimonio feliz: comprender bien el significado del matrimonio, adquirir una adecuada preparación prematrimonial y saber fundar el hogar sobre bases auténticamente espirituales. El matrimonio no es un contrato civil ni tampoco una ceremonia religiosa. El matrimonio existía antes de que aparecieran los juzgados y antes de que existiera la Iglesia. El matrimonio fue establecido por Dios y es, por lo tanto, una institución divina. Cuando se entiende esto y se aceptan las consecuencias los matrimonios no se rompen tan fácilmente. El matrimonio, como lo ve Dios, es un contrato entre un hombre y una mujer que se comprometen a fundar juntos un hogar. Lo primordial en el matrimonio no es la compra del piso, ni la adquisición de los muebles, ni siquiera el llenar la casa de hijos. 

En la mente de Dios está, como razón suprema del matrimonio, la unión auténtica de dos seres que abandonan sus estados respectivos para caminar juntos el resto de sus días y formar  un hogar que sea a la vez casa de Dios y puerta del cielo. "Dejará el hombre a su padre y a su madre - dice Dios - y se unirá a su mujer, y serán una sola carne" (Gén.2:24). Esta es la mejor definición del matrimonio que nos da la Biblia. Cuando se ignora esto se acude al matrimonio con un concepto equivocado del mismo, falto de la necesaria preparación y, por consiguiente, en peligro de fracaso. Tener novio o novia es relativamente fácil hoy día. Conseguir un marido o una esposa tampoco es difícil. Lo que ya no resulta tan fácil es lograr que la persona elegida cumpla los dos primeros requisitos que marca la Biblia, es decir, que sea capaz de llenar con su presencia continúa y su cariño real la soledad de otro y sea, al propio tiempo, compañera y ayuda idónea: "No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él" (Gén.2:18) 

Antes que novio o esposo, el hombre elegido por la mujer debe ser un auténtico compañero, al igual que debe serlo la mujer elegida por el hombre. Esto, que parece sencillo, no lo es realmente. Cuando las dos personas que se acercan al altar tan vivido como compañeros de verdad durante el noviazgo, cuando en lugar de regañar por niñerías se han preocupado por estrechar los lazos de amistad, la vida que emprenden juntos tiene mucha más garantía de éxito. El hogar que empiezan sin Dios termina con el diablo. De ahí la importancia y necesidad de tener muy en cuenta los principios anteriores, por muy elementales que puedan parecer. La pareja que se preocupa por organizar la vida de hogar conforme a las enseñanzas bíblicas, en lugar de fracasar vivirá en una atmósfera de paz. No faltarán los problemas, cierto, pero siempre se encontrarán soluciones. Sin extremismos, sin beaterías inútiles y sin caer en un misticismo absurdo, el hogar que desee triunfar debe ser primero, un hogar unido. Cristo dijo que "toda casa dividida contra sí misma no permanecerá" (Mt.12:25) Segundo; debe ser un hogar piadoso, donde lo espiritual tenga un lugar importante. 

Pablo enseña que en el hogar se ha de aprender a ser "piadosos para con la propia familia" (1Tm.5:4). En tercer lugar, se ha de cultivar al máximo la pureza. "No participes en pecados ajenos. Consérvate puro" (1Tm.5:22). Este consejo de Pablo a Timoteo suele ser de mucha eficacia cuando se cumple en el hogar. El hogar cristiano debe ser, también, un lugar donde el amor se viva entre todos los miembros, sea cual sea la condición social del mismo. La Biblia dice, con mucha sabiduría, que "mejor es la comida de legumbres donde hay amor que de buey engordado donde hay odio" (Prov.15:17). Y por último, el hogar que quiera evitar el fracaso debe ser un hogar donde se lea, se crea y se estudie corrientemente la Biblia. El mandamiento antiguo tiene un valor permanente: "Estas palabras que yo te mando hoy - dice Dios refiriéndose a lo escrito en la Biblia - estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes. Y las atarás como una señal en tu mano, y están como frontales entre tus ojos, y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas" (Dt.6:6-9). Este es el camino más excelente para evitar los rompimientos matrimoniales. Es un camino más fácil de describir que de cumplir, pero con un poco de voluntad por ambas partes e invocando siempre la ayuda divina, es posible vivirlo. El matrimonio es algo tan importante y de tanta trascendencia, que su conservación bien vale cualquier clase de esfuerzo. Los que estén atravesando por crisis en su matrimonio, que hagan la prueba. Es Dios mismo quien dice:  "Probadme y vez".  


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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